Jueves, 19 de Septiembre
He pasado la noche en duermevela.
A la seis ya me he aseado y vestido pero, en vista de que nadie arranca, me
vuelvo a acostar. Falta hora y media
larga para que amanezca y no quiero ser yo el que inicie las “hostilidades”
mañaneras.
En la rutina del desayuno faltan
los amigos franceses. Ayer, en plena celebración improvisada, recibí noticias
de ellos desde Castro Dozón. Tuvieron un día complicado. Tomaron un camino
equivocado a la salida de Orense, teniendo que retroceder diez kilómetros, y
finalmente se toparon con los fuertes desniveles del trazado original del
camino. De todos modos hemos quedado en Santiago para la tarde.
Hoy no hay contratiempos a la
partida (gentileza de la Xunta por no facilitarme llaves del albergue…). Poco
puedo decir de los primeros cuarenta kilómetros salvo que más “llanura” a la
gallega. Rodar por la carretera nacional no te da muchas oportunidades para
disfrutar del paisaje. Tráfico aparte, en las subidas porque me toca agachar el
lomo y en los descensos por una cuestión de seguridad, no sea que llegue a
Santiago en ambulancia. La carretera está en perfecto estado pero no así el
freno trasero de la bici. No es el mismo desde el descenso a Laza….
Me distraigo viendo los paneles
indicativos de la distancia, cada vez menor, a Santiago. Y tengo la misma
sensación de hace dos años: impaciencia. He leído a muchos peregrinos describir
cómo saborean los últimos kilómetros pero a mí me pasa todo lo contrario. Toda
la calma de las jornadas anteriores se convierte en prisas el último día. También
influirá que, como a los malos toreros, están a punto de darme el tercer aviso…
Había quedado con Santi pasado
Ponte Ulla, en Outeiro concretamente,
para almorzar y retomar el camino original en los últimos kilómetros
porque, sin proponérmelo, llevo haciendo un ejercicio continuado de apostasía
caminera desde Xunqueira de Ambía…. Tras un prolongado descenso hasta este pueblo la
carretera se empina los siguientes cuatro o cinco kilómetros. Lo que son las
cosas. Mientras le doy al molinillo busco en mi memoria alguna canción
motivadora. Había elegido “Shot down in flames” de AC/DC y sin embargo lo que
me sale es el estribillo de “El estanque”, de Héroes, en especial el final,
cuando dice “ahogándomeeeeeee……”. Vaya con la subidita. A mitad de ascensión
empiezo a sospechar que Santi se ha pasado de largo ya que para llegar a
Outeiro hay que salirse de la carretera.
Efectivamente, recibo poco después llamada de Santi y me indica que ha
parado cuando ha visto un cartel que indicaba seis kilómetros hasta Santiago.
Son poco más de las once cuando me reúno con él en Susana. Mientras almorzamos
tratamos el tema del alojamiento e intento recordar el nombre de la pensión
donde me hospedé hace dos años. Buscamos el número y reservamos. Quince euros
por cabeza y a cinco minutos de la catedral. Perfecto. Despedimos la
conversación “sobraos”: a las doce y media nos ponemos en marcha y en una hora
estamos allí.
Lo que sucede es que si los cuarenta
kilómetros por carretera fueron aburridos y previsibles, los últimos diez
kilómetros por camino iban a dar mucho juego… Retomamos la marcha siguiendo la
señalización del camino, que discurre
entre un sinfín de casas diseminadas. Más sube y baja para variar hasta
que en un tramo con un tobogán muy pronunciado nos pasamos de largo las
flechas. Seguimos por pistas asfaltadas hasta encontrarnos con un viaducto.
Consulto el GPS del teléfono y veo una maraña de caminos. Pues venga, a
navegar. Tiramos por aquí a la izquierda, después recto y luego a la derecha…
Conseguimos cruzar por un puente las vías del tren y seguimos una senda en
paralelo a las vías hasta que se acaba. Media vuelta y a buscar otra
alternativa. Nos partimos de risa cuando vemos que nos hemos perdido a menos de
cinco kilómetros de Santiago. Nada que no tenga arreglo. Una buena paliza
subiendo y empujando por los montes circundantes a la ciudad hasta que nos
topamos con el cartel de Santiago. A partir de aquí ya todo recto tomando como
referencia la Rua de Sar. Lo gracioso es que, cuando ya se divisa al fondo la
catedral, todavía toca empujar por un tramo de calle empedrada. Menuda entrada
triunfal. Dos horas y cuarto para completar los últimos diez kilómetros…
Al final de la última subida
giramos a la derecha y empezamos a bajar
por una calle con muchísimo tráfico de autobuses escolares. Reconozco que
estaba un tanto desorientado pero Santi, que el año anterior hizo a pie el
Camino Inglés, consigue ubicarse y llegamos a la Plaza del Obradoiro por el
acceso del arco. Cuando bajo las escaleras empieza a sonar una gaita pero el
nudo en la garganta no dura mucho. Satisfacción sí pero sin la emoción de la
primera vez.
Mientras nos hacemos las fotos de
recuerdo a Santi le llama la atención una pareja de ciclistas que llevan
remolque y portan la bandera de Extremadura. La descripción me resulta
familiar. Me acerco a ellos y les pregunto si son Isabel y Paco, del “foro
bicigrino” y, efectivamente, son ellos. Un encuentro casual para redondear el momento. De la lectura de
sus crónicas, como de las de otros bicigrinos, he aprendido mucho y me ha alegrado coincidir con ellos aunque fueran unos minutos.
A las tres de la tarde nos
dirigimos a la pensión. Hay servicio de lavandería así que aprovechamos para
hacer limpieza general. Ducha rápida y a buscar algún sitio donde comer que ya
son horas y, tras una pequeña siesta, a hacer la cola para recoger “la
“Compostela”.
A las ocho llega el momento del
reencuentro con los amigos franceses y cenamos los cuatro en un restaurante que
conoce Jean Baptiste de otros años. Una agradable y tranquila velada, sin
complicaciones post-cena. Una copa en una terraza próxima y poco más. Nada que
ver con la euforia de hace dos años. Lo cierto es que, salvo la actuación de
los tunos en los soportales de la plaza, no había demasiada animación aquella
noche. Tampoco es cuestión de abusar. Con diecisiete días de fiesta
ininterrumpida voy más que servido.
La mañana siguiente es la de las
despedidas. A las siete Santi se disculpa por tener que encender la luz de la
habitación para terminar de recoger sus cosas. Regresa en autobús y tiene que
llegar con antelación a la estación para desmontar la bici y embalarla.
Yo tengo toda la mañana libre así
que me quedo un rato en la cama pero no demasiado. Me siento extraño vistiendo
de calle de buena mañana. Desayuno y me voy a gestionar la repatriación de la
bici al Hostal Lasalle, y así poder moverme libremente sin las ataduras del
equipaje. Cuando dejé la bici en el parking-jaula del hostal es cuando tomé
conciencia de que este cuento se había acabado, al menos por este año.
Hago las compras obligatorias
para la familia, acudo a la misa del peregrino y le dejo un par de encargos al Apóstol. Me
incomoda tanto gentío a mi alrededor tras tantos días de calma.
El vuelo lo tengo a las cuatro así que
prefiero comer pronto. Los franceses se iban a quedar dos días más en la ciudad
descansando así que los llamo y ya están comiendo en su “sede” (el mismo
restaurante de anoche). Pues comida en compañía y despedida formal. Jean
Baptiste ha ido escribiendo un diario en el que dibujaba el monumento o paisaje
más representativo de cada jornada. Nos intercambiamos los correos y queda en
darme el enlace a su crónica cuando la publique. ¿Quién iba a imaginar que tras
aquel encuentro en Carcaboso acabaríamos pasando tan buenos ratos hasta
Santiago?
Al salir del restaurante me doy
cuenta de que estoy en la Rua das Hortas, el inicio del Camino a
Finisterre. Otro excusa para volver.
Antes de dar finalizado este “tostón
peregrino” una advertencia para viajeros confiados: el autobús que enlaza con
el aeropuerto tarde una hora en hacer el recorrido. No os vaya a pasar como a
uno que yo me sé, que tuvo que bajarse a la altura de la estación de trenes y
asaltar un taxi para no quedarse en tierra…………….
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