Martes, 17 de Septiembre
Esa mañana hago un esfuerzo de
concentración mientras recojo los bártulos. ¿De mentalización para atacar
otro de los “cocos” del Sanabrés? No. Eso me lo dejo para el momento del
desayuno. El motivo es que no quiero olvidarme de devolver
las llaves del albergue a Protección Civil, que no está la cosa como para dar
media vuelta a mitad de la subida….
Como el bar donde cené anoche
está cerrado me dirijo a otro que se encuentra en la misma calle, donde me sirven unas tostadas de
considerables dimensiones. He de decir que Laza ha sido de los contados lugares
donde he notado que a los peregrinos se
les trata de una manera especial.
Los tres primeros kilómetros de
la jornada son llanos y empiezo a dudar si no habré tomado la carretera en
sentido contrario. Cuando veo el panel de Soutelo Verde me quedo más tranquilo
pero a partir de este pueblo ya se pone el tema cuesta arriba. Después de tres kilómetros de subida ya tengo excusa
para hacer fotos, ja,ja,ja. Y todavía me
faltan unos seis más para llegar a Alberguería. Pues paciencia y resignación.
El puerto se me hace largo para variar. No tiene apenas descansos y hay muchísimas
curvas, lo que lo hace peligroso porque los vehículos que pasan advierten mi
presencia cuando ya están muy cerca. Y la mayoría son camiones. Así que me pego
todo lo que puedo al arcén no sea que alguno me dé un “empujón”…
Llega un momento en que la
carretera gira a la izquierda y deja de ser tan sinuosa. En ese punto adelanto
al pelotón de peregrinos (unos siete u ocho) que habían partido de Laza. Un
kilómetro más y ya tengo a la vista el cartel de Albergueria. Poco después de entrar
en el pueblo hay que girar a la izquierda para llegar al famoso bar de las
conchas, el “Rincón del Peregrino”. Otro lugar de visita obligada. Allí me
encuentro con los franceses. Pues refresco y ración de empanada para celebrar
la ascensión. Y como información de servicio, Luis, el propietario del bar, ya
tiene acondicionado el albergue. Bueno es saberlo....
Desde Alberguería todavía quedan
dos kilómetros de subida pero ya no se me hacen tan pesados como los
anteriores. La referencia buena para saber donde se corona no son las antenas
que se ven a la derecha, en otro monte, algo antes de llegar al pueblo sino dos
silos que se encuentran a la izquierda una vez pasado éste. Luego ya descenso
hasta Vilar do Barrio donde completo el almuerzo.
A partir de aquí me olvido de la
guía y me dedico a seguir las flechas. Al principio por carreterillas locales,
atravieso un par de pueblos y después un tramo de unos cuantos kilómetros de pista totalmente
llanos.
A la salida de Bobadela la
carreterilla parece que va en la buena dirección pero prefiero seguir las
flechas que indican desviarse a la derecha. Parece que he elegido bien porque
me encuentro atravesando un bonito bosque al resguardo del “Lorenzo”.
Todo muy bonito y un recorrido
demasiado fácil para estar en tierras gallegas. La trampa viene un poco
después. Desaparecen los árboles y el camino se empina hasta un montecillo. Me
toca empujar por dos motivos: al principio por el desnivel y después porque la
senda está alfombrada por unos cogollos secos de lo que parecen ortigas o
parientes de éstas. Tengo que parar cada cien metros para ir quitando las púas
que se están clavando en las cubiertas. Un rato de lo más distraído. Esto de los
pinchazos es un misterio. El año pasado pinchaba sólo de pensarlo y en cambio
éste, salvo el primer día, ni atravesando un campo de púas….
Al menos, las vistas desde lo
alto de la loma compensan lo penoso de llegar hasta aquí.
El principio de la bajada también
tiene su gracia. Empinada, rocosa y resbaladiza. El lugar ideal para darse una
leche. Después otro bonito tramo entre árboles hasta otra aldea (Cima de Vila)
donde un vecino me confirma que voy en la buena dirección hacia Xunqueira de
Ambía. Poco después me encuentro con un pequeño problema de “tráfico”. El
camino está ocupado por un Mercedes. Aunque oigo ruido en un maizal cercano no
veo al paisano. Finalmente me toca pasar la bici con cuidado, no vayamos a
rayarle el coche al labriego y tengamos un disgusto, con la penitencia de
rasparme la pierna y el brazo izquierdo. Parecía que me hubiera peleado con un gato,
ja,ja,ja.
Pasadas las tres de la tarde
llego a Xunqueira de Ambía. Me siento a descansar en
un banco a la sombra, junto a la iglesia y frente a un bar, en esos momentos
cerrado, y con un curioso cartel de reclamo…
La salida de Xunqueira es cuesta
abajo pero todavía queda un kilómetro largo de subida hasta el siguiente pueblo
y a partir de aquí los últimos veinte kilómetros ya son en continuo descenso
hasta Orense, donde me había citado con los amigos franceses. La ventaja de ir
coincidiendo con ellos es que hacen el “test de habitabilidad” a las pensiones,
y esta vez localizan una a escasa distancia de la Plaza Mayor. Allí también se
alojaría Santi, que tuvo un “intercambio de pareceres” con el hospitalero del
albergue. No se le ocurrió otra cosa que “bacilarle” al final de la jornada
cuando no estaba precisamente para bromas el salmantino.
Orense es una ciudad que merece
una visita más pausada. Me llama la atención el bullicio vespertino del centro
peatonal y la animación nocturna de sus terrazas en un día de entre semana.
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