Lunes, 16 de Septiembre
Otro día que comienza con el
tradicional desayuno a las siete y media con los amigos franceses. Y como de
costumbre me pongo en marcha un poco más tarde que ellos con la certeza, o
mejor dicho creencia, de que coincidiremos a lo largo de la jornada.
Como novedad, los primeros
kilómetros son de enfriamiento,
consecuencia de empezar cuesta bajo prácticamente hasta Lubián.
Pero la sensación de frío
desaparece pronto ya que una vez superada esta población empieza la subida al
puerto de La Canda. La primera parte de la ascensión la hago por una carretera
estrecha (la ZA-106) en la que sí que noto que, a mi ritmo, avanzo. Lástima que
desconociera que continuando por la misma carretera también se corona el
puerto, ya que al incorporarme a la N-525 vuelvo a tener la misma sensación de
ayer de pedalear en medio de la nada. De todos modos, este puerto en más corto
que el Padornelo y no tardo demasiado en llegar al túnel que anuncia el final
de la subida.
Una vez atravesado el túnel tengo
sensaciones contradictorias: satisfacción por entrar en Galicia y cierta
tristeza por lo que significa estar en la parte final de mi viaje.
Primeras vistas de Galicia |
Al llegar a Vilavella me cuesta
encontrar la señalización del camino. Le pregunto a una señora que, muy
amablemente eso sí, me da una larga explicación de la que sólo logro entender
tres palabras: “a la izquierda”. El motivo de hacer este tramo por camino se
debe a la curiosidad de pasar junto a la
ermita de Nuestra Señora de Loreto, que es la patrona de mi pueblo y el nombre
de la persona que me extiende, con resignación, los permisos matrimoniales para mis escapadas septembrinas
de los últimos años.
Es un tramo de unos cinco
kilómetros al que se accede por una corredoira
con un pronunciado descenso que resulta ser demasiado técnico para mí. Pues a
empujar un rato que al menos el paraje es bonito. Con lo que no contaba era con
toparme con una cancela cerrada a cal y canto. Tenía un pequeño acceso a la
derecha por donde pueden pasar los peregrinos a condición de que se quiten la
mochila pero en mi caso no me queda otra solución que desmontar las alforjas y pasar la bici
por arriba. Así que entre una cosa y la otra empleo una hora para llegar a la
ermita.
La puñetera valla...... |
Ermita de Nuestra Señora de Loreto |
Unos cientos de metros después el
camino desemboca en O Pereiro y, en vista del éxito obtenido, abandono la
faceta aventurera y me voy a lo práctico: tomo la carretera OU-311 hasta
enlazar con la Nacional. Al poco de incorporarme al asfalto me encuentro a un
tipo ataviado con chaqueta militar que, encaramado a una peña, saluda a todos
los coches que pasan. Cuando llego a su altura me da ánimos para la subida.
¿Cómo? ¿He oído bien? Pues sí. No contaba con que había que subir el Alto do
Cañizo.
Y tras la subida sorpresa de
cinco kilómetros, descenso hasta A Gudiña. En esta población me siento un tanto
desorientado y necesito consultar la guía, que dice textualmente lo siguiente:
“salimos de A Gudiña por la calle Mayor que nos lleva hasta la plaza mayor…”.
Como la explicación no es suficiente conecto el GPS del teléfono y averiguo que
la Rua Maior es la calle paralela a donde me encuentro, que es la continuación
de la Nacional a su paso por el pueblo. No me había perdido, pero es que el
adjetivo “mayor” a la calle y la plaza que me encuentro es cuanto menos generoso.
Una calle estrecha y una pequeña plaza con un cruceiro donde sí aparece la
famosa bifurcación del camino por Verín o Laza. La opción la tenía clara pero
resulta que la ruta hacia Laza se ha desviado como consecuencia de las obras
del AVE. Vaya con las obritas…
Plaza Mayor de A Gudiña |
Tanto “esfuerzo mental” para
orientarme en una población de poco más de mil seiscientos habitantes me ha
dado hambre. Afortunadamente sigo
cumpliendo la norma de hacer caso a mi estómago y es que las calorías del
generoso bocata de tortilla que me sirvieron me iban a hacer falta en los
siguientes kilómetros.
Vamos a ver qué nos depara el
desvío: hay que continuar por la N-525 por la alternativa de Verín durante unos
cinco kilómetros y abandonar la carretera por la derecha a la altura de una
estación de servicio. Tengo que hacer un ejercicio de disciplina para tomar el
desvío porque el viento sopla a favor en dirección a Verín. Por una vez que voy como un tiro….
Sigo en paralelo a la carretera
unos metros pero no veo señalización del camino. Doy media vuelta y veo un pequeño cartel que indica Erosa. Pues por
ahí será. La carreterilla desciende rápidamente hasta un bosque y el hecho de estar más bajo que la Nacional me
da mala espina. Efectivamente, la carreterilla se empina hasta llegar a este
pueblecito. Atravieso sus calles hasta que se acaba el asfalto. Con el jaleo de
los perros que advierten de la presencia del intruso se asoma una vecina y me
indica el camino para ir a Venda da Capela. Cuando le pregunto por la
distancia, resopla y me contesta que está lejos. La señora, que ya tiene unos
añitos, recordaba ir de niña por ese
camino y que tardaba varias horas en llegar porque había que subir mucho. La
información hay que procesarla: de niños las distancias siempre parecen más
grandes así que estimo que tengo para una hora y media y lo cierto es que no me
equivoqué por mucho.
Desde Erosa el camino empieza
otra vez en descenso, entre árboles, atravesando un riachuelo, aunque no lleva
demasiada agua en esa época.
Y poco después ya empieza la
subida a la sierra. Aunque el primer tramo tengo que hacerlo empujando, el
camino es ciclable. A medida que se va ascendiendo desaparecen los árboles. Diez
kilómetros en soledad y en absoluto silencio, solo roto cuando el viento trae
el sonido del traqueteo de la maquinaria pesada que se encuentra unos
kilómetros más Este. Subo pensando en mis cosas y aprovecho los descansillos
que voy haciendo (bueno, que me veo obligado a hacer) para admirar el paisaje
que dejo atrás. Como se suele decir, “jodío pero contento…” Y esto era sólo el
principio.
El único problema es que me estoy
quedando sin agua y no veo el final de la subida. Sólo hubiera faltado que me deshidratara en Galicia y a pocos
kilómetros de un embalse. Pero finalmente llego a Venda da Capela y a la
entrada de la aldea hay una fuente donde puedo refrescarme y reponer agua para
el resto de la etapa.
La primera imagen el embalse fue
un tanto decepcionante ya que el terreno está removido por las obras.
La cicatriz de las obras del AVE |
Pero a partir de aquí el
recorrido es una gozada. La carreterilla
discurre por la cresta del monte, flanqueada por la derecha por el Embalse das Portas y por la izquierda con más montañas.
Cada poco tiempo necesito detenerme para contemplar las vistas.
Y comienza el festival...... |
Campobecerros |
En Campobecerros paro en el Bar
Da Rosario a tomar un refresco y deleitarme con el recuerdo del paisaje de los
últimos kilómetros. Aprovecho para charlar con un vecino y me confirma que
tanto el albergue como la pensión que hay en el pueblo están ocupadas por los
operarios. Hasta que no terminen las obras no va a ser posible hacer noche
aquí.
A la salida de este pueblo hay un
kilómetro y pico de subida que se las trae. Luego se desciende hasta Portocamba
y otra vez a subir hasta la Cruz del Milladoiro. Otra de esas estampas típicas
del Camino Sanabrés.
Portocamba |
A la izquierda de la cruz está
señalizado el camino que se convirte en la traca final de la etapa. El descenso
hasta Laza por una pista que discurre por la ladera de la montaña y que te
adentra en lo más profundo del valle. Si no fuera porque ya eran más de las
siete no me hubiera importado hacer un buen tramo caminando. El lugar lo merece.
De todos modos hay que ser precavido en la bajada, sobre todo en su primera
parte. Sin darte cuenta la bici toma mucha velocidad, y si bien la pista es
ancha, en las curvas hay mucha gravilla. Fue el único día en que al final de la
jornada lo que me dolían eran las manos en lugar de las piernas.
Una vez en Laza toca fichar en el local de Protección Civil, donde te facilitan
la llave y las fundas desechables
habituales en los albergues de la Xunta, así como información para la etapa
siguiente. En el albergue me reencuentro con los amigos franceses así como con
Santi, el salmantino, que se queja de las rodillas y se ha visto obligado a
acortar la etapa. Qué más puedo pedir. Un día inolvidable y buena compañía para
la cena.
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