Miércoles, 18 de Septiembre
Diana un poco antes de las siete
y desayuno a las siete y media con los franceses. La rutina de siempre. Sacamos
del sótano las bicis y montamos las alforjas. Como de costumbre. Hoy toca
ponerse el chubasquero ya que Orense nos despide con una lluvia fina. Esto sí
que es novedad. Transitando por las calles peatonales hago una pequeña parada
para “atracar” un cajero que ya voy justo de la “otra gasolina”. Lo que alguno
llama la “magia” del Camino.
Al final de la calle vemos que la
señalización del Camino va en sentido contrario a la circulación. Pues a
empujar unas cuantas calles hasta llegar al puente romano sobre el Miño.
Entraba dentro de lo posible. Unas cuantas fotos de recuerdo y cruzamos el
puente. Todo sigue siendo normal. Avanzamos unos cuantos metros hasta el primer
semáforo y es entonces cuando escucho un “clinc” extrañamente familiar que
proviene del bolsillo trasero de mi maillot. Otra vez me he llevado de recuerdo las llaves de la habitación…. Me voy a hacer mirar esta faceta cleptómana
que estoy desarrollando. Advierto a los franceses de la peripecia y nos
emplazamos para más adelante.
Afortunadamente sólo llevaba
recorrido kilómetro y medio pero con tantas paradas ya podía haberme dado cuenta antes…
Llego al hostal en plena
discusión con acento latino acerca de unas llaves. Que haya paz hermanos que
aquí está el “quinqui” entregándolas voluntariamente. La parte positiva de
repetir el itinerario es que ya tengo
memorizado el camino de salida de Orense.
Cuando regreso a la altura del
semáforo donde me despedí de los “chavales galos” no tengo muy claro por dónde
tirar y le pregunto a un vendedor de cupones que casualmente había sido
peregrino. Tengo que torcer a la derecha para llegar a la Avenida de las Caldas
y tomar como referencia una gasolinera. El problema es que a esas horas hay un
tráfico infernal y los vehículos circulan a mucha velocidad. Así que decido ir
lento pero seguro. Voy empujando durante dos o tres kilómetros por la acera, en
la que sí hay marcas del camino. Después de unos veinte minutos de paseo veo a
la derecha la señalización del “Camiño Real”. Miro el reloj: las diez y todavía
estoy en Orense. Vamos bien….
Me quedo unos minutos pensando
qué hacer y me replanteo la etapa. Hoy toca etapa de aproximación a Santiago,
sin más, porque a este paso me van a recibir en casa con un rodillo de tamaño
más grande de lo normal…. La cuestión es que para salir de la “caldera” de
Orense no existe alternativa fácil: guillotina o garrote vil; guatemala o guatepeor.
O las temibles “costiñas” con desniveles del 20 % con empujing asegurado (por Cudeiro o por la
variante de Canedo) o bien ocho kilómetros de subida ininterrumpida por la
N-525, que es la que tomé finalmente. Una sesión de molinillo de más de una
hora que me hizo sudar como nunca (propiciado también por la humedad del
microclima orensano). La proporción era de goterón cada dos pedaladas. Ese día
sí que puedo asegurar que dejé un buen rastro para seguirme…
La carretera deja de subir a la
altura de Cambeo y mientras me tomo un descanso recibo llamada de Santi que
acaba de llegar a Tamallancos después de subir por el trazado original. Ninguno
de los dos caemos en la cuenta que estamos separados por apenas dos kilómetros
y quedamos en vernos para almorzar en Cea.
Como no podía ser de otro modo,
estando en Galicia, la carretera es el típico sube y baja. Tengo que salirme de
la Nacional para entrar en Cea. Sello en el Ayuntamiento, fotografío la famosa
Torre del Reloj y me dirijo al horno-tienda-bar donde ya está instalado Santi.
Pues bocadillo con el famoso pan del pueblo para recargar las baterías.
La parada para repostar fue de lo
más oportuna ya que, si bien he obviado la subida hacia el Monasterio de
Oseira, la carretera, entre el previsible carrusel gallego, me depara otra
sorpresa: seis interminables kilómetros de subida hasta el Alto de San Martiño.
La verdad es que llego arriba con bastante dignidad pero no sé si achacarlo al
cursillo intensivo de montaña de estos
últimos días, a los juramentos que salían de mi boca entre pedalada y pedalada
o a una mezcla de ambas cosas…
A continuación dos kilómetros de
descenso hasta Castro-Dozón y nuevo repostaje que me había ido de Cea sin tomar
el postre: café y bollería para reponerme de tanto derroche de calorías,
consecuencia del valor doble del kilómetro gallego. De todos modos no hay
riesgo de engordar ya que nada más emprender la marcha hay otro kilómetro
largo de subida hasta el Alto de Santo Domingo. Me viene a la mente el tramo
entre Samos y Melide en el Camino Francés. Subidas y bajadas para aburrir. Y cual
valor inestable en un mercado bursátil voy pasando la tarde hasta que recibo nueva
llamada de Santi y me comenta que ha parado en una rotonda a la entrada de
Lalín. Le digo que debo de estar cerca (acababa de pasar el cartel
anunciador de entrada en su término municipal) aunque la cercanía resultó
relativa ya que tardé casi media hora en llegar a su altura. Una vez reunidos
me pregunta si no me ha parado un coche que entregaba publicidad de un albergue.
No fui merecedor de tal atención pero esto suena a que ya estamos cerca de
Santiago. Convenimos continuar hasta A Laxe y, en caso de no encontrar alojamiento,
proseguir hasta Silleda, que es lo que se publicitaba en el folleto que le
entregaron a pie de carretera.
Lo curioso es que a los primeros
conductores a los que les pedimos indicaciones para llegar hasta este albergue desconocían
la existencia de esta población. El tercer encuestado sí que logró explicarnos
que había que continuar por la Nacional en dirección a Santiago. Efectivamente,
tras unos cinco kilómetros y pasarnos de
largo unos metros el minúsculo cartel indicador descubrimos el misterio: A Laxe
es una pequeña aldea perteneciente al Concello de Lalín, encajonada en una
vaguada entre la Nacional y la Autovía. Descendemos por un camino y trescientos
metros después nos encontramos con una construcción que desde fuera parece más
bien un bunker. Pero las apariencias engañan. El albergue es de lo más
acogedor, amplio y con buenas instalaciones. Pues aquí nos quedamos. Hay dos
salas de literas. Una de ellas estaba ocupada por un grupo organizado de universitarios
de Valladolid y en la otra coincidimos los “desorganizados”, a saber, dos
bicigrinos andaluces, una peregrina portuguesa, otro holandés y nosotros dos.
No hay problema para elegir cama. Tras la ducha reparadora, y en vista de que los estudiantes pucelanos
tienen copado el tendedero (lavar para no poder tender es tontería…), nos
dirigimos, sobre las seis y media, al bar que hay junto a la carretera y, como
el que no quiere la cosa, acabamos celebrando el final del camino con un día de
antelación. Había partido de cuartos de final del Europeo de baloncesto
(España-Croacia). Salimos a ronda de cerveza por cuarto y enlazamos con la
cena, levantnado la sesión tres horas y media después. Esa noche puedo
asegurar que no pasé frío…
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