viernes, 2 de noviembre de 2012

DIA 5: LA RODA-LAS MESAS

Domingo, 9 de Septiembre

La primera noche en comuna de esta temporada (en el Camino del Sureste tres son multitud) transcurre sin novedad. Victor, el peregrino malagueño, se marcha el primero aunque quedamos en formalizar la despedida cuando lo alcancemos en el camino.
Tras desayunar en una pastelería (hay que probar los “miguelitos) tomamos el camino de Minaya. Hoy empiezo a apreciar la amplitud del paisaje manchego. Lo encuentro atractivo aunque hay quien lo considere monótono.
A pocos kilómetros de Minaya damos alcance a Víctor, que camina en compañía de un peregrino canadiense que prefirió alojarse en un hotel, y nos comenta que les había adelantado un bicigrino que iba a parar en Minaya a desayunar. Lo cierto es que no llegamos a coincidir.


Foto de despedida del trío de La Roda



En Minaya hacemos una pequeña parada para tomar agua de una fuente y a la salida me separo de Jose, el valenciano. El Camino de Levante entra en Cuenca por San Clemente y Las Pedroñeras mientras que el Camino del Sureste lo hace por El Provencio. Nos intercambiamos los teléfonos confiados en que coincidiremos más adelante ya que hay varios finales de etapa que son comunes a ambas caminos. Si llego a saber lo que iba a depararme el resto de la jornada hubiera renunciado con mucho gusto a seguir fielmente mi ruta.





Mientras el valenciano sigue camino por la nacional yo tomo el camino en dirección a Casas de Roldán. Tras llegar a esta pedanía me encuentro con un laberinto de pistas agrícolas y las marcas del camino son cada vez más escasas. En lugar de escoger la solución prudente de dirigirme hacia la carretera de Ocaña, que se divisa a un kilómetro, me aventuro a continuar por caminos entre viñedos hasta que a unos trescientos metros de un grupo de casas pincho la rueda delantera. Cambiar la cámara me cuesta más trabajo de lo normal. Lo achaco a que hacía mucho tiempo que no sacaba la cubierta delantera.
Atravieso el poblado y me encuentro con una anciana sentada a la entrada de su casa. Le pregunto si hay alguna gasolinera cerca ya que no he conseguido meterle demasiada presión a la rueda. La señora me hace gestos de que no pero me aconseja que pregunte a un vecino “que vive un poco más adelante, tiene un coche rojo a la entrada y que seguro que tiene un compresor de esos…….”. Me aproximo a una vivienda que encaja con la descripción pero el bicho guardián que custodia la parcela me convence que mejor continuar por la carretera local  que se dirige a lo que parece una población más grande. Al menos esa es la ventaja de la llanura manchega: que las poblaciones se ven a muchos kilómetros de distancia.
Calculo que rodé unos 15 kilómetros y mientras se iban haciendo más grandes las construcciones que se adivinaban en el horizonte empiezo a sospechar que esa población abulta mucho para ser El Provencio.
La carretera me lleva hasta un polígono industrial y cuando leo los rótulos de las primeras naves descubro que he llegado a Villarrobledo, es decir, que he acabado a unos catorce kilómetros más al sur de donde debería estar.



Confirmo mi errónea ubicación en una gasolinera, donde aprovecho para poner aire a la rueda. Siendo ya las dos de la tarde y con el sol en todo lo alto opto por comer en un bar cercano y así matar dos pájaros de un tiro. Reponer fuerzas y ponerme a resguardo de la solana que cae. El ritual de la comida es de lo más entretenido. Con una mano sujeto el bocadillo de lomo mientras que con la otra espanto a las moscas. De fondo escucho las conversaciones de otros clientesque giran sobre un único tema: la vendimia.
Tras el parón de mediodía me dirijo a El Provencio por la carretera comarcal que comunica ambas poblaciones.



El Provencio



Un pequeño descanso, un par de fotos y a buscar el camino hacia Las Mesas. Son las cuatro de la tarde de un domingo así que por no encuentro a nadie a quien preguntar.
Ni qué decir tiene que no veo ninguna señal del Camino así que tiro por donde me parece. A la salida del pueblo hay una enorme pinada e indicaciones de rutas de El Quijote. El problema es que hay más de una ruta, señalizadas con postes verdes, pero no indican hacia donde se dirigen por lo que tras unos cuantos kilómetros decido volver sobre mis pasos. De camino hacia el pueblo veo a la izquierda una casas donde parecen estar de comida familiar. Pregunto por el camino que lleva a Las Mesas pero no les suena. Cuando me marchaba uno de los comensales me comenta que el camino por el que pregunto puede ser el que sale a la altura de la piscina municipal pero tampoco me lo asegura.
De vuelta a El Provencio pregunto a un matrimonio de extranjeros y me aconsejan que tome una carretera en dirección a Socuéllamos. El consejo me lo darían de buena fe pero menuda vueltecita que iba a dar………




La carretera atraviesa el pinar y cuando éste finaliza aparecen viñedos y más viñedos. El único tráfico con el que me encuentro es un par de tractores saliendo de alguna finca.
El tema está en que llevo hechos los teóricos 17 kilómetros que hay hasta el siguiente pueblo y no hay ningún cartel que me informe de la distancia que falta. Llego a un cruce pero no hay ningún panel informativo. De las tres opciones posibles escojo la de seguir recto. Avanzo unos cuantos kilómetros más hasta que me topo con la señal que anuncia que estoy en la provincia de………….Ciudad Real.
Como no es cuestión de dar media vuelta a esas alturas continuo hasta que veo una furgoneta que se dirige en dirección contraria y le hago gestos ostensibles de que se detenga. Parece que iba a pasar de largo pero a los pocos metros da marcha atrás y el conductor me da una alegría. Quedan un par de kilómetros hasta Socuéllamos si bien antes de llegar a esta población está indicada la carretera que conduce a Las Mesas. Faltan 10 kilómetros todavía para llegar y según mi cuentakilómetros ya llevo hechos 90. Y yo que me había prometido que no iba a hacer jornadas de tres dígitos…………….




Ya con la reserva llego a Las Mesas y la única referencia de alojamiento que tengo es un hotel rural (La Posada). Cuando pregunto por su ubicación a un vecino noto que lo hago con un hilillo de voz. No tengo fuerzas ni para hablar, ja,ja,ja. Y lo más gracioso es que el hotel está a dos kilómetros del pueblo tomando la carretera de Mota del Cuervo. Será por kilómetros.
Cuando llego por fin al hotel la puerta está cerrada. Como no estoy para dar ni un paso más empiezo a plantearme pasar la noche bajo el árbol que hay frente a la entrada. Afortunadamente la puerta se abre y aparece un empleado. Me da la llave de la habitación. Son 18 euros. El precio que se les cobra “a los que vienen con mochila”. Me advierte que al ser domingo el bar, que tenía buena pinta, está cerrado. Le pido que si me puede vender una lata de refresco y una botella grande de agua. El chico tenía muchas ganas de irse por que cuando le pregunto qué le debo se queda pensativo y me contesta que “está bien”. Que va incluido con el precio de la habitación. Pues muchas gracias.
El hotel es relativamente nuevo. Me permite dejar la bici en el recibidor y la habitación tiene buen aspecto. Estoy tan cansado que no me paro a pensar que soy el único morador del edificio. Como para tener un momento estilo “El Resplandor”….

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