viernes, 26 de septiembre de 2014

DIA 2: GOTARRENDURA-SEGOVIA (TOMANDO CARRERILLA PARA SANTIAGO)

Viernes, 5 de Septiembre


El ajetreo del día anterior hace que “la marmota” se despierte a las ocho.  Es posible que ayudara el hecho de que el peregrino-búfalo prefiriera irse con el colchón a otra dependencia para no molestar, aunque creo que hubiera dormido igual.   Puede que suene extraño pero los días que mejor descanso son precisamente en los que estoy de ruta caminera.
Recojo los bártulos con parsimonia y a las nueve me pongo en marcha. Alguna ventaja ha de tener el ir solo. Me despido de los valencianos camino de Hernansancho,  donde paro a desayunar. Hoy es uno  de esos contados días donde tengo claro el programa de fiestas: 65 kilómetros hasta Segovia para enlazar con el Camino de Madrid. Lo único que me tiene mosca es que he trazado la ruta con “tiralíneas”, es decir, tomando el camino más recto y sospecho que no todo va a ser planicie castellana.
Así que en este punto abandono el Camino del Sureste y me dirijo hacia el Este. Ahora que lo pienso tiene su guasa que para ir a Santiago me encamine en sentido opuesto. Los primeros 15 kilómetros transcurren por una buena carretera (la CL-507) que me permite hasta “meter plato”. Quién me lo iba a decir…. Al llegar a Sanchidrián  se cruza la Nacional VI y la Autovía y se toma una carreterilla en dirección a Muñopedro. Un poco de subida y bajada hasta el Río Voltoya. Al final del descenso veo una bicicleta apoyada en un lateral y a un hombre caminando unos metros más adelante. Me intereso por su estado y me dice que no tiene ningún problema, que acostumbra en este punto a estirar un poco las piernas. Charlo unos minutos con él y aprovecho para que me haga una foto junto al panel del límite provincial.




Me pongo de nuevo en marcha y voy remontando tranquilamente la carretera hasta que a los diez minutos me alcanza de nuevo el veterano ciclista y me dice que me lo tome con calma que todavía tengo para un rato… Ahora entiendo la razón de por qué estiraba las piernas. El “rato” son dos o tres kilómetros de subida al que solo le faltaba al final el cartel de “puerto”. Ya decía yo que trazar una línea recta en un mapa me iba a traer alguna sorpresa.





Al final de la subida ya se alcanza un altiplano que no se abandona en prácticamente el resto de la etapa. Llego sobre la una a Muñopedro y ya aprieta el calor. Me pongo a resguardo unos minutos y le comento a un vecino la “bonita” subida que hay para llegar aquí. El hombre se pone a resoplar y me comenta que esa carretera “tiene muchas curvas”. El desnivel no le preocupaba mucho, ja,ja,ja. Me informa, para otra vez, que es más llevadera la carretera desde Labajos. Pues tomo nota.
Tanto ejercicio me está dejando en la reserva así que pongo rumbo a Marugán y justo a la entrada del pueblo encuentro un mesón con terraza de nombre sugerente: “La Huerta del Agüelo”. Pues primera comida peregrina: salmorejo, filete de ternera a la brasa, postre y café. Que no sea todo sufrir. El establecimiento está regentado por un matrimonio de mediana edad y el marido, entre plato y plato, observa con curiosidad las alforjas. Finalmente deduce a dónde me dirijo y me confirma algo que había visto en el “maps”: que al llegar al siguiente pueblo hay un camino que te  conduce hasta muy cerca de Segovia.
Pido la cuenta y el hombre me dice que me espere un momento, que su mujer me tiene que decir algo. Uff. Hago un repaso rápido de la última hora y media: no he roto nada y me lo he comido todo. Como  no me haya dejado el grifo abierto en el aseo…. A los pocos minutos sale con dos tomates tamaño XXL de su huerta. “Toma: para que tengas fuerzas para el Camino y cuando llegues a Santiago dale recuerdos al Apóstol”.  Creo que uno de los motivos por los que vuelvo al camino año tras año es por la cantidad de buena gente que me encuentro.
Tras este bonito gesto y con las fuerzas renovadas continuo hasta Abades (a 16 kilómetros de Segovia). Atravieso el pueblo y a la salida tomo el camino que parte a la derecha junto a unas naves agrícolas (en el “maps” aparece como “calle Segovia” pero  es todo camino). Tal y como me lo habían descrito casi todo el tramo es en descenso, con la torre de la catedral emergiendo a la izquierda y con el relieve de “la mujer muerta”  de frente. Dos bonitas fotos que no puedo hacer ya que el teléfono se ha quedado sin batería.
Esto pinta bien. Avanzo casi sin dar pedales y con un bonito paisaje de fondo. A este ritmo voy a llegar a una hora prudente a destino, con tiempo suficiente para hacer el “guiri” en una ciudad con mucha Historia. Pues tararí de La Habana……….
Al kilómetro empieza a “culear” la rueda trasera. Llevo una cámara con líquido antipinchazos así que intento continuar pero a los pocos metros la llanta está en el suelo. Son poco más de las cuatro y el sol pega de lo lindo, y la idea de cocerme en medio de un páramo no me entusiasma, así que toca caminar durante tres kilómetros hasta que encuentro un lugar a la sombra. Mientras repaso la cubierta sacos dos pinchos. Ya empezamos con los abrojos….
Como de costumbre no puede darle la presión adecuada a la rueda así que empujo unos metros en un tramo de subida, junto a una granja, y le pregunto a una mujer por una gasolinera cercana.  En ese momento llega su marido y me comenta que dispone de un compresor en su taller. Son los propietarios de la explotación agraria que estoy atravesando.
Lo que iba a ser cuestión de un minuto se complica. El aire que se introduce sale por otro lado. Repasamos de nuevo la cubierta y encontramos dos pinchos más. Si hay que pinchar que sea a lo grande…  Pues venga. A poner una cámara de repuesto.
Durante la charla desvelo mi origen y resulta que ellos acaban de regresar de Alicante, donde acaba de mudarse su hija por motivos laborales. La verdad es que no me puedo quejar: asistencia técnica con derecho a refresco y últimas indicaciones para llegar a Segovia.  Paso junto a la prisión de Perogordo, cruzo bajo un viaducto férreo y me incorporo a la N-110 para recorrer los últimos kilómetros con una última subida hasta la altura del hospital que ya me deja para el arrastre. Lo normal cuando uno se va a entrenar al Camino….
Me habían aconsejado un hotel justo a la entrada de la ciudad con buena relación calidad/precio pero está completo.  ¿Quién me mandaría llegar a una ciudad turística un viernes de principios de septiembre? Estoy cansado, sediento y tengo que recargar el móvil para empezar a dar señales de vida así que, aplicando la ley del mínimo esfuerzo, decido recalar en el primer alojamiento que encuentre a mi paso y me topo con un “albergue” de cuatro  estrellas donde sí hay habitación. No me extraña que hubiera plazas libres a juzgar por el sartenazo que me dieron. Pues venga, como los ricos, a tirar de tarjeta….
Tras contactar con la “autoridad competente”, ducha reparadora, lavar la ropa y tenderla en el aseo, me voy a dar por fin mi vuelta turística. Llego hasta la Catedral y exploro por dónde va el camino para el día siguiente mientras busco algún lugar donde cenar. Finalmente vuelvo sobre mis pasos y me siento en una terraza cerca del hotel atraído por el tamaño de las jarras de cervezas que sirven. Me pido una y pregunto si dan cenas. Afirmativo. Pues estando donde estoy una de judiones de La Granja y cochinillo recalentado. Las fotos turísticas para mañana.




lunes, 22 de septiembre de 2014

DIA 1: ALICANTE-AVILA-GOTARRENDURA

Jueves, 4 de Septiembre

La misma rutina que el año anterior. Diana a las seis y  taxi hasta Alicante para tomar el AVE a Madrid de las siete y veinte. Actualmente el viaje es un paseo de poco más de dos horas. El tiempo justo de dar una cabezada y despertarme con el anuncio por megafonía de que llegamos a la estación de Atocha.  El tren hacia Ávila parte de la estación de Chamartín, así que hay que tomar un Cercanías (que pasa con un intervalo de trece minutos)  con el reto previo de sacar el ticket correspondiente.  Con mi destreza habitual consigo resolver el problema en diez minutos (encontrar un expendedor y descifrar cuántas zonas o líneas hay que cruzar para poder abonar la tarifa adecuada). Huelga decir que en una gran ciudad la gente tiene demasiada prisa como para detenerse a explicarle a un pueblerino cómo funciona la cosa…..
Desayuno en la estación de Chamartín, esquivo una tentativa de colocarme una tarjeta de crédito y, a las once y cuarto, me subo al tren regional destino Ávila. Nueva cabezada y a la una menos cuarto ya estoy en la ciudad amurallada. Salgo de la estación con la incertidumbre de si podré empezar a dar pedales ese mismo día o tendré que esperar a mañana. El motivo es que en el localizador de la compañía de transportes no aparece la confirmación de que la bici haya llegado.
La oficina de entrega no está demasiado lejos pero no consigo ubicarme. Ni GPS ni leches. La solución más fiable es preguntar al primer jubilado que me encuentre apostado en una esquina. Dicho y hecho. En quince minutos encuentro el local y me llevo la alegría de que la bici ya está allí. El pequeño inconveniente es que el establecimiento es bastante pequeño y no está permitido acceder a la zona de almacén, así que saco la caja fuera, preparo la burra y el equipaje y, por último, me atavío parcialmente de ciclista. Zapatillas, maillot y bermudas. Tampoco era cuestión de hacer un desnudo integral en plena calle………

Miro la hora. Las dos. Pues a comer. Me dirijo al centro y encuentro un restaurante junto a una de las puertas de acceso a la ciudad “intramuros” que reúne los requisitos de tener terraza a la sombra. Vamos progresando. Quinientos metros recorridos y ya estoy llenando el buche. Me contengo para no atacar el chuletón que venía en el menú y me decanto por algo más acorde para la ocasión.





Tras una prolongada sobremesa doy una vuelta turística por el casco histórico y me voy haciendo el ánimo para empezar el camino, viaje o ruta gastronómica, porque no tengo muy claro cómo definir la excursión de este año. Lo cierto es que el calor que hace pasadas las cuatro de la tarde no invitaba a hacer muchos esfuerzos aunque, de todos modos, la jornada prevista para  hoy iba a ser poco más que un paseo dominguero.

Plaza del Mercado Chico



El primer punto de referencia para seguir el Camino del Sureste/Levante es encontrar la puerta de Adaja, frente a la que se encuentra al albergue de peregrinos, y desde ahí tomar la carretera que lleva hasta el mirador de los Cuatro Postes, desde donde se contempla una bonita panorámica de las murallas.

Puerta de Adaja




Recordaba de mi paso por aquí hace dos años que para llegar a la siguiente población, Narrillos de San Leonardo, había algo de subida aunque me pareció más dura esta vez. Le echaremos la culpa a que tengo un año más….

Vista de Ávila desde Narrillos de San Leonardo



Lo cierto es que no hay dos caminos iguales aunque se transite por el mismo lugar. Mientras que la vez anterior, a la salida de este pueblo, empezaba un camino rodeado de rocas de granito, esta vez las flechas me llevaron hasta una carretera local. Como se dirigía en sentido Arévalo preferí no tentar la suerte y proseguí por ella, dándome un buen sofocón para salvar una buena subida.
Al llegar a Cardeñosa volví a encontrar la señalización del camino, y a los pocos metros me encuentro un pasaje empedrado que me recuerda  al primer tramo de la subida al Cebreiro.




La senda no es tan cómoda como preveía. Va salvando pequeñas lomas y está flanqueada por mis “queridos” abrojos (los acordes de “Tiburón” empiezan a sonar en mi cabeza). Afortunadamente es un tramo de poco más de tres kilómetros y desemboca de nuevo en la carretera  antes de llegar a Peñalva de Ávila, donde se toma una pista, en buenas condiciones y bien señalizada, que conduce hasta el final de etapa previsto, Gotarrendura. 




Última recta con Gotarrendura al fondo


De esta población, que rondará la centena de habitantes, guardaba un buen recuerdo de mi camino del 2012 gracias a la ayuda desinteresada de uno de sus vecinos y a las magníficas instalaciones de su albergue. Pero en estos dos años algunas cosas han cambiado. El único bar del pueblo ya no se ocupa de facilitar la llave a los peregrinos y cierra a las ocho de la tarde. Llamo al teléfono de contacto pero apenas  hay cobertura en la población. Finalmente una vecina consigue avisar a la mujer que se encarga del albergue. La espero a la entrada y a los pocos minutos se persona allí. Las estupendas instalaciones que recordaba se han convertido en un albergue turístico (a 15 castañas la noche) y están separadas por barrotes de lo que ahora es estrictamente el albergue de peregrinos (de donativo), que se encuentra pasado el patio y que queda reducido a una habitación con dos literas, un baño, un lavadero y una pequeña cocina. Suficiente para pasar la noche pero sin las comodidades de antaño.
Me instalo en el albergue y procuro no demorarme mucho ya que he quedado en pasar por el bar antes del cierre para que me preparen un bocadillo y comprar algo de bebida para cenar, ya que tampoco hay tienda en el pueblo.
De regreso al albergue para dar cuenta de la frugal cena me encuentro  con un matrimonio francés que ha optado por el albergue de pago para evitar coincidir con unos peregrinos españoles que, a su juicio, suelen llegar muy tarde y hacer mucho ruido. A las nueve y media llegan los dos aludidos y resultan ser paisanos, de Valencia para más señas. Cargan 16 kilos cada uno (tienda de campaña incluida) y están acostumbrados a hacer marchas largas. Habían salido de Ávila a las cinco de la tarde. Suelen cenar sobre la medianoche y uno de ellos advierte que ronca como un búfalo.  Es cierto que son un poco bullangueros pero tampoco era para tanto.
En cuanto al vecino que me ayudó en su día, y que fue una de las razones por la que me dirigí a Gotarrendura en lugar de tirar directamente hacia Segovia, desgraciadamente no pude coincidir con él. Otra vez será.