Jueves, 4 de
Septiembre
La misma rutina que el año
anterior. Diana a las seis y taxi hasta
Alicante para tomar el AVE a Madrid de las siete y veinte. Actualmente el viaje
es un paseo de poco más de dos horas. El tiempo justo de dar una cabezada y
despertarme con el anuncio por megafonía de que llegamos a la estación de
Atocha. El tren hacia Ávila parte de la
estación de Chamartín, así que hay que tomar un Cercanías (que pasa con un
intervalo de trece minutos) con el reto
previo de sacar el ticket correspondiente.
Con mi destreza habitual consigo resolver el problema en diez minutos
(encontrar un expendedor y descifrar cuántas zonas o líneas hay que cruzar para
poder abonar la tarifa adecuada). Huelga decir que en una gran ciudad la gente
tiene demasiada prisa como para detenerse a explicarle a un pueblerino cómo
funciona la cosa…..
Desayuno en la estación de
Chamartín, esquivo una tentativa de colocarme una tarjeta de crédito y, a las
once y cuarto, me subo al tren regional destino Ávila. Nueva cabezada y a la
una menos cuarto ya estoy en la ciudad amurallada. Salgo de la estación con la
incertidumbre de si podré empezar a dar pedales ese mismo día o tendré que
esperar a mañana. El motivo es que en el localizador de la compañía de
transportes no aparece la confirmación de que la bici haya llegado.
La oficina de entrega no está
demasiado lejos pero no consigo ubicarme. Ni GPS ni leches. La solución más
fiable es preguntar al primer jubilado que me encuentre apostado en una esquina.
Dicho y hecho. En quince minutos encuentro el local y me llevo la alegría de
que la bici ya está allí. El pequeño inconveniente es que el establecimiento es
bastante pequeño y no está permitido acceder a la zona de almacén, así que saco
la caja fuera, preparo la burra y el equipaje y, por último, me atavío parcialmente
de ciclista. Zapatillas, maillot y bermudas. Tampoco era cuestión de hacer un
desnudo integral en plena calle………
Miro la hora. Las dos. Pues a
comer. Me dirijo al centro y encuentro un restaurante junto a una de las
puertas de acceso a la ciudad “intramuros” que reúne los requisitos de tener
terraza a la sombra. Vamos progresando. Quinientos metros recorridos y ya estoy
llenando el buche. Me contengo para no atacar el chuletón que venía en el menú
y me decanto por algo más acorde para la ocasión.
Tras una prolongada sobremesa doy
una vuelta turística por el casco histórico y me voy haciendo el ánimo para
empezar el camino, viaje o ruta gastronómica, porque no tengo muy claro cómo
definir la excursión de este año. Lo cierto es que el calor que hace pasadas
las cuatro de la tarde no invitaba a hacer muchos esfuerzos aunque, de todos
modos, la jornada prevista para hoy iba
a ser poco más que un paseo dominguero.
Plaza del Mercado Chico |
El primer punto de referencia
para seguir el Camino del Sureste/Levante es encontrar la puerta de Adaja, frente
a la que se encuentra al albergue de peregrinos, y desde ahí tomar la carretera
que lleva hasta el mirador de los Cuatro Postes, desde donde se contempla una bonita
panorámica de las murallas.
Puerta de Adaja |
Recordaba de mi paso por aquí
hace dos años que para llegar a la siguiente población, Narrillos de San Leonardo, había algo de subida aunque me pareció
más dura esta vez. Le echaremos la culpa a que tengo un año más….
Vista de Ávila desde Narrillos de San Leonardo |
Lo cierto es que no hay dos
caminos iguales aunque se transite por el mismo lugar. Mientras que la vez
anterior, a la salida de este pueblo, empezaba un camino rodeado de rocas de
granito, esta vez las flechas me llevaron hasta una carretera local. Como se
dirigía en sentido Arévalo preferí no tentar la suerte y proseguí por ella, dándome
un buen sofocón para salvar una buena subida.
Al llegar a Cardeñosa volví a encontrar la señalización del camino, y a los
pocos metros me encuentro un pasaje empedrado que me recuerda al primer tramo de la subida al Cebreiro.
La senda no es tan cómoda como
preveía. Va salvando pequeñas lomas y está flanqueada por mis “queridos”
abrojos (los acordes de “Tiburón” empiezan a sonar en mi cabeza).
Afortunadamente es un tramo de poco más de tres kilómetros y desemboca de nuevo
en la carretera antes de llegar a Peñalva
de Ávila, donde se toma una pista, en buenas condiciones y bien señalizada, que conduce hasta
el final de etapa previsto, Gotarrendura.
Última recta con Gotarrendura al fondo |
De esta población, que rondará la
centena de habitantes, guardaba un buen recuerdo de mi camino del 2012 gracias
a la ayuda desinteresada de uno de sus vecinos y a las magníficas instalaciones
de su albergue. Pero en estos dos años algunas cosas han cambiado. El único bar
del pueblo ya no se ocupa de facilitar la llave a los peregrinos y cierra a las
ocho de la tarde. Llamo al teléfono de contacto pero apenas hay cobertura en la población. Finalmente una
vecina consigue avisar a la mujer que se encarga del albergue. La espero a la
entrada y a los pocos minutos se persona allí. Las estupendas instalaciones que
recordaba se han convertido en un albergue turístico (a 15 castañas la noche) y
están separadas por barrotes de lo que ahora es estrictamente el albergue de
peregrinos (de donativo), que se encuentra pasado el patio y que queda reducido
a una habitación con dos literas, un baño, un lavadero y una pequeña cocina. Suficiente
para pasar la noche pero sin las comodidades de antaño.
Me instalo en el albergue y
procuro no demorarme mucho ya que he quedado en pasar por el bar antes del
cierre para que me preparen un bocadillo y comprar algo de bebida para cenar,
ya que tampoco hay tienda en el pueblo.
De regreso al albergue para dar
cuenta de la frugal cena me encuentro con
un matrimonio francés que ha optado por el albergue de pago para evitar
coincidir con unos peregrinos españoles que, a su juicio, suelen llegar muy
tarde y hacer mucho ruido. A las nueve y media llegan los dos aludidos y resultan
ser paisanos, de Valencia para más señas. Cargan 16 kilos cada uno (tienda de
campaña incluida) y están acostumbrados a hacer marchas largas. Habían salido
de Ávila a las cinco de la tarde. Suelen cenar sobre la medianoche y uno de
ellos advierte que ronca como un búfalo. Es cierto que son un poco bullangueros pero tampoco
era para tanto.
En cuanto al vecino que me ayudó
en su día, y que fue una de las razones por la que me dirigí a Gotarrendura en
lugar de tirar directamente hacia Segovia, desgraciadamente no pude coincidir
con él. Otra vez será.
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