sábado, 17 de noviembre de 2012

DIA 9: SAN MARTIN DE VALDEIGLESIAS-AVILA

Jueves, 13 de Septiembre



EL DIA MÁS LARGO………
  

Esta mañana toca abrigarse. El viento del norte que empezó a soplar a medianoche hace que el día comience fresquito (a la diez había unos modestos doce grados).
Hoy la etapa es relativamente corta en kilometraje (65 km) aunque tiene el perfil más duro de todo el Camino del Sureste/Levante al tener que superar dos puertos para llegar a Ávila.
Salimos de San Martín por la N-403 con el pacto tácito de ir cada uno a su aire. A los pocos kilómetros abandono la concurrida nacional para tomar la AV-502 Es una carretera con poco tráfico, que alterna subidas con bajadas y con un paisaje en el que predominan los pinares. Mientras me voy aproximando a Cebreros (pueblo natal de Adolfo Suarez) empiezo a sospechar que me he saltado algo que tenía anotado como visita obligada: La Venta Juradera o de los Toros de Guisando. Y así es. A la salida de San Martín había una marca de camino a la izquierda que pasamos de largo y que se dirigía a ese lugar. Cachis…………







Cebreros


Cuando llego a Cebreros me las prometo felices ya que en poco más de una hora he cubierto una cuarta parte de la etapa. Callejeo por el pueblo y a la altura de la iglesia me pongo a charlar con un operario que siente curiosidad al ver que voy con el equipaje a cuestas. En los pocos minutos que dura la charla observo que cada vez hay más gente (todos con traje de Domingo) congregándose a la puerta de la iglesia. Retomo la marcha en dirección hacia la multitud confiado en encontrar un hueco por donde pasar pero a los pocos metros freno en seco y doy una discreta media vuelta. Casi paso entre la fila de personas que esperaban a dar el pésame a los deudos……………..
Una vez esquivado el funeral y mientras callejeo en busca de un bar donde almorzar me cruzo con el valenciano, que ya se dispone a continuar. Nos despedimos y nos emplazamos en Ávila.
Tras dar buena cuenta de un bocata de calamares (creo que la “gula” me salvó ese día) me dirijo a las afueras del pueblo. Doy una vuelta por los alrededores del Museo de la Transición y empiezo a negociar las primeras rampas del Puerto de Arrebatacapas.
Calculo que a menos de un kilómetro estaba el desvío por camino pero prefiero seguir por asfalto. Aunque la alternativa por camino es mucho más corta hay que salvar un desnivel considerable. Que tenga que hacer “empujing” no me importa pero aquello tenía pinta de estar tan empinado que hubiera tenido que hacer dos viajes (uno para la bici y otro para las alforjas).
Como voy a ritmo de “molinillo” voy contando las curvas para distraerme y hago pequeños descansos donde aprovecho para hacer fotografías. Y la feliz idea de dejar la bicicleta apoyada en el quitamiedos iba a “alegrarme” el día, ya que los márgenes de la carretera esconden un matojo muy simpático, los abrojos (también escuché en otros pueblos de Castilla denominarlos “alforjos” y “abreojos”), que tiene un fruto más gracioso aún: una especie de cardo con unas púas muy duras que pinchan hasta ruedas de tractor.
Pues bien. Cuando ya  divisaba el cartel del puerto unas cuantas curvas más arriba me doy cuenta que llevo la rueda trasera pinchada. La carretera no es muy ancha así que busco un lugar donde poder cambiar la cámara a resguardo del tráfico. Saco de la cubierta una decena de estas puñeteras bolitas. Cuando finalizo la operación y coloco de nuevo el equipaje no me puedo creer lo que estoy viendo y empiezo a mirar por los alrededores por si encuentro dónde está la cámara oculta. ¡La rueda delantera también está pinchada! Para lo que queda opto por empujar la bicicleta hasta el alto del puerto y de ese modo cambiar la otra cámara con más tranquilidad. El doble pinchazo me cuesta una hora de parón.






Tras el bricolaje, el Puerto de Arrebatacapas me depara una sorpresa. Una vez coronado, la carretera desciende durante un kilómetro y vuelve a subir durante cinco kilómetros más. Además, en este segundo tramo el puerto se abre y ya no tienes la protección de la ladera de la montaña frente al viento.
Así que si combinamos mi preparación “olímpica”, con el viento y un par de ruedas más pegadas al asfalto de lo recomendable (fui incapaz de meter más de dos kilos de presión a cada una de ellas) el resultado es un bicigrino con media estocada. Para redondear la cosa me quedo sin agua (no tuve la precaución de reponer agua en Cebreros)  y me tengo que conformar con un caramelo para poder salivar porque tengo la boca seca.
A paso de tortuga voy avanzando hasta el final de la subida sorpresa sin ver ningún cartel que me indique cuánto falta hasta el siguiente pueblo y sin cruzarme con nadie.
Afortunadamente los últimos tres kilómetros hasta San Bartolomé de Pinares son en descenso, donde llego a las cuatro y media de la tarde. ¡Vaya si me está cundiendo el día!




En San Bartolomé voy en busca de algún lugar donde reponer fuerzas e hidratarme. Se me acerca un anciano preguntándome si iba al albergue. Menuda tentación pero todavía es pronto para finalizar la jornada. Localizo un bar y me aprovisiono de refrescos, agua y algo dulce que comer.
El mesonero que lo regenta es un cachondo mental. Mientras espero a que me atienda le está contando a unos clientes una anécdota sobre una chica que en plena vendimia había sufrido la picadura de una avispa en cierta parte delicada y se tronchaba de la risa explicando el “cuadro” de ver a la madre aplicando hielo para rebajar el hinchazón.
Luego toca mi turno y al ver que era peregrino me sella la credencial y durante la conversación me facilita dos datos de interés en el trayecto hasta Ávila, de los cuales uno se revela verdadero y el otro mentira………piadosa.
Los siguientes cuatro kilómetros hasta El Herradón son en descenso y a partir de este pueblo comienza la subida al puerto de El Boquerón. Y aquí descubro la mentirijilla o el exceso de optimismo del tabernero, que había estimado la subida en cinco kilómetros. Cuando llevo recorrida esa distancia levanto la cabeza y veo como hay vehículos que circulan mucho más arriba. Y empiezo a encontrarle sentido al nombre del puerto porque me estoy quedando “boquerón” en lo que a fuerzas se refiere. Qué momento más tonto para coger una pájara………Así que los cuatro kilómetros extra de subida me toca hacerlos cual costalero de Semana Santa, despacio y con los correspondientes descansos. Cuando corono son casi las ocho de la tarde y queda poco más de media hora de luz solar.





En los diez kilómetros que restan hasta Ávila gasto las pocas energías que me quedan. El descenso es  poco pronunciado (el puerto se corona a 1.300 metros y la ciudad se encuentra a 1.100 metros de altitud) y el hecho de llevar los neumáticos con poca presión hace que, aunque me empeñe en dar pedales, no supere los 25 km/hora.
Cuando ya se puede observar a lo lejos las primeras construcciones de la “ciudad amurallada” tomo el carril bici que hay a la izquierda de la carretera pero el último kilómetro lo hago empujando. Ya no puedo más.
Justo antes de adentrarme en el casco urbano hay una gasolinera. Consigo hinchar la rueda trasera pero no así la delantera. Para mí que ha dimitido, ja,ja,ja… Pues nada. A caminar que es sano.
Y cuando paso por los primeros edificios me acuerdo de las palabras del mesonero de San Bartolomé : “ten cuidado no vayas a confundirte de albergue a la entrada de Ávila y te metas en uno con luces rojas”. Pues tenía razón el muy cachondo. Me imagino que habrá hecho alguna que otra gestión allí…

 Una chica me explica cómo llegar al centro de la ciudad y me advierte que tengo para una hora caminando. ¡Será por kilómetros y  más hoy que voy “sobrao”!. Llamo al valenciano para advertirle que me queda un rato. Me cuenta que le ha costado lo suyo que le abrieran el albergue ya que el encargado de las llaves estaba de viaje.



Avila "la nuit" de camino al albergue


Efectivamente,  tardo casi una hora en llegar al albergue de “Las Tenerías”. Tras localizar el casco antiguo hay que girar a la derecha y bordear las murallas hasta llegar al puente sobre el río Adaja. Son las nueve y media de la noche cuando franqueo la puerta del albergue.
Jose me da una alegría cuando llego. Ha comprado pasta y bebida para así poder cenar en el albergue. Mejor así porque no estoy para vueltas turísticas a esas horas. Cenamos pasadas las once y quedamos en tomarnos mañana el día con tranquilidad después del sofocón de hoy.
Por cierto. El albergue es todo un cinco estrellas  y además de donativo.






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