martes, 31 de diciembre de 2013

DIA 17: A LAXE-SANTIAGO

Jueves, 19 de Septiembre


He pasado la noche en duermevela. A la seis ya me he aseado y vestido pero, en vista de que nadie arranca, me vuelvo a acostar.  Falta hora y media larga para que amanezca y no quiero ser yo el que inicie las “hostilidades” mañaneras.
En la rutina del desayuno faltan los amigos franceses. Ayer, en plena celebración improvisada, recibí noticias de ellos desde Castro Dozón. Tuvieron un día complicado. Tomaron un camino equivocado a la salida de Orense, teniendo que retroceder diez kilómetros, y finalmente se toparon con los fuertes desniveles del trazado original del camino. De todos modos hemos quedado en Santiago para la tarde.
Hoy no hay contratiempos a la partida (gentileza de la Xunta por no facilitarme llaves del albergue…). Poco puedo decir de los primeros cuarenta kilómetros salvo que más “llanura” a la gallega. Rodar por la carretera nacional no te da muchas oportunidades para disfrutar del paisaje. Tráfico aparte, en las subidas porque me toca agachar el lomo y en los descensos por una cuestión de seguridad, no sea que llegue a Santiago en ambulancia. La carretera está en perfecto estado pero no así el freno trasero de la bici. No es el mismo desde el descenso a Laza….
Me distraigo viendo los paneles indicativos de la distancia, cada vez menor, a Santiago. Y tengo la misma sensación de hace dos años: impaciencia. He leído a muchos peregrinos describir cómo saborean los últimos kilómetros pero a mí me pasa todo lo contrario. Toda la calma de las jornadas anteriores se convierte en prisas el último día. También influirá que, como a los malos toreros, están a punto de darme el tercer aviso…
Había quedado con Santi pasado Ponte Ulla, en Outeiro concretamente,  para almorzar y retomar el camino original en los últimos kilómetros porque, sin proponérmelo, llevo haciendo un ejercicio continuado de apostasía caminera desde Xunqueira de Ambía…. Tras un  prolongado descenso hasta este pueblo la carretera se empina los siguientes cuatro o cinco kilómetros. Lo que son las cosas. Mientras le doy al molinillo busco en mi memoria alguna canción motivadora. Había elegido “Shot down in flames” de AC/DC y sin embargo lo que me sale es el estribillo de “El estanque”, de Héroes, en especial el final, cuando dice “ahogándomeeeeeee……”. Vaya con la subidita. A mitad de ascensión empiezo a sospechar que Santi se ha pasado de largo ya que para llegar a Outeiro hay que salirse de la carretera.  Efectivamente, recibo poco después llamada de Santi y me indica que ha parado cuando ha visto un cartel que indicaba seis kilómetros hasta Santiago. Son poco más de las once cuando me reúno con él en Susana. Mientras almorzamos tratamos el tema del alojamiento e intento recordar el nombre de la pensión donde me hospedé hace dos años. Buscamos el número y reservamos. Quince euros por cabeza y a cinco minutos de la catedral. Perfecto. Despedimos la conversación “sobraos”: a las doce y media nos ponemos en marcha y en una hora estamos allí.





Lo que sucede es que si los cuarenta kilómetros por carretera fueron aburridos y previsibles, los últimos diez kilómetros por camino iban a dar mucho juego… Retomamos la marcha siguiendo la señalización del camino, que discurre  entre un sinfín de casas diseminadas. Más sube y baja para variar hasta que en un tramo con un tobogán muy pronunciado nos pasamos de largo las flechas. Seguimos por pistas asfaltadas hasta encontrarnos con un viaducto. Consulto el GPS del teléfono y veo una maraña de caminos. Pues venga, a navegar. Tiramos por aquí a la izquierda, después recto y luego a la derecha… Conseguimos cruzar por un puente las vías del tren y seguimos una senda en paralelo a las vías hasta que se acaba. Media vuelta y a buscar otra alternativa. Nos partimos de risa cuando vemos que nos hemos perdido a menos de cinco kilómetros de Santiago. Nada que no tenga arreglo. Una buena paliza subiendo y empujando por los montes circundantes a la ciudad hasta que nos topamos con el cartel de Santiago. A partir de aquí ya todo recto tomando como referencia la Rua de Sar. Lo gracioso es que, cuando ya se divisa al fondo la catedral, todavía toca empujar por un tramo de calle empedrada. Menuda entrada triunfal. Dos horas y cuarto para completar los últimos diez kilómetros…







Al final de la última subida giramos a la derecha y  empezamos a bajar por una calle con muchísimo tráfico de autobuses escolares. Reconozco que estaba un tanto desorientado pero Santi, que el año anterior hizo a pie el Camino Inglés, consigue ubicarse y llegamos a la Plaza del Obradoiro por el acceso del arco. Cuando bajo las escaleras empieza a sonar una gaita pero el nudo en la garganta no dura mucho. Satisfacción sí pero sin la emoción de la primera vez.




Mientras nos hacemos las fotos de recuerdo a Santi le llama la atención una pareja de ciclistas que llevan remolque y portan la bandera de Extremadura. La descripción me resulta familiar. Me acerco a ellos y les pregunto si son Isabel y Paco, del “foro bicigrino” y, efectivamente, son ellos. Un encuentro casual  para redondear el momento. De la lectura de sus crónicas, como de las de otros bicigrinos, he aprendido mucho y me ha alegrado coincidir con ellos aunque fueran unos minutos.
A las tres de la tarde nos dirigimos a la pensión. Hay servicio de lavandería así que aprovechamos para hacer limpieza general. Ducha rápida y a buscar algún sitio donde comer que ya son horas y, tras una pequeña siesta, a hacer la cola para recoger “la “Compostela”.
A las ocho llega el momento del reencuentro con los amigos franceses y cenamos los cuatro en un restaurante que conoce Jean Baptiste de otros años. Una agradable y tranquila velada, sin complicaciones post-cena. Una copa en una terraza próxima y poco más. Nada que ver con la euforia de hace dos años. Lo cierto es que, salvo la actuación de los tunos en los soportales de la plaza, no había demasiada animación aquella noche. Tampoco es cuestión de abusar. Con diecisiete días de fiesta ininterrumpida voy más que servido.




La mañana siguiente es la de las despedidas. A las siete Santi se disculpa por tener que encender la luz de la habitación para terminar de recoger sus cosas. Regresa en autobús y tiene que llegar con antelación a la estación para desmontar la bici y embalarla.
Yo tengo toda la mañana libre así que me quedo un rato en la cama pero no demasiado. Me siento extraño vistiendo de calle de buena mañana. Desayuno y me voy a gestionar la repatriación de la bici al Hostal Lasalle, y así poder moverme libremente sin las ataduras del equipaje. Cuando dejé la bici en el parking-jaula del hostal es cuando tomé conciencia de que este cuento se había acabado, al menos por este año.
Hago las compras obligatorias para la familia, acudo a la misa del peregrino y  le dejo un par de encargos al Apóstol. Me incomoda tanto gentío a mi alrededor tras tantos días de calma.
 El vuelo lo tengo a las cuatro así que prefiero comer pronto. Los franceses se iban a quedar dos días más en la ciudad descansando así que los llamo y ya están comiendo en su “sede” (el mismo restaurante de anoche). Pues comida en compañía y despedida formal. Jean Baptiste ha ido escribiendo un diario en el que dibujaba el monumento o paisaje más representativo de cada jornada. Nos intercambiamos los correos y queda en darme el enlace a su crónica cuando la publique. ¿Quién iba a imaginar que tras aquel encuentro en Carcaboso acabaríamos pasando tan buenos ratos hasta Santiago?
Al salir del restaurante me doy cuenta de que estoy en la Rua das Hortas, el inicio del Camino a Finisterre. Otro excusa para volver.






Antes de dar finalizado este “tostón peregrino” una advertencia para viajeros confiados: el autobús que enlaza con el aeropuerto tarde una hora en hacer el recorrido. No os vaya a pasar como a uno que yo me sé, que tuvo que bajarse a la altura de la estación de trenes y asaltar un taxi para no quedarse en tierra…………….

DIA 16: ORENSE-A LAXE

Miércoles, 18 de Septiembre

Diana un poco antes de las siete y desayuno a las siete y media con los franceses. La rutina de siempre. Sacamos del sótano las bicis y montamos las alforjas. Como de costumbre. Hoy toca ponerse el chubasquero ya que Orense nos despide con una lluvia fina. Esto sí que es novedad. Transitando por las calles peatonales hago una pequeña parada para “atracar” un cajero que ya voy justo de la “otra gasolina”. Lo que alguno llama la “magia” del Camino.
Al final de la calle vemos que la señalización del Camino va en sentido contrario a la circulación. Pues a empujar unas cuantas calles hasta llegar al puente romano sobre el Miño. Entraba dentro de lo posible. Unas cuantas fotos de recuerdo y cruzamos el puente. Todo sigue siendo normal. Avanzamos unos cuantos metros hasta el primer semáforo y es entonces cuando escucho un “clinc” extrañamente familiar que proviene del bolsillo trasero de mi maillot. Otra vez me he llevado de recuerdo  las llaves de la habitación…. Me voy a hacer mirar esta faceta cleptómana que estoy desarrollando. Advierto a los franceses de la peripecia y nos emplazamos para más adelante.
Afortunadamente sólo llevaba recorrido kilómetro y medio pero con tantas paradas ya podía haberme dado cuenta antes…





Llego al hostal en plena discusión con acento latino acerca de unas llaves. Que haya paz hermanos que aquí está el “quinqui” entregándolas voluntariamente. La parte positiva de repetir el itinerario es que ya  tengo memorizado el camino de salida de Orense.
Cuando regreso a la altura del semáforo donde me despedí de los “chavales galos” no tengo muy claro por dónde tirar y le pregunto a un vendedor de cupones que casualmente había sido peregrino. Tengo que torcer a la derecha para llegar a la Avenida de las Caldas y tomar como referencia una gasolinera. El problema es que a esas horas hay un tráfico infernal y los vehículos circulan a mucha velocidad. Así que decido ir lento pero seguro. Voy empujando durante dos o tres kilómetros por la acera, en la que sí hay marcas del camino. Después de unos veinte minutos de paseo veo a la derecha la señalización del “Camiño Real”. Miro el reloj: las diez y todavía estoy en Orense. Vamos bien….



Me quedo unos minutos pensando qué hacer y me replanteo la etapa. Hoy toca etapa de aproximación a Santiago, sin más, porque a este paso me van a recibir en casa con un rodillo de tamaño más grande de lo normal…. La cuestión es que para salir de la “caldera” de Orense no existe alternativa fácil: guillotina o garrote vil; guatemala o guatepeor. O las temibles “costiñas” con desniveles del 20 % con  empujing asegurado (por Cudeiro o por la variante de Canedo) o bien ocho kilómetros de subida ininterrumpida por la N-525, que es la que tomé finalmente. Una sesión de molinillo de más de una hora que me hizo sudar como nunca (propiciado también por la humedad del microclima orensano). La proporción era de goterón cada dos pedaladas. Ese día sí que puedo asegurar que dejé un buen rastro para seguirme…
La carretera deja de subir a la altura de Cambeo y mientras me tomo un descanso recibo llamada de Santi que acaba de llegar a Tamallancos después de subir por el trazado original. Ninguno de los dos caemos en la cuenta que estamos separados por apenas dos kilómetros y quedamos en vernos para almorzar en Cea.



Como no podía ser de otro modo, estando en Galicia, la carretera es el típico sube y baja. Tengo que salirme de la Nacional para entrar en Cea. Sello en el Ayuntamiento, fotografío la famosa Torre del Reloj y me dirijo al horno-tienda-bar donde ya está instalado Santi. Pues bocadillo con el famoso pan del pueblo para recargar las baterías.




La parada para repostar fue de lo más oportuna ya que, si bien he obviado la subida hacia el Monasterio de Oseira, la carretera, entre el previsible carrusel gallego, me depara otra sorpresa: seis interminables kilómetros de subida hasta el Alto de San Martiño. La verdad es que llego arriba con bastante dignidad pero no sé si achacarlo al cursillo intensivo  de montaña de estos últimos días, a los juramentos que salían de mi boca entre pedalada y pedalada o a una mezcla de ambas cosas…  




A continuación dos kilómetros de descenso hasta Castro-Dozón y nuevo repostaje que me había ido de Cea sin tomar el postre: café y bollería para reponerme de tanto derroche de calorías, consecuencia del valor doble del kilómetro gallego. De todos modos no hay riesgo de engordar ya que nada más emprender la marcha hay otro kilómetro largo de subida hasta el Alto de Santo Domingo. Me viene a la mente el tramo entre Samos y Melide en el Camino Francés. Subidas y bajadas para aburrir. Y cual valor inestable en un mercado bursátil voy pasando la tarde hasta que recibo nueva llamada de Santi y me comenta que ha parado en una rotonda a la entrada de Lalín.  Le digo que  debo de estar cerca (acababa de pasar el cartel anunciador de entrada en su término municipal) aunque la cercanía resultó relativa ya que tardé casi media hora en llegar a su altura. Una vez reunidos me pregunta si no me ha parado un coche que entregaba publicidad de un albergue. No fui merecedor de tal atención pero esto suena a que ya estamos cerca de Santiago. Convenimos continuar hasta A Laxe y, en caso de no encontrar alojamiento, proseguir hasta Silleda, que es lo que se publicitaba en el folleto que le entregaron a pie de carretera.

Lo curioso es que a los primeros conductores a los que les pedimos indicaciones para llegar hasta este albergue desconocían la existencia de esta población. El tercer encuestado sí que logró explicarnos que había que continuar por la Nacional en dirección a Santiago. Efectivamente, tras  unos cinco kilómetros y pasarnos de largo unos metros el minúsculo cartel indicador descubrimos el misterio: A Laxe es una pequeña aldea perteneciente al Concello de Lalín, encajonada en una vaguada entre la Nacional y la Autovía. Descendemos por un camino y trescientos metros después nos encontramos con una construcción que desde fuera parece más bien un bunker. Pero las apariencias engañan. El albergue es de lo más acogedor, amplio y con buenas instalaciones. Pues aquí nos quedamos. Hay dos salas de literas. Una de ellas estaba ocupada por un grupo organizado de universitarios de Valladolid y en la otra coincidimos los “desorganizados”, a saber, dos bicigrinos andaluces, una peregrina portuguesa, otro holandés y nosotros dos. No hay problema para elegir cama. Tras la ducha reparadora,  y en vista de que los estudiantes pucelanos tienen copado el tendedero (lavar para no poder tender es tontería…), nos dirigimos, sobre las seis y media, al bar que hay junto a la carretera y, como el que no quiere la cosa, acabamos celebrando el final del camino con un día de antelación. Había partido de cuartos de final del Europeo de baloncesto (España-Croacia). Salimos a ronda de cerveza por cuarto y enlazamos con la cena, levantnado la sesión tres horas y media después. Esa noche puedo asegurar que no pasé frío…

lunes, 30 de diciembre de 2013

DIA 15: LAZA-ORENSE

Martes, 17 de Septiembre

Esa mañana hago un esfuerzo de concentración mientras recojo los bártulos. ¿De mentalización para  atacar  otro de los “cocos” del Sanabrés? No. Eso me lo dejo para el momento del desayuno.  El  motivo es que no quiero olvidarme de devolver las llaves del albergue a Protección Civil, que no está la cosa como para dar media vuelta a mitad de la subida….
Como el bar donde cené anoche está cerrado me dirijo a otro que se encuentra en la misma calle,  donde me sirven unas tostadas de considerables dimensiones. He de decir que Laza ha sido de los contados lugares donde  he notado que a los peregrinos se les trata de una manera especial.




Los tres primeros kilómetros de la jornada son llanos y empiezo a dudar si no habré tomado la carretera en sentido contrario. Cuando veo el panel de Soutelo Verde me quedo más tranquilo pero a partir de este pueblo ya se pone el tema cuesta arriba. Después de  tres kilómetros de subida ya tengo excusa para hacer fotos, ja,ja,ja.  Y todavía me faltan unos seis más para llegar a Alberguería. Pues paciencia y resignación. El puerto se me hace largo para variar. No tiene apenas descansos y hay muchísimas curvas, lo que lo hace peligroso porque los vehículos que pasan advierten mi presencia cuando ya están muy cerca. Y la mayoría son camiones. Así que me pego todo lo que puedo al arcén no sea que alguno me dé un “empujón”…








Llega un momento en que la carretera gira a la izquierda y deja de ser tan sinuosa. En ese punto adelanto al pelotón de peregrinos (unos siete u ocho) que habían partido de Laza. Un kilómetro más y ya tengo a la vista el cartel de Albergueria. Poco después de entrar en el pueblo hay que girar a la izquierda para llegar al famoso bar de las conchas, el “Rincón del Peregrino”. Otro lugar de visita obligada. Allí me encuentro con los franceses. Pues refresco y ración de empanada para celebrar la ascensión. Y como información de servicio, Luis, el propietario del bar, ya tiene acondicionado el albergue. Bueno es saberlo....







Desde Alberguería todavía quedan dos kilómetros de subida pero ya no se me hacen tan pesados como los anteriores. La referencia buena para saber donde se corona no son las antenas que se ven a la derecha, en otro monte, algo antes de llegar al pueblo sino dos silos que se encuentran a la izquierda una vez pasado éste. Luego ya descenso hasta Vilar do Barrio donde completo el almuerzo.
A partir de aquí me olvido de la guía y me dedico a seguir las flechas. Al principio por carreterillas locales, atravieso un par de pueblos y después un tramo de  unos cuantos kilómetros de pista totalmente llanos.
A la salida de Bobadela la carreterilla parece que va en la buena dirección pero prefiero seguir las flechas que indican desviarse a la derecha. Parece que he elegido bien porque me encuentro atravesando un bonito bosque al resguardo del “Lorenzo”.







Todo muy bonito y un recorrido demasiado fácil para estar en tierras gallegas. La trampa viene un poco después. Desaparecen los árboles y el camino se empina hasta un montecillo. Me toca empujar por dos motivos: al principio por el desnivel y después porque la senda está alfombrada por unos cogollos secos de lo que parecen ortigas o parientes de éstas. Tengo que parar cada cien metros para ir quitando las púas que se están clavando en las cubiertas. Un rato de lo más distraído. Esto de los pinchazos es un misterio. El año pasado pinchaba sólo de pensarlo y en cambio éste, salvo el primer día, ni atravesando un campo de púas….
Al menos, las vistas desde lo alto de la loma compensan lo penoso de llegar hasta aquí.







El principio de la bajada también tiene su gracia. Empinada, rocosa y resbaladiza. El lugar ideal para darse una leche. Después otro bonito tramo entre árboles hasta otra aldea (Cima de Vila) donde un vecino me confirma que voy en la buena dirección hacia Xunqueira de Ambía. Poco después me encuentro con un pequeño problema de “tráfico”. El camino está ocupado por un Mercedes. Aunque oigo ruido en un maizal cercano no veo al paisano. Finalmente me toca pasar la bici con cuidado, no vayamos a rayarle el coche al labriego y tengamos un disgusto, con la penitencia de rasparme la pierna y el brazo izquierdo. Parecía que me hubiera peleado con un gato, ja,ja,ja.




Pasadas las tres de la tarde llego a Xunqueira de Ambía.  Me siento a descansar en un banco a la sombra, junto a la iglesia y frente a un bar, en esos momentos cerrado, y con un curioso cartel de reclamo…




La salida de Xunqueira es cuesta abajo pero todavía queda un kilómetro largo de subida hasta el siguiente pueblo y a partir de aquí los últimos veinte kilómetros ya son en continuo descenso hasta Orense, donde me había citado con los amigos franceses. La ventaja de ir coincidiendo con ellos es que hacen el “test de habitabilidad” a las pensiones, y esta vez localizan una a escasa distancia de la Plaza Mayor. Allí también se alojaría Santi, que tuvo un “intercambio de pareceres” con el hospitalero del albergue. No se le ocurrió otra cosa que “bacilarle” al final de la jornada cuando no estaba precisamente para bromas el salmantino.
Orense es una ciudad que merece una visita más pausada. Me llama la atención el bullicio vespertino del centro peatonal y la animación nocturna de sus terrazas en un día de entre semana.



jueves, 26 de diciembre de 2013

DIA 14: PADORNELO-LAZA (Una etapa dura, bonita y gratificante)



Lunes, 16 de Septiembre

Otro día que comienza con el tradicional desayuno a las siete y media con los amigos franceses. Y como de costumbre me pongo en marcha un poco más tarde que ellos con la certeza, o mejor dicho creencia, de que coincidiremos a lo largo de la jornada.
Como novedad, los primeros kilómetros son de enfriamiento, consecuencia de empezar cuesta bajo prácticamente hasta Lubián.



Pero la sensación de frío desaparece pronto ya que una vez superada esta población empieza la subida al puerto de La Canda. La primera parte de la ascensión la hago por una carretera estrecha (la ZA-106) en la que sí que noto que, a mi ritmo, avanzo. Lástima que desconociera que continuando por la misma carretera también se corona el puerto, ya que al incorporarme a la N-525 vuelvo a tener la misma sensación de ayer de pedalear en medio de la nada. De todos modos, este puerto en más corto que el Padornelo y no tardo demasiado en llegar al túnel que anuncia el final de la subida.
Una vez atravesado el túnel tengo sensaciones contradictorias: satisfacción por entrar en Galicia y cierta tristeza por lo que significa estar en la parte final de mi viaje.


Primeras vistas de Galicia


Al llegar a Vilavella me cuesta encontrar la señalización del camino. Le pregunto a una señora que, muy amablemente eso sí, me da una larga explicación de la que sólo logro entender tres palabras: “a la izquierda”. El motivo de hacer este tramo por camino se debe a la curiosidad de pasar  junto a la ermita de Nuestra Señora de Loreto, que es la patrona de mi pueblo y el nombre de la persona que me extiende, con resignación, los permisos  matrimoniales para mis escapadas septembrinas de los últimos años.
Es un tramo de unos cinco kilómetros al que se accede por una corredoira con un pronunciado descenso que resulta ser demasiado técnico para mí. Pues a empujar un rato que al menos el paraje es bonito. Con lo que no contaba era con toparme con una cancela cerrada a cal y canto. Tenía un pequeño acceso a la derecha por donde pueden pasar los peregrinos a condición de que se quiten la mochila pero en mi caso no me queda otra solución  que desmontar las alforjas y pasar la bici por arriba. Así que entre una cosa y la otra empleo una hora para llegar a la ermita.



La puñetera valla......

Ermita de Nuestra Señora de Loreto

Unos cientos de metros después el camino desemboca en O Pereiro y, en vista del éxito obtenido, abandono la faceta aventurera y me voy a lo práctico: tomo la carretera OU-311 hasta enlazar con la Nacional. Al poco de incorporarme al asfalto me encuentro a un tipo ataviado con chaqueta militar que, encaramado a una peña, saluda a todos los coches que pasan. Cuando llego a su altura me da ánimos para la subida. ¿Cómo? ¿He oído bien? Pues sí. No contaba con que había que subir el Alto do Cañizo.



Y tras la subida sorpresa de cinco kilómetros, descenso hasta A Gudiña. En esta población me siento un tanto desorientado y necesito consultar la guía, que dice textualmente lo siguiente: “salimos de A Gudiña por la calle Mayor que nos lleva hasta la plaza mayor…”. Como la explicación no es suficiente conecto el GPS del teléfono y averiguo que la Rua Maior es la calle paralela a donde me encuentro, que es la continuación de la Nacional a su paso por el pueblo. No me había perdido, pero es que el adjetivo “mayor” a la calle y la plaza que me encuentro es cuanto menos generoso. Una calle estrecha y una pequeña plaza con un cruceiro donde sí aparece la famosa bifurcación del camino por Verín o Laza. La opción la tenía clara pero resulta que la ruta hacia Laza se ha desviado como consecuencia de las obras del AVE. Vaya con las obritas…

Plaza Mayor de A Gudiña




Tanto “esfuerzo mental” para orientarme en una población de poco más de mil seiscientos habitantes me ha dado hambre.  Afortunadamente sigo cumpliendo la norma de hacer caso a mi estómago y es que las calorías del generoso bocata de tortilla que me sirvieron me iban a hacer falta en los siguientes kilómetros.
Vamos a ver qué nos depara el desvío: hay que continuar por la N-525 por la alternativa de Verín durante unos cinco kilómetros y abandonar la carretera por la derecha a la altura de una estación de servicio. Tengo que hacer un ejercicio de disciplina para tomar el desvío porque el viento sopla a favor en dirección a Verín. Por  una vez que voy como un tiro….
Sigo en paralelo a la carretera unos metros pero no veo señalización del camino. Doy media vuelta y veo  un pequeño cartel que indica Erosa. Pues por ahí será. La carreterilla desciende rápidamente hasta un bosque y  el hecho de estar más bajo que la Nacional me da mala espina. Efectivamente, la carreterilla se empina hasta llegar a este pueblecito. Atravieso sus calles hasta que se acaba el asfalto. Con el jaleo de los perros que advierten de la presencia del intruso se asoma una vecina y me indica el camino para ir a Venda da Capela. Cuando le pregunto por la distancia, resopla y me contesta que está lejos. La señora, que ya tiene unos añitos, recordaba  ir de niña por ese camino y que tardaba varias horas en llegar porque había que subir mucho. La información hay que procesarla: de niños las distancias siempre parecen más grandes así que estimo que tengo para una hora y media y lo cierto es que no me equivoqué por mucho.
Desde Erosa el camino empieza otra vez en descenso, entre árboles, atravesando un riachuelo, aunque no lleva demasiada agua en esa época.





Y poco después ya empieza la subida a la sierra. Aunque el primer tramo tengo que hacerlo empujando, el camino es ciclable. A medida que se va ascendiendo desaparecen los árboles. Diez kilómetros en soledad y en absoluto silencio, solo roto cuando el viento trae el sonido del traqueteo de la maquinaria pesada que se encuentra unos kilómetros más Este. Subo pensando en mis cosas y aprovecho los descansillos que voy haciendo (bueno, que me veo obligado a hacer) para admirar el paisaje que dejo atrás. Como se suele decir, “jodío pero contento…” Y esto era sólo el principio.

 
Empezando la subida a los Montes de Erosa









El único problema es que me estoy quedando sin agua y no veo el final de la subida. Sólo hubiera faltado que  me deshidratara en Galicia y a pocos kilómetros de un embalse. Pero finalmente llego a Venda da Capela y a la entrada de la aldea hay una fuente donde puedo refrescarme y reponer agua para el resto de la etapa.
La primera imagen el embalse fue un tanto decepcionante ya que el terreno está removido por las obras.



La cicatriz de las obras del AVE


Pero a partir de aquí el recorrido es una gozada.  La carreterilla discurre por la cresta del monte, flanqueada por la derecha por el Embalse  das Portas y por la izquierda con más montañas. Cada poco tiempo necesito detenerme para contemplar las vistas.

Y comienza el festival......







Campobecerros

En Campobecerros paro en el Bar Da Rosario a tomar un refresco y deleitarme con el recuerdo del paisaje de los últimos kilómetros. Aprovecho para charlar con un vecino y me confirma que tanto el albergue como la pensión que hay en el pueblo están ocupadas por los operarios. Hasta que no terminen las obras no va a ser posible hacer noche aquí.



A la salida de este pueblo hay un kilómetro y pico de subida que se las trae. Luego se desciende hasta Portocamba y otra vez a subir hasta la Cruz del Milladoiro. Otra de esas estampas típicas del Camino Sanabrés.

Portocamba




A la izquierda de la cruz está señalizado el camino que se convirte en la traca final de la etapa. El descenso hasta Laza por una pista que discurre por la ladera de la montaña y que te adentra en lo más profundo del valle. Si no fuera porque ya eran más de las siete no me hubiera importado hacer un buen tramo caminando. El lugar lo merece. De todos modos hay que ser precavido en la bajada, sobre todo en su primera parte. Sin darte cuenta la bici toma mucha velocidad, y si bien la pista es ancha, en las curvas hay mucha gravilla. Fue el único día en que al final de la jornada lo que me dolían eran las manos en lugar de las piernas.







Una vez en Laza toca fichar en el local de Protección Civil, donde te facilitan la llave y las fundas desechables habituales en los albergues de la Xunta, así como información para la etapa siguiente. En el albergue me reencuentro con los amigos franceses así como con Santi, el salmantino, que se queja de las rodillas y se ha visto obligado a acortar la etapa. Qué más puedo pedir. Un día inolvidable y buena compañía para la cena.


Albergue de Laza