domingo, 30 de noviembre de 2014

DIA 7: SAHAGÚN-LA ROBLA

Miércoles, 10 de Septiembre


No sé cómo me las compongo pero por mucho que madrugue no logro ponerme en marcha antes de las nueve. Pensaba desayunar en la pastelería que conozco pero está cerrada a esas horas. No me entusiasma la idea de empezar la jornada en ayunas pero sé que en este tramo del Camino Francés no va a haber problemas para avituallarse.  Los 57 kilómetros entre Sahagún y León tienen poca historia. Recorrido prácticamente llano y trufado de poblaciones intermedias.
Desayuno en El Burgo Ranero  y almuerzo en Mansilla de las Mulas. La única novedad que me encuentro en el trayecto es la construcción de una pasarela para cruzar el Rio Porma , evitando cruzar por el peligroso puente (coincide con la N-601)  que comunica con  Villarente.









Otro arreón más, culminada con un poco de subida, hasta alcanzar el  puente peatonal por el que se cruza la Nacional y ya tengo a la vista León.  El acceso hasta el centro de la ciudad sigue siendo igual de engorroso. La media hora de rigor circulando por la acera en sentido prohibido hasta que la concentración de peatones me obliga a echar pie a tierra.
A las dos de la tarde estoy  en la Plaza del Grano. Aparco la bici a la entrada del convento de las Carbajalas y entro a sellar la credencial. Saludo y me contestan con poco entusiasmo. La verdad es que recibo un poco de mi misma medicina porque menuda ceremonia que tienen para registrar a los peregrinos. Tengo delante de mí a tres extranjeros y con el primero han tardado casi diez minutos en ficharlo. Toma burocracia. Saco un refresco de la máquina expendedora y salgo fuera a tomármelo acompañado por un cigarrito. Me lo acabo y se me acaban de colar dos guiris más. Joer.  Mi particular “kryptonita” contra mis superpoderes de paciencia y pachorra es el hambre y, en esos momentos, mi estómago no paraba de aullar. Así que me salto la cola, le digo al “funcionario” que estoy de paso y sólo quiero sellar. Pues venga. Adiós, buenos días y a  comer.
Mientras esperaba ya he decidido donde saciar mi hambre. La primera opción es la de un restaurante que hay en una pequeña plaza cerca de la Calle Ancha pero la oferta gastronómica es de lo más “contundente”  y no sé si hubiera podido montarme otra vez en la bici.  A toro pasado creo que debería haber ido allí y pasar la tarde de turisteo por el bonito casco histórico de la ciudad.
Sin embargo, opté por ir al bar que hay frente al convento, donde hice mi última cena del camino en 2.012, y  que tenían como especialidad las “cazuelitas”. Me pido una de arroz a la cubana con huevos y el estómago parece quedarse satisfecho.




Plaza del Grano


Hora y media de relajo en la terraza y me dirijo a la catedral. Un par de fotos de recuerdo y hacia la Plaza de San Marcos. Aquí está la bifurcación entre el Camino Francés y el de El Salvador y durante uno momento tengo la tentación de continuar navegando hacia el Oeste, pero las dudas se disipan en treinta segundos. Con independencia de que ya conozca ese camino, durante la mañana he tenido una sensación extraña por no decir contradictoria. Me he cruzado con más peregrinos en unas pocas horas que en la suma de  los seis días anteriores y  sin embargo  me he sentido más sólo que nunca. Pues mejor seguir conmigo mismo “y mi circunstancia” rumbo al Norte en dirección a Oviedo.








El desvío está bien indicado. Hay que bordear el Hostal San Marcos por la derecha e ir remontando por un parque en paralelo al río Bernesga, se pasa por una zona residencial y sin solución de continuidad se llega a Carbajal de la Legua. En este pueblo tengo la feliz idea (alguna vez tenía que acertar….) de cargar agua porque los próximos kilómetros iban a ser de lo más “entretenidos”.





Recorro en línea recta casi tres kilómetros del casco urbano hasta que el asfalto desaparece.  Nada más adentrarme veo en el camino señalizado que la pista gana altura en poca distancia. Y, como de costumbre, no hay bifurcación que esquive en el último momento la subida. A trescientos metros ya estoy empujando. La próxima vez que lea en una guía  algo así como “bonito camino que trascurre a mitad de ladera” ya sé que no es buena idea recorrerlo por la tarde y después de 70 kilómetros de calentamiento. Menos mal que sólo iba hasta la mitad……




Tras el primer sofocón el camino suaviza su perfil hasta que en un giro a la izquierda aparece otro cuestalón. Creo que lo voy entendiendo. La primera subida era hasta “un cuarto” de ladera y con esta segunda ya habré llegado a la mitad.

Dejando atrás Carbajal de la Legua


También había leído en algún blog que era un tramo “divertido”. Pues yo me lo estoy empezando a pasar bomba…. En fin. La diversión se torna en carcajada cuando llego a una zona embarrada. En ese punto el camino gira a la izquierda bajando hacia el río pero la señalización indica que “tó tieso”. ¿Por dónde? Pues por una senda que no llegará ni al medio metro de ancho y empinada a más no poder. Hago tres intentos de empujar la bici por allí pero el barro hace que me deslice hacia atrás. A mi izquierda no tengo donde apoyarme y como me caiga hacia ese lado voy a aterrizar en una “colchoneta” de piedras. Vale, me rindo. Dos viajes para subir las alforjas y un tercero para la bicicleta. No sabría calcular el desnivel pero para hacernos una idea digamos que el manillar iba por encima del hombro.


Y aquí empezó la diversión.......



Una vez arriba, coloco las alforjas y en ese momento aparece un ciclista de la zona que va empujando a paso ligero su bici. Me pregunta si necesito ayuda y se hace cruces por haberme metido por ahí sin compañía. Le contesto que “bueno, pues me he encontrado contigo…..”. Me explica que quedan dos rampas más. Una que tiene que hacer empujando y una segunda que ya la puede hacer subido en la bici…..descargado, claro. En conclusión: que me faltan dos empujadas más.  La primera de ellas la hago estilo montañero escalando un ochomil. Diez pasos y parada para coger aire y descansar los gemelos, que parece que me vayan a explotar. Y así unas cuantas veces. La segunda subida la hago como si fuera………humm…….un seis mil, o sea, más o menos por el estilo que la primera pero más corta.




A todo esto ya  son más de las siete y yo metido en este berenjenal. Además, estando la batería de mi teléfono en las últimas, empiezo a recibir llamadas de números que no tengo registrados y que tienen toda la pinta de ser de alguna compañía de telecomunicaciones dispuesta a hacerme la oferta del siglo.  Y en esos momentos todo lo que no sea un par de piernas descansadas no me interesa. Rechazo una llamada, una segunda y no satisfechos con mis indirectas empiezan a llamar desde un número privado que no se corta al tercer ring…..!La madre que los parió!  Al final dejo el móvil en “modo avión” para reservarme la poca batería disponible por si tengo que dictar mis “últimas voluntades”, ja,ja,ja.



A partir de aquí el camino se suaviza pero noto que estoy más torpe de reflejos de lo habitual, que es una manera suave de decir que estoy para el arrastre. En un tramo de descenso la rueda trasera me derrapa y estoy a punto de irme al suelo. Pues me vuelvo a rendir. A empujar cuesta bajo.  Cuando por fin recupero la dignidad de sentarme en el sillín me cruzo con un vecino y le pregunto por la distancia hasta Cabanillas. Me dice que la casa que se ve al fondo es la entrada del pueblo. Me comenta que hay albergue pero no hay ningún bar. Que en todo caso alguna vecina  podría preparar algo de cena. Ya sólo faltaba para subirme la moral el ir mendigando comida por ahí………. Nada. Tomo la carretera y hago una pequeña contrarreloj de 9 kilómetros, con las pocas fuerzas que me quedan, para llegar a La Robla antes de que caiga la  noche. Y lo consigo por los pelos. A las ocho y media llego a este pueblo, que sí dispone de todos los servicios. Hay que registrarse en el bar de la Junta Vecinal, que se encuentra frente al albergue, y me confirma la propietaria que sirven cenas.  Perfecto. Antes de instalarme me tomo un refresco y se me ocurre activar el teléfono. Joer. Cinco llamadas perdidas de la “jefa” y un montón de mensajes pidiéndome que me manifieste. Llamo para tranquilizarla con el socorrido “es que me he liado un poco….”.
En el albergue tengo compañía. Un madrileño, un mallorquín, un alemán y un francés. Todo maromos para variar. En el Camino no están vigentes las políticas de cuotas, ja,ja,ja,ja. Hoy paso de esmerarme mucho en el lavado que estoy hambriento y seco. Plato de pasta y otro de albóndigas mientras veo en la tele como España es incapaz de superar a Francia en el Mundial de Baloncesto. No demoro mucho más la sobremesa que estoy “baldao” y por aquí hace fresquete.

!Ah!. El “divertido” tramo entre Carbajal y Cabanillas está perfectamente señalizado. Es cierto que es bonito pero para disfrutarlo mejor a pie. Y, en todo caso, es preferible hacerlo de buena mañana por si se complica la cosa….

lunes, 17 de noviembre de 2014

DIA 6: MEDINA DE RIOSECO-SAHAGÚN

Martes, 9 de Septiembre

Viendo en un mapa la ubicación de Medina de Rioseco te das cuenta de que es una encrucijada de caminos con cuatro alternativas:

A)    Al  Noroeste siguiendo el Camino de Madrid hasta Sahagún
B)    Al Noreste remontando el Canal de Castilla en dos o tres jornadas te puedes plantar en Santander (pasando por Palencia y Frómista, hasta Alar del Rey, que está a un paso de Aguilar de Campoó,  límite con Cantabria)
C)   Al Oeste, a  poco más de sesenta kilómetros, se encuentra Granja de Moreruela, pudiendo optar entre el Camino de Sanabrés y proseguir por la Via de la Plata hasta Astorga.
D)  Y por último, dirigirte a León por Valencia de Don Juan,  recorriendo el antiguo trazado del “tren burra” que comunicaba Medina de Rioseco con Palanquinos (León) y que por lo que había leído es ciclable en casi su totalidad, salvo algún tramo desdibujado por la vegetación.  Aunque hay un proyecto de los municipios por los que transcurría para recuperarlo, hasta la fecha sólo está habilitado como Vía Verde el  tramo que separa Castrofuerte y Valencia de Don Juan (apenas 9 kilómetros).

La idea era explorar esta última alternativa pero, como de costumbre, una cosa es planificar y otra lo que finalmente las circunstancias te obligan a hacer.

Me despierto antes del amanecer y voy recogiendo el tenderete sin prisas. Lo primero que tengo que hacer es comprar cámaras de repuesto y, por mucho que madrugue y siendo muy optimista, no la voy a encontrar abierta la tienda antes de las nueve como muy pronto.
Desayuno de campaña y a las nueve voy a darle la barrila, por última vez, a la monja-recepcionista. La Hermana se excusa de que haya que cobrar a los peregrinos una cantidad estipulada en lugar de la voluntad y la razón es que al estar catalogado de albergue turístico por la Junta de Castilla y León se ha de cobrar un precio mínimo (7 euros). Al César lo que es del César…. Lo cierto es que las instalaciones están en muy buen estado así que no me parece un precio exagerado. He pagado más por dormir en ciertos cuchitriles y no es este el caso. Le doy un billete de diez y le digo que se quede con las vueltas, por el coñazo que le he dado.
Pues vamos para allá. El camino recorre la calle Mayor del pueblo y ayer localicé dónde se encontraba la “presunta” tienda de bicis. Digo lo de presunta porque en el escaparate hay una bici y el resto son electrodomésticos. Está cerrada a esas horas. Me acerco para ver el horario de apertura y me encuentro con un cartel avisando de que va a estar cerrada toda la semana por vacaciones. Pues qué oportuno…. Recorrer 70 kilómetros por zonas despobladas hasta Valencia de Don Juan y sin repuestos no me parece una buena idea así que adiós a la ruta alternativa. Seguiré por el Camino de Madrid hasta Sahagún que al menos está más concurrido.



Al final de la calle me cruzo con un ciclista y le pregunto por la dársena del canal, ya que el camino hasta el siguiente pueblo transcurre por allí. Me da las indicaciones oportunas y me pongo en marcha. A los doscientos metros me detengo en un semáforo y al arrancar la rueda trasera se me vuelve a desmayar. Ya empezamos con mi particular programa de cámara oculta………
Vuelvo hasta la calle principal en busca de un lugar tranquilo donde parchear la rueda. Llego a la altura de la tienda cerrada y pregunto, por si suena la flauta, si hay otra tienda en el pueblo. Pues no ha sonado. Es la única. En ese momento pasa un bicigrino madrileño que se encuentra en la misma tesitura: pinchazo y sin repuestos. Mientras le doy la alegría de que no hay nada que hacer aquí pasa el ciclista al que había preguntado antes y se convierte en nuestro “ángel” del día. Nos da una cámara a cada uno. El madrileño prefiere avanzar hasta una gasolinera cercana y hacer allí el cambio de cámara. En mi caso, hago la maniobra allí mismo con la ayuda de Juan Mari (así se llama el buen samaritano). Me propone acompañarme por el Canal hasta una salida que queda a la altura del siguiente pueblo, Tamariz de Campos, si me espero a que haga unas compras. Tanto contratiempo me ha dado hambre así que desayuno por segunda vez y espero a mi improvisado guía. Total, como no cumplo ni una sola de mis previsiones tardar media hora más no me va a suponer un gran problema.
Finalmente, a las once salgo de este histórico pueblo que no me dejaba marcharme. No voy a quejarme. Con Juan Mari he hecho un dos por uno: proveedor de repuestos y guía turístico al mismo tiempo. Paseo por este pequeño oasis con explicación histórica incluida. Buen piso, sombreado y llano. Dan ganas de continuar hay que dejarlo para otra ocasión.
Ah. Y hablando de lo divino y de lo humano me contó que es un prejubilado de una famosa fábrica de neumáticos situada en Valladolid. Acabáramos. A juzgar por mi experiencia no se me ocurre mejor lugar donde instalarla, ja,ja,ja.








Me despido de mi providencial acompañante y ya por asfalto me dirijo a Cuenca de Campos, donde paro a comer. Voy a tener que comprar un diccionario de castellano porque a las primeras de cambio no logro explicarme. Pregunto si hay algo para comer y la respuesta es negativa, pero “puedo hacerte un bocadillo” y el listado de ingredientes para añadir al pan es interminable. Pues no se hable más. Uno de tortilla y una caña. Me llevo la cerveza a la terraza y a los cinco minutos ya tengo plantado el generoso bocata en la mesa. Se disculpa ya que por error ha traído otra caña. Le digo que nada de disculpas que la primera está punto de evaporase.  En el bar (“Mesón La Cañada”) tienen costumbre de recibir a peregrinos. La propietaria me da un libro de firmas donde leo un comentario de los “caciques” de El Escorial, que a estas alturas y al ritmo que van calculo que estarán cerca de Galicia.
Allí estoy  una hora, acompañado por un grupo de jubilados que, mientras se toman unos vinos, repasan el pasado y presente del pueblo. Los del Sálvame no tienen nada que hacer en comparación  a lo que cuentan estos parroquianos, ja,ja,ja. De lo que se entera uno….
Sobre las tres levanto la sesión con cierta pereza. No es que la comida haya sido muy pesada pero es que, para variar, a estas horas el sol pega de lo lindo. Me embadurno de crema y a continuar. Tras cinco kilómetros por una Via Verde se llega a Villalón de Campos.

Plaza de Villalón de Campos

Callejeo por el pueblo siguiendo las flechas y al llegar a la salida veo el indicativo a Sahagún y lo tengo claro. Me olvido de buscar el camino y por carretera hasta allí. Ya tengo ganas de rodar con la rueda en condiciones y con la tranquilidad de llevar repuestos. Treinta y cinco kilómetros  llanos y por una carretera  prácticamente sin tráfico me permiten llegar pasadas las cinco a Sahagún.


Castillo de Grajal de Campos

Es la tercera vez que paso por esta ciudad y, para no perder la costumbre, la tercera vez que no puedo resistir la tentación de pararme en la misma pastelería. Siguiendo la señalización del Camino Francés se desemboca en ella. Hace chaflán y tiene la terraza sobre una pequeña plaza triangular. No recuerdo el nombre pero merece la pena hacer una visita. Un pastel y un refresco para celebrar que he llegado sin más contratiempos.
Después visita a la tienda de bicis, que también está junto al camino, y ya puedo descansar. Rueda bien hinchada y cámara con líquido antipinchazos de repuesto. Me digo a mí mismo que ya no me va a hacer falta comprar ninguna más por este año. Bueno, comprar no pero hacer uso de ella sí que me tocaría más adelante.
Me dirijo a un hostal que me ha recomendado el mecánico. Llamo al timbre pero ni se molestan en abrirme. “Está completo” me sueltan por el videoportero.  Bienvenido al Camino Francés. Consulto en el teléfono y hay dos hostales unas calles más arriba. Pues a probar suerte. Mientras remonto la calle me saluda un peatón. No lo reconozco pero él a mí sí. Es Moisés, el bicigrino madrileño que me encontré en Medina de Rioseco. Se ha alojado en el albergue de las Madres Benedictinas. Me comenta que está casi lleno y que cierran bastante pronto. Pues va a ser que no.  Nos despedimos y a seguir buscando.
Como no hay mal que por bien no venga recalo en un pequeño hostal, regentado por una familia francesa,  inaugurado hace menos de un año y que se encuentra frente al albergue Cluny. Pregunto y, tras un momento de duda, me dicen que sí hay una habitación pero pequeña. Me la enseña: todo nuevo y cama de matrimonio. La bici se queda en un sótano bajo llave. Veinticinco euros.  No sé dónde está el problema. Le digo a la dueña que no espero compañía así que por mí perfecto.



El ritual vespertino de rigor. Ducha, colada y visita obligada a una farmacia: he agotado el protector solar (manda güevos viviendo en la costa alicantina…) y necesito una pomada para tratar el bonito herpes labial con el que me ha obsequiado el sol de Castilla. Sarna con gusto no pica dicen. Bueno, picar no pica pero sí que duele.  Poco más. Una buena cena y al sobre, con la certeza de que mañana voy a hartarme de decir “buen camino”.



sábado, 15 de noviembre de 2014

DIA 5: PUENTE DUERO-MEDINA DE RIOSECO

Lunes, 8 de Septiembre



Hoy amanece sin rastro de nubes tras el aguacero de ayer. Desayuno y me hago el remolón algo más de lo normal para ver si terminan de secarse las zapatillas. No hay suerte. Toca empezar el día con los pies fresquitos.  Seis kilómetros por un carril bici y ya estamos en Simancas.








Después de cruzar el puente sobre el río Duero toca negociar una simpática cuesta hasta la altura del Archivo General ,  se gira a la derecha, cruzo la autovía por un paso subterráneo  y ya por  pista hasta Ciguñuela. Para variar el pueblo está en lo alto de una loma para alegría de mis piernas… Otro tramo más de camino  y ya estamos en Wamba.






Me detengo frente  a su iglesia y aprovecho para poner al sol parte de la ropa húmeda que llevo. Uno de los atractivos de esta villa es el famoso osario de la  Orden de San Juan pero solo se puede visitar los fines de semana así que me quedo con las ganas.






Hasta aquí la jornada sin novedad. Retomo la marcha por una carreterilla y me voy cruzando con varios pelotones de ciclistas.  La razón es  que hoy es festivo en muchos pueblos de la provincia. Me detengo un momento al final de una subida para quitarme el cortavientos y al arrancar de nuevo me doy cuenta que la rueda trasera se ha “desmayado”.  Ya empezamos con el cachondeo. Con lo que admiro yo esta tierra y lo que me cuesta atravesarla. Cuando voy a echarle mano a los recambios caigo en la cuenta de que sólo dispongo de la cámara teóricamente “antipinchazos” que cambié antes de llegar a Segovia y no tiene pinta de tener mucho líquido. Pues no se hincha. Pruebo de nuevo con la recién desmayada y aparentemente parece que retiene aire. ¿A ver si va a ser un pinchazo “psicológico”? Le doy a la bomba hasta que me aburro y decido tirar hasta Peñaflor de Hornija con la rueda “morcillona”.
Al llegar al pueblo paro en la plaza, busco un rincón con algo de sombra y desmonto el chiringuito. Me fumo un cigarro, cuento hasta a cien y sigo dándole a la zambomba. La rueda parece que ya tiene la presión suficiente así que doy una vuelta para probar sensaciones y en cuestión de segundos ya está la llanta besando el asfalto. Otro cigarro, esta vez aumento la cuenta hasta doscientos, picoteo alguna chuchería de las que llevo de emergencia y a parchear la rueda. Afortunadamente hay una fuente donde poder localizar con más facilidad el puñetero poro que me está alegrando el día. Entre una cosa y otra me tiro casi dos horas en el mismo sitio. Y sin comer como es debido…
Con la rueda de aquella manera decido continuar con la esperanza de encontrar alguna gasolinera. De Peñaflor se sale por una carreterilla en descenso y curveada y, como de costumbre, hay que volver a subir lo que con tanta alegría se ha bajado. Al final desemboco en una carretera en buen estado pero del tipo “comecocos”: una recta de siete u ocho kilómetros de falso llano hasta Castromonte.
Había leído en un blog que en este pueblo había uno de esos bares con “encanto” (“Bar Caribe”)  cuyo propietario tenía un capazo de años. Se encuentra frente al ayuntamiento y entro para picar algo. Efectivamente, el hombre no baja de los noventa abriles. Pregunto si tiene algo de tapa y no hay suerte. A duras penas consigo entenderle que no sirve comida ya que la mayoría de la gente ha emigrado. Pues castigado sin comer. Pido un refresco y aprovecho para hacer un “pis-stop”, como dirían en la Fórmula 1. ¿O era “pit”? En fin, como se diga.
Pues nada. A continuar en estado de ayuno involuntario. Me subo a la bici y veo que el cielo empieza a ponerse como ayer.  Procuro darme prisa porque se oye tronar a lo lejos. A los pocos minutos empiezan a caer goterones así que me toca echarle una carrera a la tormenta hasta llegar a Medina del Rioseco.
Son las cuatro de la tarde y, para ser un pueblo grande (o una ciudad pequeña, según se mire), no se aprecia mucho movimiento. También es festivo aquí. Paro en el primer bar que encuentro con terraza pero no tiene nada de comer. El camarero, amablemente, me recomienda otro bar cercano pero allí no tendría a la burra a la vista. Me lo pienso mejor y me quedo. La hora es más propia de la merienda que de la comida así que engaño al estómago con una bolsa de patatas y un café con hielo mientras veo el final de etapa de la Vuelta.
Pasadas las cinco levanto la sesión de “sillón-ball” y me pongo a pensar “que fem del caldo”. La tormenta ha pasado de largo pero sin cámara de repuesto no me arriesgo y doy por finalizada la jornada tras la “kilometrada” de hoy. Si hubiera un ranking de bicigrinos perezosos creo que el pódium lo tenía asegurado.  Pregunto por algún hostal y los parroquianos me recomiendan el albergue de las Clarisas. Tengo entendido que es un convento de clausura y eso suele equivaler a “horario cuartelero”. No me entusiasma la idea pero es lo que toca.



El convento me lo había pasado de largo al llegar al pueblo. Vuelvo sobre mis pasos y accedo al recinto. Entro en la recepción pero no hay nadie. Salgo y pregunto a un hombre que está sentado a la entrada de lo que parece una vivienda  en un edificio aparte y me indica que el albergue es la casa contigua, pero que tengo que volver a la recepción y llamar al timbre.  El comienzo fue prometedor:

-     Ringggggggg (treinta segundos de silencio y finalmente ruido de pasos bajando por una escalera)
-          Ave María Purísima (el sonido viene de mi derecha pero no veo a nadie)
-          Buenas, quería saber si tienen alojamiento para esta noche
-          ¿Pero qué quería?
-          Pregunto si disponen de alojamiento (sin saber a dónde dirigir mis palabras)

Más silencio hasta que se abre una ventana corrediza y por fin veo el rostro de mi interlocutora. Bueno, lo poco que deja mostrar el  hábito de monja.

-          Ah, que eres peregrino. Claro que sí.  Déme  la credencial y el DNI para que te registre.

En cuestión de segundos la desconfianza inicial se ha convertido en amabilidad. Me muestra el albergue, me entrega la llave “para que entre a la hora que quiera”  (¡bien!) pero me informa de que no puedo dejar allí la bicicleta (me parece extraño porque en  el albergue hay espacio de sobra y ese día soy el único usuario). Sin embargo, la bici quedaría a buen recaudo en el garaje del convento. Al día siguiente llegué a la conclusión de que igual era una manera de evitar que me largara haciendo un “sinpa”, ja,ja,ja. También me advierte de que cierre con llave en todo momento ya que  han sufrido más de un robo últimamente. Cómo está el patio……… 

Me llamó la atención la concepción diferente que se tiene del tiempo en un convento :

-          Deje “las maletas” y me avisa para guardar la bicicleta
-          No se preocupe Hermana, las saco en un momento y así no tengo que volver a molestarla
-          Molestia ninguna. Aquí estamos para servir (me pongo colorao…..)

Al minuto ya he sacado las alforjas y al girarme no estaba la monja. Otra vez para la recepción.

-          Ringggggggggg
-          Ave María Purísima
-          Hermana, que vengo para que me abra el garaje
-          Llévala al otro lado del patio y le abro

Otro par de minutos,  abre la puerta del garaje y dejo aparcado el trasto junto a la “unidad móvil monjil”. Nos despedimos y cierra. Doy cuatro pasos y caigo en la cuenta que no he sacado la alforjilla delantera donde tengo la cartera y el móvil. Aporreo la puerta del garaje.

-          Hermana, que he olvidado una cosa dentro

Nueva apertura de puerta, recojo la alforja, le doy las gracias y aprovecho para preguntarle por el funcionamiento de la lavadora.
Tras la reparadora ducha salgo en “top-less” a la entrada a fumarme un cigarro y sale a mi encuentro la buena señora que viene a poner en marcha la lavadora. Charlamos unos minutos aunque me siento un poco cortado con la escena (estoy bonito de ver con mi incipiente moreno “agro” y el “pecho lobo” al descubierto). Uno que es así de tímido….

Le pregunto por alguna gasolinera cercana para solucionar el tema de la rueda.

-          Vaya a los bomberos que están justo enfrente y les dice que va de mi parte. Pero primero termine de instalarse y luego me avisa para que le abra el garaje.

Tiendo la ropa y nueva visita a  la recepción. Otro timbrazo, otro Ave María Purísima, salida de la bici en libertad condicional para el inflado de rueda (solucionado enseguida por los bomberos), más timbre, otro Ave María Purísima, y reapertura de garaje. Alabo la vocación de servicio de la Hermana pero con un par de “petardos” como yo todos los días tiene el cielo más que ganado.


A las siete ya me voy a dar un garbeo por el pueblo. Un par de jarras de cervezas para hacer tiempo y, por fin, a cenar en un bar recomendado, cómo no, por la Hermana (Bar “El Sequillo”). Buen trato, cocina casera y precios asequibles. El nombre, para no llevarse a engaño, hace referencia al río que pasa por el pueblo aunque yo terminé la noche “encharcadillo”.