martes, 26 de noviembre de 2013

DIA 10: SALAMANCA-ZAMORA

Jueves, 12 de Septiembre

Al despertarme esta mañana, mi compañero de la izquierda, Henry,  me comenta si no me han molestado los ronquidos del compañero de la derecha, a lo que el aludido, Jean Baptiste, replica diciendo que el “tenor” era el compañero del centro. Pues ya nos vamos conociendo…
La etapa en sí tuvo poca historia al ser hecha en su totalidad por carretera. Además, el único “atractivo” turístico en el recorrido no es de visita recomendada: la cárcel de Topas.
Lo positivo de circular por la N-630 es que está muy poco transitada. Lo negativo, por poner algún pero, es que aunque se avanza rápido por asfalto lo de la llanura mesetaria, en lo que a la Vía de la Plata se refiere, es un mito. El ingeniero que la diseñó no esquivó ni una sola loma en su trazado, ja,ja,ja. Durante los primeros cuarenta kilómetros es una sucesión de subidas y bajadas, más espaciadas que en Galicia pero terreno ondulado al fin y al cabo.
Almuerzo en El Cubo de la Tierra del Vino y ya todo seguido hasta Zamora.








Cuando tengo a la vista la ciudad me cuesta un poco orientarme. Pensaba que iba a ver, como el día anterior en Salamanca, la silueta de la catedral a mucha distancia pero no es así. Empiezo a ver indicaciones hacia Benavente y me doy cuenta de que me estoy alejando de la ciudad. Consulto el mapa y finalmente encuentro la manera de entrar en la ciudad por el Puente Viejo, aunque para ello tuviera que hacer una pequeña “pirulada” circulatoria. A las dos y media ya estoy frente al puente.






En esos momentos me acuerdo de Jordi y le envío un mensaje para saber si sigue en Zamora. Me contesta que está haciendo tiempo en el albergue ya que su autobús no sale hasta dentro de unas horas.
Desde el puente hasta el albergue hay muy poca distancia. En poco más de cinco minutos estoy allí. Al llegar me pregunta por los franceses y le comento que deberían de haber llegado, ya que coincidimos en El Cubo, salieron antes que yo y no los he  alcanzado en la carretera.
Jordi no ha comido y yo tengo el almuerzo en los pies. Pues ya habrá tiempo de ducharse. Nos vamos a la Plaza Mayor en busca de algún lugar donde saciar el hambre y allí nos encontramos a los franceses, que han preferido comer antes de pasar por el albergue. Mientras nos tomamos una caña le pregunto al camarero si tienen en la carta “arroz a la zamorana”. Pues va a ser que no pero amablemente nos indica un restaurante cercano cuya especialidad es precisamente el arroz.
Pues allá que nos dirigimos y por fin puedo darme el tan ansiado homenaje gastronómico. Un arroz meloso aderezado con porciones de cerdo. Un delicioso festival del colesterol. Finalizada la sesión nos dirigimos a saldar la “multa” y Jordi dice que paga él. Le contesto que se deje de historias ya que el chiringuito no tiene pinta de tener precios populares y el capricho ha sido mío. Insiste en base a dos argumentos: primero que “es mi despedida del Camino” y segundo “para que puedas decir que un catalán te invitó a comer”. Pues aquí doy fe de ello. Menudo crack el Jordi.




Mientras comíamos me comentó que en el albergue de  Calzada de Valdunciel, donde creía que iba a estar solo, coincidió con dos peregrinos talluditos que le dieron la noche y sobre todo el alba. Lo despertaron a las cinco de la mañana, con tocamientos en la parte baja de la espalda incluidos, por parte de uno de ellos que estaba buscando a tientas su sombrero. Qué bonita es la convivencia peregrina… Pues cuando volvemos al albergue se topa con ellos y, efectivamente, eran especiales. Cincuenta kilómetros se habían hecho… Me encontraba en las duchas colgando la ropa de calle cuando con toda la naturalidad del mundo se disponen a meterse ellos. Les hago ver que he llegado antes pero la ducha que quedaba libre (los baños del albergue se componen de dos duchas y un water) está averiada. Y el peregrino al que había desalojado acababa de hacer una “descarga” que había dejado convenientemente “ambientada” la sala. Pues yo aquí no me quedo. En esos momentos me viene a la cabeza que no había visto a ninguna mujer en el albergue, así que no me lo pienso y me voy al baño de señoras. Tras la relajante ducha en un ambiente aséptico salgo y un peregrino me dice que me había equivocado de duchas. Le contesto que no, que había tenido una urgencia: “me estaba duchando encima”. Le entra la risa pero me advierte de que sí había peregrinas aquella noche.
Una vez solventado el tema del aseo hago tiempo con Jordi por el casco antiguo. Hasta la fecha la ciudad con más iglesias románicas por metro cuadrado que conocía era Segovia pero creo Zamora lo supera con creces.








Sobre las siete nos despedimos y me encuentro con los franceses en la Plaza Mayor, donde finalmente cenamos. La compañía de Henry y Jean Baptiste está empezando a convertirse en costumbre.  


DIA 9: FUENTERROBLE DE SALVATIERRA-SALAMANCA

Miércoles, 11 de Septiembre

Hoy toca estrenar la manga larga. Cosas de amanecer a casi mil metros de altitud.
Tras el desayuno, el padre Blas nos da la bendición del peregrino. La verdad es que cuesta abandonar este albergue tan especial. El único que hoy no retoma el camino es el peregrino sevillano, que va a tomarse un día de descanso tras el palizón involuntario de ayer. Bueno, es un descanso activo, ya que se marcha junto a una cuadrilla de operarios, que está terminando los trabajos de acondicionamiento de un colegio para familias con pocos recursos del que se ha hecho cargo el párroco.




A las ocho y media me pongo en marcha junto a los amigos franceses y Jordi, que nos hará de guía ya  que hizo a pie la Vía de la Plata hace unos años.
Los primeros diez kilómetros  transcurren por una pista, en suave subida, vallada a ambos lados, que paulatinamente se va estrechando hasta convertirse en una senda.











Al final de la finca existe la opción de ir por Navarredonda de Salvatierra y culminar la subida al Pico de la Dueña por asfalto. Los amigos franceses dudan pero Jordi les convence, con la mentira piadosa de que sólo hay un kilómetro complicado, para que continúen por el camino hasta la cima. Lo cierto es que son cinco kilómetros de ascensión, ciclables en su mayor parte para alguien medianamente en forma, pero con las limitaciones físicas de ambos, edad aparte, no son capaces de volver a subirse a la bici. Así que nosotros descabalgamos también y completamos toda la subida a pie. Cada uno a su aire, en silencio, sin prisa, disfrutando del paisaje.  Uno de esos momentos de aislamiento que tan difíciles son de encontrar en la vida cotidiana.




Tras una hora de paseo campestre ya se divisan los molinos de viento que anuncian el final de la subida y, poco después, aparece la famosa cruz que corona el Pico de la Dueña. A casi mil doscientos metros de altitud la panorámica de la meseta que se extiende hacia el este es impresionante. Los franceses agradecen que les hayamos esperado y reconocen que la paliza que se han dado les ha merecido la pena.







El descenso por camino es corto pero pronunciado y desemboca en una carretera local que conduce hasta la finca de Calzadilla de los Mendigos, para continuar hasta San Pedro Rozados, donde Jordi nos lleva a un bar del que guardaba un buen recuerdo gastronómico. Pues una hora larga de charla mientras damos cuenta de un bocadillo tamaño XXL.




El resto de la etapa lo completamos por carretera ya que según los vecinos del pueblo los caminos tienen mucha arena. Justo a la salida del pueblo nos separamos. Jordi toma la delantera ya que quiere hacer unas compras para la familia en Salamanca y continuar hasta Calzada de Vandunciel. La razón es que, por motivos de trabajo, tiene que adelantar la vuelta a casa y quiere llegar al día siguiente a Zamora a una hora temprana para poder organizar el regreso.
En mi caso no tengo mejor idea que consultar la hora en el teléfono y me encuentro un montón de mensajes y llamadas perdidas instándome a que me “manifieste”…. Con lo feliz que estaba yo con el diabólico invento en silencio ¿Dónde está el fuego? Les comento a los franceses que se adelanten porque parece que voy a tener para rato…  Pues venga, veinte minutos de conferencia, interrumpida varias veces por la poca cobertura de la zona, para traerme de vuelta a la realidad. Con el día tan bueno que tenía. Al menos el presunto “incendio” no implica que tenga que regresar.
Para darle un poco de aliciente a estos últimos veinticinco kilómetros,  al dios Eolo no le pareció conveniente que llegáramos a Salamanca de manera relajada así que nos obsequia con una ventolera, aunque tuvo el detalle de que diera de costado.
Finalmente alcanzo a los franceses a la salida de Aldeatejada, justo al inicio del carril-bici que conduce hasta el puente romano que da acceso al casco histórico de la ciudad.



En cuanto al tema del alojamiento mi única referencia era el albergue de peregrinos, aunque me echaba para atrás el hecho de que cerrara a las diez. Los franceses, en cambio, tenían anotado la dirección de un hostal céntrico. Los acompaño hasta allí y Jean Baptiste sube a echar un vistazo. Al rato baja satisfecho con el estado de las instalaciones y me comenta que hay una habitación triple. Además, las bicis se pueden guardar en un patio interior de la primera planta. Pues ya puestos……..allí me quedo.
El hostal está a cinco minutos de la Plaza Mayor y parece haber sido reformado recientemente. Tiene dos camas de cuerpo a los lados y una enorme cama de matrimonio en el centro. Ahora viene el dilema: ¿quién se acuesta en la del medio?
Le comento a Jean Baptiste que con una de las pequeñas voy que chuto, a lo que me responde de manera socarrona si no pretenderé que tenga que compartir la cama de matrimonio con su compañero Henry. Venga, pues hechas las aclaraciones oportunas acerca de las “inclinaciones” de cada uno, la cama grande para mí.
Tras la ducha y ver el final de etapa de la Vuelta, ya toca dar una pequeña vuelta turística y visitar la Catedral y la Universidad.






Siguiendo con la tradición, no consigo cenar en algún lugar típico. Los locales están atestados de gente al estar la ciudad en plena Feria. Además, en la Plaza Mayor acaba de empezar un concierto y tampoco es cuestión de cenar con semejante escandalera. Al final encontramos un lugar alejado del bullicio aunque fuera con un menú turístico. Lo gracioso es que justo debajo del hostal sí que había un par de asadores como muy buena pinta. Habrá que volver por aquí.

viernes, 8 de noviembre de 2013

DIA 8: BAÑOS DE MONTEMAYOR-FUENTERROBLE DE SALVATIERRA ( una jornada corta pero enriquecedora)

Martes, 10 de Septiembre


A las siete y media el vitoriano ya está preparado para dar pedales. Al ritmo que va hoy acabará como mínimo en Zamora…. Todavía no ha amanecido y hace “rasca”,  así que recojo los bártulos con tranquilidad, desayuno y me voy mentalizando para atacar la dificultad del día, o eso creía yo….
Prefiero dejarme las subidas para las primeras horas del día aunque, en el caso del Puerto de Béjar, habría que decir que me había dejado la ascensión a medias, ya que realmente se empieza a subir poco después de Aldeanueva del Camino.






Desde Baños el puerto tiene unos cuatro kilómetros de subida. Decido hacerlo por carretera porque el camino empedrado que hay a la salida del pueblo invita a empujar y finalmente desemboca en la carretera un kilómetro más arriba. Así que despacito y buena letra hasta coronar a la altura de una gasolinera. Unos doscientos metros más adelante abandono la Nacional por la izquierda,  perdiéndola de vista hasta Salamanca.




El tramo hasta el Puente de La Malena es un regalo para los sentidos. Un camino sombrío envuelto por el silencio. Es todo descenso, por momentos muy pronunciado, mucha curva y suelo con gravilla, que me obliga a extremar las precauciones, que no me he traído un chasis de repuesto. Con tanta parada para hacer fotos al final decido que es mejor descabalgar y caminar un rato para disfrutar de este bello paraje. Llega un momento que, con tanto verde y tanta vaca, empiezo a dudar si no he tomado un atajo y estoy ya en Galicia. Pero no. Según el mapa acabo de entrar en la provincia de Salamanca.







Una vez cruzado el puente romano, que salva un río de curioso nombre (“Cuerpo de Hombre”), tomo la carreterilla en dirección a Calzada de Béjar. En un principio la subida es suave pero el desnivel de los últimos dos kilómetros sí que me pilla por sorpresa. Como para haber hecho caso al vitoriano el día anterior….





Hasta Valverde de Valdelacasa el camino transcurre por una pista con buen firme y se vuelve otra vez al paisaje de dehesa.







El siguiente pueblo, Valdelacasa, se encuentra a unos cuatro kilómetros, por una carretera en subida ininterrumpida que no tiene nada que envidiar al Puerto de Béjar. Segunda sorpresa del día… A este paso el plato pequeño me presenta la dimisión.





Y para rematar, de camino a Fuenterroble de Salvatierra unos cuantos cuestones más. Este recorrido empieza recordarme al tramo entre Cizur Menor y Estella en el Camino Francés, donde siempre se habla de la subida a El Perdón pero se omite el resto de subidas a Mañeru, Cirauqui, Lorca,….  En el último tramo de subida alcanzo a un peregrino. Va totalmente empapado en sudor, con la mirada perdida. Le saludo y no puede casi hablar. Me paro y le ofrezco agua. Me dice que más que agua necesita unas piernas de repuesto. Había salido, todavía de noche, desde Calzada de Béjar, en un cruce no ha visto las flechas y ha girado en sentido contrario. Cuando se ha dado cuenta llevaba diez kilómetros por el camino equivocado. Y claro, para enmendar el error ha tenido que desandar otros diez. Veinte kilómetros de propina………..
Le digo que ya le queda poco hasta el siguiente pueblo y prosigo hasta Fuenterroble. Consulto la hora y son las dos de la tarde. Tres horas y media encima de la bici para recorrer poco más de treinta kilómetros. Otro día que estoy que me salgo…
Hoy es el primer día que el calor es llevadero y no estoy cansado, pero lo cierto es que durante toda la jornada he tenido un animado debate, entre cuesta y cuesta, conmigo mismo. En la programación, que abandoné el primer día, había previsto tres días para recorrer el tramo entre Cáceres y Salamanca pero había una circunstancia que me impedía cuadrar las etapas y era la curiosidad por conocer el albergue del Padre Blas, en Fuenterroble, del que había leído que era un lugar especial y de visita obligada.
Salamanca está a cincuenta kilómetros, con el Pico de la Dueña de por medio, y si me pongo a la faena lo único que voy a conseguir es llegar a destino a las tantas, consiguiendo un bonito dos por uno: no visitar el casco histórico de la ciudad y perderme el ambiente peregrino de este famoso albergue. Pues ante la duda……….la más peluda.
Llego a la entrada al albergue y se asoma un voluntario. Da por supuesto que me voy a quedar. Con cierto sonrojo, le digo que sí aunque no sé si lo merezco tras mi “maratoniana” etapa. Y me contesta algo que me deja desarmado: “aquí todo el mundo es bien recibido”. Me sella la credencial y me ofrece un plato de lomo con patatas, con una pinta estupenda, que le había sobrado. Le agradezco el gesto pero le digo que lo guarde para el peregrino sevillano que está a punto de llegar y que viene medio muerto tras su aventura nocturna.



Soy el primero en llegar así que puedo elegir litera. Dejo los trastos y me voy  en busca de un bar cercano. Encuentro uno que tiene una terraza junto al frontón del pueblo. Sentada de una hora para dar cuenta del menú reglamentario y vuelta al albergue. Como es pronto aprovecho para hacer colada general, incluidas alforjas y montura. Bueno, el manguerazo a la bici sin pasarme ya que en estos últimos días había adquirido el punto adecuado de tierra que hacía que los mecanismos funcionaran a la perfección….
En el albergue ya se encontraba Manolo, el peregrino sevillano que se había perdido. Estaba tan agotado que no tenía ni hambre. Se ducho y se acostó un buen rato. También había llegado un ciclista escocés, Damian, un sacerdote que había sido profesor en un colegio de Valladolid durante veinticinco años.
Poco después llega un bicigrino catalán, Jordi, de un pueblo de Gerona para  más señas,  al que todavía no se le había pasado el susto tras un percance con un autobús, que le había llegado a rozar una alforja en plena subida al Puerto de Béjar. Y por último aparecen Jean Baptiste y Henry, los dos amigos franceses de los que no me pude despedir ayer.
Como esa noche solo somos seis huéspedes el hospitalero nos anima a cenar en el albergue. Quedamos en aportar cada uno algo para la cena y nos citamos para las nueve.
Me voy en compañía de los franceses a hacer las compras y luego celebramos el reencuentro en el bar donde había comido. Qué jornada más sufrida, ja,ja,ja….
He de decir que fue la mejor cena de toda la Vía de la Plata. Además de lo que aportamos, el hospitalero preparó un pastel de carne y unas tortillitas de arroz que estaban de muerte. En mitad de la cena se unió el padre Blas. Toda una personalidad. Uno de esos curas batalladores y comprometidos que dan sentido a la Iglesia. Durante la charla, Jean Baptiste, que entre sus inquietudes está la de la pintura, le pregunta al párroco por los cuadros que decoran todo el albergue. El padre Blas le contesta que son obra de los peregrinos que han pasado por allí. Hay uno en concreto que es un simple pegote en la pared y le pregunta por su significado. La explicación es que un peregrino deseaba pintar y le salió “eso”. Me cautivó la sencilla, y a la vez trascendente, interpretación que hacía el párroco: la cuestión no es tanto la calidad de la obra como el hecho de que “en esta vida hay que pintar algo”. Todos podemos aportar algo, por insignificante que parezca. Quizás ésa sea una  buena definición del  “viaje interior” que experimentan algunos peregrinos en el camino: el encontrarse a uno mismo no sea más que saber qué es lo que hemos de pintar, o dicho de otro modo,  encontrar nuestro lugar en el mundo.
Sólo por esta velada peregrina y la enriquecedora charla posterior ya ha merecido la pena volver de nuevo al Camino.