domingo, 27 de octubre de 2013

DIA 6: CÁCERES-GALISTEO

Domingo, 8 de Septiembre


Disponer de una habitación para mí solo y una buena cama no me ha garantizado el descanso. No conseguí quedarme traspuesto hasta las dos y media de la madrugada. Cosas de alojarse un sábado por la noche en una calle contigua a la zona de ambiente de una ciudad. Pero tampoco es cuestión de quejarse demasiado ya que al menos he podido dormir  algo más de cuatro horas. En cambio, mi anfitrión y guía, tras finalizar su jornada laboral a las siete de la mañana, se ha puesto el otro traje de faena y a las ocho y cuarto estaba como un clavo a la puerta del albergue.
Paco me lleva hasta una churrería cercana, frente a la plaza de toros, donde desayunamos. Los churros de primera y de alto octanaje. Cuarenta kilómetros de autonomía asegurados.
De Cáceres se sale por una carretera sin arcén que se abandona a los pocos kilómetros para continuar en paralelo, a resguardo del tráfico, hasta Casas de Cáceres. Una vez atravesada esta población, ya se sigue por camino, al principio en subida para después rodar por un altiplano en el que no puedes dejar de dar pedales. Según Paco da igual el sentido en el que lo recorras. La sensación es la misma. Y lo cierto es que es de agradecer ir acompañado al ser un tramo solitario e  inhóspito.
Adelantamos a un par de peregrinos y tras abrir una cancela, nos adentramos por una senda arenosa, afortunadamente más compactada de lo habitual gracias a la lluvia de ayer, en la que se encuentra el tan fotografiado depósito de miliarios romanos. Le comento a Paco que pensaba que me iba a encontrar muchos más, a lo que me responde que el resto, probablemente, haya servido para construir los muros de piedra que separan el camino de las fincas colindantes. Un caso práctico de reciclaje.




El camino se interrumpe a la altura de la nacional por las obras del AVE. Y este es el punto donde Paco finaliza su labor de escolta y yo he de continuar en solitario. Mil gracias por tu compañía, consejos y atenciones en estas dos jornadas.




La carretera desciende, bordeando el embalse de Alcántara, hasta el puente sobre el río Almonte, para luego ir remontando hasta el río Tajo. Nuevo descenso y otra subida a la altura del club naútico. Cuando me queda poco para finalizar esta última ascensión me desvío a la izquierda en busca del albergue que hay junto al embalse, ya que voy justo de agua. El acceso no está muy bien indicado, probablemente porque las señales de tráfico en este tramo están tapadas por trabajos de mantenimiento. Cuando localizo el albergue está cerrado. Son las once y media y no abre hasta las doce. Pues a esperar en la terraza contemplando el paisaje, si bien la espera se reduce a quince minutos. Me tomo un refresco, cargo el camel-bag, sello y a continuar.





La gracia de desviarse es que hay que subir los quinientos o seiscientos metros que con tanta alegría había bajado hasta llegar de nuevo a la carretera. Las señales del camino aparecen de inmediato a la derecha. Un camino “alfombrado” de roca y con una fuerte pendiente que me obliga a empujar casi un kilómetro. Al menos las vistas merecen la pena.




Una vez arriba me viene a la cabeza la descripción que me había dado Paco de este tramo del camino en dirección a Cañaveral. El problema no es el desnivel, ya que es prácticamente llano, sino el piso. Una pista con piedras incrustadas que hace muy incómodo el pedaleo, similar a cuando se pasa sobre las rodadas de un tractor. Un estupendo banco de pruebas para los fabricantes de pegamento de dentaduras postizas.



Diez kilómetros de traqueteo atravesando explotaciones ganaderas con algún que otro desvío como consecuencia de las obras del AVE. Cuando llego a la altura de Cañaveral las marcas del camino parecen indicar que hay que continuar recto, alejándome del pueblo. Son casi las dos y el sol empieza a apretar, por lo que prefiero ir sobre seguro, siguiendo los indicativos del GR del Camino Natural del Tajo. La dirección será la correcta pero me encuentro con una senda de rocas escalonadas, algunas de ellas pulidas, con el consiguiente riesgo de dar un traspiés. Bonito camino éste. Lo he empezado empujando y lo termino descabalgado por seguridad.


Cañaveral



Así que, entre cocido y aburrido por este “divertido” tramo, paro en el primer bar que hay a la entrada de Cañaveral a hidratarme y llenar el buche a cubierto del Lorenzo. El hostelero me dice que puedo bañarme en la piscina. Tentador pero declino la oferta. Primero, porque seguiría expuesto al sol y segundo, porque si me pongo el bañador, corro el riesgo de que me entre la perrera y dé por terminada la jornada.
Mientras como, llega un peregrino al que había adelantado cuando todavía iba en compañía de Paco. Viene chorreando y se bebe litro y media de agua de una sentada. Tenía tanta sed que, al ver el cartel anunciador del bar, ha pasado por debajo del guardarrail de la carretera en lugar de seguir el camino. Lo dicho. La poca señalización del albergue del embalse ha hecho que lo pasara de largo. Una faena si vas a pie.
A las cuatro y media, a pesar del calor, me hago el ánimo de continuar. Atravieso el pueblo en subida y paro en la gasolinera que se encuentra a la salida para hacer unas compras. El encargado me dice que es la primera vez que se encuentra a un ciclista que, además de algunas chucherías, compra un mechero y un paquete de tabaco. Le contesto que tiene que haber de todo y yo soy la vergüenza del gremio, ja,ja,ja.
Antes de marcharme le pregunto si voy bien para ir por carretera a Grimaldo y me contesta afirmativamente: “Sí, por el puerto….”. Ein!! ¿Que la graciosa cuesta que recorre el pueblo es el comienzo de un puerto? Pues va a ser que sí: el Puerto de los Castaños. De todos modos los cuatro kilómetros de subida no fueron para tanto. Creo que el tramo más empinado era precisamente el que atravesaba Cañaveral. Y a mitad de subida hay zonas de sombra que lo hace más llevadero. Se corona al llegar a una rotonda frente a un puticlú. Estoy empezando a sospechar que lo de la Ruta de los Paradores es un nombre en clave…

A partir de aquí poca historia. Los experimentos me los dejo para las mañanas así que, una vez en Grimaldo, descarto ir por la famosa finca en la que está cortado el paso y opto por tomar la alternativa de la carretera a Holguera, casi todo en descenso, y de ahí hacia el “misterioso” pueblo de Riolobos. Lo califico así porque no hay un solo panel indicativo hasta llegar allí, y el que anuncia la entrada en la población está descolorido. Vamos, que una manita de pintura no le vendría mal.



Cruzo de una punta a otra el pueblo y ni rastro de señales para ir a Galisteo. Pregunto a un vecino y me explica que la carretera se encuentra justo a la entrada del pueblo. Pues venga, kilómetro y medio de propina.
Como no queda demasiada luz solar (son más de las siete) decido terminar la jornada en Galisteo, al que se accede por una buena cuesta. Me voy a acordar del ardor guerrero de nuestros antepasados y la manía de situar las poblaciones en alto….
Me detengo a la altura de un hostal y consulto mi guía. Hay un albergue municipal pero hay que llamar a un teléfono para que te faciliten las llaves. El problema es que son más de las siete y media de un  domingo, es el Día de Extremadura y un coche anuncia por megafonía la celebración de un acto en la plaza del pueblo para las ocho. A ver quién es el guapo o guapa que viene a abrirme y a qué  hora. Así que opto por quedarme en el hostal que, además, dispone de bar.
La bici hay que subirla a la celda, digo a la habitación. Las instalaciones…….en fin, por diez euros tampoco me voy a poner exquisito.
Me ducho haciendo malabares para que mis cosas no toquen el suelo y tiendo la ropa en un callejón, donde veo ropa de ciclista que me resulta familiar.Durante la cena descubro que pertenece a dos franceses entrados en años y que juraría que son los que vi de manera fugaz de camino a Aljucén.

A las nueve y media, mientras me sirven el postre, estoy empezando a dar cabezadas, así que me apresuro en acabar. La escalera que da acceso a las habitaciones se encuentra junto a la cocina así que toda la planta está ambientada con una penetrante fragancia de “eau de fritangue”. Acogedor lugar éste. Pues a apagar la luz que para lo que hay que ver….







miércoles, 23 de octubre de 2013

DIA 5: MÉRIDA-CÁCERES

Sábado, 7 de Septiembre

Hoy, y sin que sirva de precedente, soy yo el que inicia la sinfonía de ruidos mañaneros. Todavía no son las siete y parece que nadie quiere arrancar. La explicación es que la mayoría de los alojados aquella noche éramos ciclistas y los únicos peregrinos de a pie, el matrimonio italiano, parece que va a quedarse un día más para que el hombre se recupere de la gastroenteritis.
Preparo el equipaje tranquilamente mientras espero a que amanezca. Opto por desayunar algo de bollería que compré ayer acompañado de un chocolate de la máquina expendedora del albergue para comenzar la jornada pronto. El motivo es que hoy tengo una “cita a ciegas” en algún punto indeterminado del camino con Paco, un colega del foro bicigrino, que viene a mi encuentro desde Cáceres, y no era cuestión de que me recogiera en Mérida, cosa que, si me descuido un poco, hubiera ocurrido.
Al ser fin de semana a esas horas no hay apenas tráfico y la salida de la ciudad está bien indicada, tomando como primera referencia el Acueducto de Los Milagros.




Después se toma una carreterilla que, para variar, se va empinando. Tras una rotonda aparece el carril-bici que conduce hasta el embalse de Proserpina. Menuda sesión de obra pública romana que llevo entre la tarde de ayer y las primeras horas de hoy. Eso sí, el concejal de urbanismo de la época no escatimaba en la calidad de los materiales a juzgar por la longevidad de las obras….





El camino bordea una parte del embalse y se abandona pero una carretera local para, tras un par de kilómetros,  tomar a mano izquierda un bonito camino entre árboles. Poco después de adentrarme en este paraje, en dirección a El Carrascalejo, me alcanzan dos ciclistas que había visto desayunando a la salida de Mérida pero que no me sonaban del albergue. Nos saludamos y tras las obligadas presentaciones resulta que uno es de Elche y el otro de Alicante. Pues conmigo ya formamos el Triángulo de los Bermudas, ja,ja,ja. Si es que lo malo abunda…. El día anterior habían viajado en coche hasta Mérida y hoy era su primer día de Camino.
Durante los pocos minutos que estuvimos parados aparecieron otros dos ciclistas extranjeros, en este caso mayorcitos, que al retomar la marcha perdí de vista, sin saber en ese momento el protagonismo que tendrían en mi camino los días venideros.
Continué, en compañía de mis paisanos, hasta Aljucén, donde nos separamos. Al despedirnos les comenté que si se cruzaban más adelante con un ciclista preguntando por un alicantino despistado, que les advirtiera que iba de camino.





El motivo de no continuar en compañía fue que vi un bar en la plaza y no me pude resistir a la tentación de desayunar de manera reglamentaria. No tenía hambre pero por si acaso iba a rellenar el depósito. Además, todavía no eran ni las diez y consideraba que iba bien de tiempo. Pues media hora larga de parón.
De Aljucén se sale por carretera hasta la inevitable N-630 para a los pocos metros tomar el desvío del camino a la derecha, que discurre por el Parque Natural de Cornalvo. Un bonito recorrido por paisaje de dehesa, alejado del tráfico rodado y con una temperatura agradable gracias a estar parcialmente nublado. Mejor así que de sol ya he ido servido estos días.
Sobre las diez y media, cuando llevaría recorridos unos cuatro kilómetros por el interior del parque, recibo la primera llamada de Paco. No recuerdo si se encontraba en Aldea del Cano y se dirigía a Casas de Don Antonio, o ya estaba en este último pueblo,  donde me esperaría. En esos momentos no logro ubicar esos pueblos en el mapa y sólo acierto a decir que deben de quedarme unos 15 kilómetros hasta Alcuéscar.




Continuo pedaleando embelesado por el paisaje si bien empiezo a agradecer el “repostaje” de Aljucén, porque el camino es de subida  y la velocidad media se desploma.
Una hora más tarde nueva llamada para ver por donde ando. Calculo que todavía faltarán unos 7 u 8 kilómetros y me comenta que va a continuar hasta Alcuéscar y que lo me queda ya es “fácil”. Pues a mí no me cuadra nada. O Paco está muy fuerte (que lo está) y yo soy un flojeras (que también),  pero me estoy dando una panzada a subir de lo más interesante. Y además, empieza a entrarme complejo de novia que llega tarde a la boda.
Veinte minutos después nueva llamada. Con tanto intercambio de llamadas ya sólo falta que digamos aquello de “minuto y resultado”. Tomando como referencia mi cuentakilómetros estimo que me faltarán un par de kilómetros, aunque probablemente quedara alguno más. Me las prometía felices pensando que ya había terminado lo peor de la ascensión, ya que llevaba un tiempo rodando por llano, hasta que me encuentro con otra larga rampa de subida. Y ni rastro del pueblo.
Al final de esta subida, que resulta ser la última, me encuentro con una de esas “bromas” pesadas del Camino. Hay unas flechas amarillas que indican que, girando a la izquierda, hay un hostal a un par de kilómetros, lo que me hace desconfiar. En cambio, las marcas que indican seguir en línea recta en dirección a un albergue están borradas con pintura blanca. Pues esta vez el instinto no me falla y la dirección correcta es en línea recta.
Cuando me encuentro con las primeras casas veo un ciclista que se dirige hacia mí y me hace señas. Es un compañero de Paco. Me saluda y me guía hasta un grupo de ciclistas. Menudo recibimiento. ¡Sólo faltaba la banda de música! Y el que se encuentra en el centro con el maillot de bicigrino pues …”Doctor Livingstone, supongo”, digo Paco.



El resto de la “grupeta” se marcha, que deben de haberse enfriado de tanto esperar al “Expreso de Mérida”, y nosotros, tras tomar un refresco en un bar cercano, seguimos por camino. Los kilómetros pasan muy deprisa mientras charlo de lo divino y de lo humano con mi anfitrión y guía.
Al llegar a Casas de Don Antonio me llama la atención una flecha amarilla que señala a un garito de esos de luces rojas que tiene el apropiado nombre de “El Pecado”.  Me pregunto si algún peregrino habrá parado a sellar la credencial allí……..




Sobre el mediodía llegamos a Aldea del Cano y Paco localiza un restaurante donde comer. Dejamos las bicis en la zona trasera, junto la cocina, a la vista del cocinero y de una gallina que está en el “corredor de la muerte”. Animalico….
Esto sí que es bicigrinar es condiciones. Primer y segundo plato, postre y café,  buena compañía y todo ello amenizado por los coros de una excursión de jubilados, que con la primera copa de vino se habían arrancado a cantar. Qué más se puede pedir.





Venga. Pues ya sólo queda el último empujón hasta Cáceres. Pedalear junto a Paco es todo un lujo porque se conoce hasta el último bache del camino en este tramo. De la nada aparece un aeródromo y a la hora de atravesarlo inconscientemente freno no vaya a pasar en ese momento un Boing de ésos…
A la salida de Valdesalor tengo el habitual encuentro con los ciclistas alemanes. Mi anfitrión, que “espiquea english very well”, les advierte que se han parado en un cruce muy peligroso y les ofrece unirse a nosotros. Si dura un poco más la jornada este hombre acaba comandando un pelotón.




Seguimos por camino si bien el tramo más complicado de la subida al Puerto de las Camellas lo hacemos por carretera. Una vez coronado el alto, los alemanes prefieren seguir por asfalto y nosotros continuamos por camino. Mi particular guía ya me había advertido que el casco histórico está en la parte alta de la ciudad pero aun así se me hizo un nudo en la garganta cuando veo de refilón una calle con una pendiente de las que quitan el hipo. Ya me veía sacando las alforjas y haciendo viajes para llegar arriba. Creo que Paco escuchó mi exclamación porque me guió hasta la Plaza Mayor buscando las calles con menos pendiente, cosa que agradecieron mis piernas.




Un par de fotos y me acompaña hasta la puerta del albergue turístico “Las Veletas”, que se encuentra a muy pocos metros de la plaza. A la hora de la despedida, le digo que me disculpe ante su señora por el “secuestro” sabatino, porque aunque sea rigurosamente cierto, a veces no es fácil de creer que has salido a las nueve o las diez a hacer una ruta en bici, que te has liado y recalas pasadas las seis de la tarde. Y, además, sólo faltaba que Paco llegara hecho una sopa porque unos nubarrones amenazantes se ciernen sobre la ciudad.



Mientras me registro en el albergue el propietario se lamenta de los pocos peregrinos que hay en comparación con el año anterior. Lo cierto es que, aparte de mí, sólo hay un matrimonio más alojado. Lugar acogedor  y las instalaciones de primera. Más que recomendable.
Mientras lavo la ropa cae un  chaparrón aunque no dura demasiado. Pues nada. Hoy toca aclarado con agua de lluvia.







Tras la pequeña vuelta turística me encuentro en las escalinatas de la Plaza Mayor con mis paisanos de Alicante y, finalmente, nos vamos juntos a cenar. La cena me sale relativamente barata ya que, aunque somos tres, sólo comemos dos. Uno de ellos no come “ná”. Echamos unas buenas risas durante la cena y me cuentan su plan de viaje. Tienen sólo una semana de vacaciones así que van a recorrer estrictamente la Via de la Plata desde Mérida hasta Astorga. Les aconsejo que, ya puestos, hagan 20 kilómetros más y lleguen hasta la Cruz de Ferro, por lo respirar algo de ambiente peregrino.

Como curiosidad, hablando de esto y de lo otro, resulta que la quiromasajista a la que voy presta servicio también en la empresa en la que trabajan. Vamos: como para venir aquí con la querida……….

martes, 15 de octubre de 2013

DIA 4: ZAFRA-MÉRIDA (Por fin una jornada monótona...........)

Viernes, 6 de Septiembre


Segundo día que me caigo de la cama sin ayuda externa.  He vuelto a dormir de un tirón así que espero no haber molestado demasiado a mi compañero de habitación, un norteamericano de ochenta años un tanto sensibilizado con el ruido. Aunque ahora que lo pienso se acostó con antifaz y tapones….
Este peregrino venía “rebotado” del otro albergue y pernoctaba por segundo día consecutivo en Zafra. El motivo es que había roto sus botas y no tuvo mejor idea que coger un autobús a Sevilla, para comprarse unas nuevas, y regresar el mismo día.  Y compartió conmigo su gran descubrimiento: una tienda donde había toda clase de artículos relacionados con el deporte. Vamos, que había ido al “Decartón”, ja,ja,ja.
Desayuno en compañía del hospitalero y Juanlu, un bicigrino que empezó su camino en Rota. Charlamos un buen rato y, tras hacernos unas fotos, comenzamos la jornada juntos.



Antes de que el desayuno hiciera efecto me encuentro con tres kilómetros de subida. ¡Qué bonito empezar la mañana resoplando…! Y qué desperdicio de energías. Tanto subir para acto seguido tener que “estrujar” las manetas de freno, en un vertiginoso descenso de apenas un kilómetro, por una pista de cemento para llegar a Los Santos de Maimona.



Esta fue la única dificultad destacable del día. A partir de aquí seguimos por camino en animada charla, con unos primeros kilómetros muy bonitos entre olivos y, casi sin darnos cuenta, llegamos a Villafranca de los Barros, donde paramos a almorzar.



Para los peregrinos de a pie debe de ser una tortura recorrer los siguientes 27 kilómetros hasta Torremejía. Sin poblaciones intermedias ni sombra donde cobijarse. En bicicleta, en cambio, los kilómetros caen con facilidad. Trazado prácticamente llano entre viñedos, primero por caminos de arcilla y más adelante por pistas de tierra compactada. Hacia la mitad del trayecto hay una larga recta de falso llano que me recuerda a  la cinta transportadora de una fábrica de alimentos rebozados ya que, mientras la recorremos, vamos siendo periódicamente espolvoreados por los tractores con los que nos cruzamos.
Tras cruzar una carreterilla tengo mi ya tradicional encuentro con el dúo alemán. Empiezo a pensar que están haciendo algún tipo de promesa de no pisar bares porque los descansos siempre los hacen al pie del camino. Y no creo que sea por motivos económicos ya que suelen pernoctar en hoteles cuando no encuentran paradores….





Pasadas las dos llegamos a Torremejia, pueblo que también se hace de rogar desde que se divisa por primera vez. La idea era la de parar a comer pero el único bar con terraza sombreada que encontramos no sirve comidas. Nos conformamos con una mini-tapa, eso sí, bien regada con tintos de verano y “claras”. Así que, para 15 kilómetros que restan, continuamos hasta Mérida. Si bien a esas horas el sol da de lleno, el calor es más llevadero que en los días anteriores (la temperatura está más cerca de los treinta que de los cuarenta…).
Seguimos la carretera nacional unos siete kilómetros hasta que encontramos la señalización del camino a la derecha. A medida que nos vamos aproximando a Mérida el paisaje se va tornando cada vez menos atractivo. Los últimos kilómetros son más bien una escombrera y la llegada al río se hace por la “zona residencial” de la ciudad. A este lado del río  parece que los servicios de limpieza no llegan. Si hasta para hacer la típica foto junto al puente romano hay que ir esquivando boñigas de caballo…





A las cuatro y media ya hemos tomado posesión de una mesa en  la Plaza Mayor. Pues a reponer líquidos y tapear algo, aunque no demasiado…. y a buscar el albergue, que se encuentra un kilómetro más adelante junto al río.
Aquí me despido de Juanlu. La compañía es grata pero cada uno tiene sus prioridades. Él ya conoce la ciudad y prefiere continuar hasta Aljucén. En mi caso, tenía decidido hacer noche aquí y aprovechar para visitar, aunque sea de manera somera, las famosas ruinas de Emérita Augusta.
Las instalaciones del albergue no están tan mal como había leído. El único pero  es que el hospitalero lo es a tiempo parcial. Cuando llego solo está ocupado por un matrimonio de peregrinos italianos. El hombre está recuperándose de una gastroenteritis. Y no sería el único caso que me encontraría durante los días venideros.
Como el hospitalero no vuelve hasta las seis me pongo con las tareas cotidianas. La primera impresión, cuando me pongo a remojo, es que he perdido de golpe mi incipiente bronceado a juzgar por el color rojizo del agua que va al sumidero, cortesía de Tierra de Barros. Luego paso por la ducha las alforjas, que también llevan adheridas unos cuantos gramos de polvo caminero. Y cuando le toca el turno a la ropa, pues más chocolate…De la bici mejor no hablamos….




Poco después se asoma a la entrada del albergue un chico que no tiene pinta de peregrino. Me acerco para ver qué busca. Falsa alarma Mañana inicia la Via de la Plata desde Cáceres y le han dicho que las credenciales se expiden aquí, lo cual resulta ser cierto. Pasadas las seis aparece una mujer que resulta ser la hospitalera. Me registro, paso por caja y me proporciona un juego de sábanas y una funda de almohada. Pues otro día sin utilizar el saco.
Sigo pensando que la inmensa mayoría de las personas que hacen el Camino son gente sana y para botón de muestra el encuentro con este futuro bicigrino. Mientras charlamos del camino (había hecho un tramo a pie el año anterior), aprovecho para preguntarle a qué distancia se encuentra el Teatro Romano. La cuestión es que, obviando la recomendación de las madres de no subir al coche de un desconocido, acaba dejándome junto a las taquillas de acceso al complejo monumental. Kilómetro largo de paseo que me he ahorrado.
La visita cultural debo de hacerla a paso ligero y de forma parcial, ya que las ruinas están desperdigadas por la ciudad. Así que la ruta se circunscribe al Teatro y Anfiteatro, los Columbarios, la Casa Mitreo y la Alcazaba. Ya tengo excusa para volver por aquí otro año.




















Ceno cerca de la Plaza Mayor y pasadas las diez de vuelta al albergue, que todavía tengo que guardar en las alforjas la exposición estilo “primera comunión” que tengo en la cama. En el interior del albergue hace un calor húmedo (consecuencia de que esté ubicado junto al río) que hace que esa noche duerma como en casa. El que viva en la costa mediterránea sabrá a qué me refiero…