Sábado, 14 de Septiembre
Hacía tiempo que no me pasaba una
de las mías. Advertido de que el camino estaba cortado por las obras empiezo la
jornada por la N-631. Llevaba recorridos dos kilómetros y medio cuando ya tenía
a la vista a los franceses, que estaban terminando de superar un repecho. A
mitad de subida me desabrocho la chaqueta y escucho un tintineo que proviene
del bolsillo trasero. ¡¡Me cagüen…!!! Me había llevado de recuerdo las llaves
de la habitación. Pues media vuelta
hacia Tábara y cinco kilómetros más de calentamiento.
Una vez resuelto lo del hurto
involuntario me reencuentro con los franceses y con Santi a la altura del
desvío hacia Litos, donde ya se puede circular por carreteras sin apenas
tráfico hasta Santa Croya de Tera. Jean Baptiste quiere sellar su credencial en
el albergue de esta población por la curiosidad de que se llama igual que su
hija: Anita.
El albergue está cerrado a esas
horas y nos recibe un empleado, que nos advierte de que los propietarios
llegarán más tarde. Le explico el motivo de la visita y me dice que no es
posible sellar a los peregrinos que no se alojan. El argumento (y no era la
primera vez que lo oí durante los días de travesía) es que lo prohíbe la
Guardia Civil. En mi modesta opinión es una chuminada campestre. Una cosa es la
obligación de todo establecimiento de hospedaje de tener un libro-registro de
viajeros que ha de estar a disposición de la policía y otra que no se quiera
sellar a un peregrino que está de paso pero que no va a pernoctar. A mí lo del
sello de marras me resbala pero J.B. se va un tanto decepcionado.
Un kilómetro después, tras cruzar
el puente sobre el río Tera, llegamos a Santa Marta. Parada obligatoria en la iglesia para
ver la famosa escultura de Santiago Peregrino, símbolo del Camino Sanabrés, que
se encuentra en la parte trasera, junto al cementerio.
Tras tomar un refresco en un bar
cercano el cuarteto se desperdiga. Santi prefiere seguir por asfalto para
llegar hasta Puebla de Sanabria. Los franceses se marchan también y yo me quedo
todavía un rato remoloneando por los alrededores.
Y, tras casi tres jornadas por
asfalto, por fin retomo el camino. Un bonito tramo entre árboles en paralelo al
río Tera. El problema es que un poco antes de cruzar un puente me encuentro con
que el camino está transitado por camiones que cargan material en una gravera
cercana. Otra vez las puñeteras obras….
A la altura del puente coincido
con los franceses. Lo cierto es que, salvo este pequeño incidente, el resto del
recorrido hasta Rionegro del Puente es una gozada. El paisaje de ribera hasta Calzadilla de
Tera, los viñedos a la salida de Olleros, la subida al embalse de Nuestra
Señora de Agavanzal, la carreterilla que
bordea la presa hasta llegar a Villar de Farfón y más camino hasta Rionegro del
Puente. Disfrutando del paisaje y del silencio. Uno de esos momentos de
desconexión total. Y esto era sólo un aperitivo de lo que ofrece el Camino
Sanabrés. Definitivamente no me arrepiento de haber tomado esta variante.
En Rionegro del Puente se acaba
la paz espiritual. Otro pueblo que está de feria. El bar que localizamos está
atestado de gente. Descartamos comer aquí, aunque ya son horas, y simplemente
nos limitamos a tomar un refresco.
Proseguimos por la Nacional 525. La
carretera va picando hacia arriba y se está levantando un molesto viento de
cara. A las cuatro llegamos a Mombuey y esta vez hay consenso para dar por
finalizada la jornada: aparte del hambre, el motivo es que no nos queremos
perder el final de etapa de la Vuelta.
Bocata de lomo y jarra de cerveza mientras vemos a los profesionales lidiando
con las paredes del Angliru….
Una vez finalizada la primera
sesión de “sillón-ball” del día, nos dirigimos a buscar el albergue o, mejor dicho,
el refugio de peregrinos. Un lugar muy modesto no apto para escrupulosos,
ja,ja,ja. Pues es lo que hay. Conforme avanza la tarde se va poblando. Primero
los dos alemanes de costumbre, luego una
peregrina alemana que había visto a la salida de Villar de Farfón y, a última
hora, un bicigrino gallego.
Me sorprende que la pareja de alemanes
haya decidido parar aquí cuando suelen pernoctar en hoteles. La explicación es
que el único hotel que hay en el pueblo está lleno y no tienen fuerzas para
continuar más adelante. Los dos van muy tocados del estómago. Llevan todo el
día con vómitos y diarrea y lo achacan a la paella que tomaron anoche en
Tábara. Desconozco la explicación científica, pero la sabiduría popular, al
menos en mi pueblo, desaconseja tomar paella por la noche. Por algo será…
A la hora de la cena mis amigos
franceses conocen de primera mano lo que es un bar “typical spanish” cuando hay
fútbol. Jugaba el Barcelona contra el Sevilla y hubo alguna que otra decisión
arbitral polémica. Veían el partido de manera desapasionada, admirando el juego
de ambos equipos y se sentían un tanto cohibidos con el griterío de los
parroquianos. Y algo desconcertante para ellos: podían entender que una parte de
los presentes animara a los locales pero lo que no les cuadraba es que hubiera
tanto sevillista en un pueblo de Zamora, ja,ja,ja.
Los franceses tuvieron bastante
con un partido y yo me quedé viendo el que venía a continuación (el de los
otros “sevillanos”…) en compañía de Peke, el bicigrino gallego. El partido en
sí fue un tostón pero ayudó a que me entrara el sueño, ya que esa noche no interesaba
moverse demasiado en la cama no fuera a despertar a la microfauna que habitara en el colchón.
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