Sábado, 7 de Septiembre
Hoy, y sin que sirva de
precedente, soy yo el que inicia la sinfonía de ruidos mañaneros. Todavía no
son las siete y parece que nadie quiere arrancar. La explicación es que la
mayoría de los alojados aquella noche éramos ciclistas y los únicos peregrinos
de a pie, el matrimonio italiano, parece que va a quedarse un día más para que
el hombre se recupere de la gastroenteritis.
Preparo el equipaje
tranquilamente mientras espero a que amanezca. Opto por desayunar algo de
bollería que compré ayer acompañado de un chocolate de la máquina expendedora
del albergue para comenzar la jornada pronto. El motivo es que hoy tengo una
“cita a ciegas” en algún punto indeterminado del camino con Paco, un colega del
foro bicigrino, que viene a mi
encuentro desde Cáceres, y no era cuestión de que me recogiera en Mérida, cosa
que, si me descuido un poco, hubiera ocurrido.
Al ser fin de semana a esas horas
no hay apenas tráfico y la salida de la ciudad está bien indicada, tomando como
primera referencia el Acueducto de Los Milagros.
Después se toma una carreterilla
que, para variar, se va empinando. Tras una rotonda aparece el carril-bici que
conduce hasta el embalse de Proserpina. Menuda sesión de obra pública romana
que llevo entre la tarde de ayer y las primeras horas de hoy. Eso sí, el
concejal de urbanismo de la época no escatimaba en la calidad de los materiales
a juzgar por la longevidad de las obras….
El camino bordea una parte del
embalse y se abandona pero una carretera local para, tras un par de kilómetros,
tomar a mano izquierda un bonito camino
entre árboles. Poco después de adentrarme en este paraje, en dirección a El
Carrascalejo, me alcanzan dos ciclistas que había visto desayunando a la salida
de Mérida pero que no me sonaban del albergue. Nos saludamos y tras las
obligadas presentaciones resulta que uno es de Elche y el otro de Alicante.
Pues conmigo ya formamos el Triángulo de los Bermudas, ja,ja,ja. Si es que lo
malo abunda…. El día anterior habían viajado en coche hasta Mérida y hoy era su
primer día de Camino.
Durante los pocos minutos que
estuvimos parados aparecieron otros dos ciclistas extranjeros, en este caso
mayorcitos, que al retomar la marcha perdí de vista, sin saber en ese momento
el protagonismo que tendrían en mi camino los días venideros.
Continué, en compañía de mis
paisanos, hasta Aljucén, donde nos separamos. Al despedirnos les comenté que si
se cruzaban más adelante con un ciclista preguntando por un alicantino
despistado, que les advirtiera que iba de camino.
El motivo de no continuar en
compañía fue que vi un bar en la plaza y no me pude resistir a la tentación de
desayunar de manera reglamentaria. No tenía hambre pero por si acaso iba a
rellenar el depósito. Además, todavía no eran ni las diez y consideraba que iba
bien de tiempo. Pues media hora larga de parón.
De Aljucén se sale por carretera
hasta la inevitable N-630 para a los pocos metros tomar el desvío del camino a
la derecha, que discurre por el Parque Natural de Cornalvo. Un bonito recorrido
por paisaje de dehesa, alejado del tráfico rodado y con una temperatura
agradable gracias a estar parcialmente nublado. Mejor así que de sol ya he ido
servido estos días.
Sobre las diez y media, cuando
llevaría recorridos unos cuatro kilómetros por el interior del parque, recibo
la primera llamada de Paco. No recuerdo si se encontraba en Aldea del Cano y se
dirigía a Casas de Don Antonio, o ya estaba en este último pueblo, donde me esperaría. En esos momentos no logro
ubicar esos pueblos en el mapa y sólo acierto a decir que deben de quedarme
unos 15 kilómetros hasta Alcuéscar.
Continuo pedaleando embelesado
por el paisaje si bien empiezo a agradecer el “repostaje” de Aljucén, porque el
camino es de subida y la velocidad media
se desploma.
Una hora más tarde nueva llamada
para ver por donde ando. Calculo que todavía faltarán unos 7 u 8 kilómetros y
me comenta que va a continuar hasta Alcuéscar y que lo me queda ya es “fácil”.
Pues a mí no me cuadra nada. O Paco está muy fuerte (que lo está) y yo soy un
flojeras (que también), pero me estoy dando
una panzada a subir de lo más interesante. Y además, empieza a entrarme
complejo de novia que llega tarde a la boda.
Veinte minutos después nueva
llamada. Con tanto intercambio de llamadas ya sólo falta que digamos aquello de
“minuto y resultado”. Tomando como referencia mi cuentakilómetros estimo que me
faltarán un par de kilómetros, aunque probablemente quedara alguno más. Me las
prometía felices pensando que ya había terminado lo peor de la ascensión, ya
que llevaba un tiempo rodando por llano, hasta que me encuentro con otra larga
rampa de subida. Y ni rastro del pueblo.
Al final de esta subida, que
resulta ser la última, me encuentro con una de esas “bromas” pesadas del
Camino. Hay unas flechas amarillas que indican que, girando a la izquierda, hay
un hostal a un par de kilómetros, lo que me hace desconfiar. En cambio, las
marcas que indican seguir en línea recta en dirección a un albergue están
borradas con pintura blanca. Pues esta vez el instinto no me falla y la dirección
correcta es en línea recta.
Cuando me encuentro con las
primeras casas veo un ciclista que se dirige hacia mí y me hace señas. Es un
compañero de Paco. Me saluda y me guía hasta un grupo de ciclistas. Menudo
recibimiento. ¡Sólo faltaba la banda de música! Y el que se encuentra en el
centro con el maillot de bicigrino pues …”Doctor Livingstone, supongo”, digo
Paco.
El resto de la “grupeta” se
marcha, que deben de haberse enfriado de tanto esperar al “Expreso de Mérida”,
y nosotros, tras tomar un refresco en un bar cercano, seguimos por camino. Los
kilómetros pasan muy deprisa mientras charlo de lo divino y de lo humano con mi
anfitrión y guía.
Al llegar a Casas de Don Antonio
me llama la atención una flecha amarilla que señala a un garito de esos de
luces rojas que tiene el apropiado nombre de “El Pecado”. Me pregunto si algún peregrino habrá parado a
sellar la credencial allí……..
Sobre el mediodía llegamos a
Aldea del Cano y Paco localiza un restaurante donde comer. Dejamos las bicis en
la zona trasera, junto la cocina, a la vista del cocinero y de una gallina que
está en el “corredor de la muerte”. Animalico….
Esto sí que es bicigrinar es
condiciones. Primer y segundo plato, postre y café, buena compañía y todo ello amenizado por los
coros de una excursión de jubilados, que con la primera copa de vino se habían arrancado
a cantar. Qué más se puede pedir.
Venga. Pues ya sólo queda el
último empujón hasta Cáceres. Pedalear junto a Paco es todo un lujo porque se
conoce hasta el último bache del camino en este tramo. De la nada aparece un
aeródromo y a la hora de atravesarlo inconscientemente freno no vaya a pasar en
ese momento un Boing de ésos…
A la salida de Valdesalor tengo
el habitual encuentro con los ciclistas alemanes. Mi anfitrión, que “espiquea
english very well”, les advierte que se han parado en un cruce muy peligroso y les
ofrece unirse a nosotros. Si dura un poco más la jornada este hombre acaba
comandando un pelotón.
Seguimos por camino si bien el
tramo más complicado de la subida al Puerto de las Camellas lo hacemos por
carretera. Una vez coronado el alto, los alemanes prefieren seguir por asfalto
y nosotros continuamos por camino. Mi particular guía ya me había advertido que
el casco histórico está en la parte alta de la ciudad pero aun así se me hizo
un nudo en la garganta cuando veo de refilón una calle con una pendiente de las
que quitan el hipo. Ya me veía sacando las alforjas y haciendo viajes para
llegar arriba. Creo que Paco escuchó mi exclamación porque me guió hasta la
Plaza Mayor buscando las calles con menos pendiente, cosa que agradecieron mis
piernas.
Un par de fotos y me acompaña
hasta la puerta del albergue turístico “Las Veletas”, que se encuentra a muy
pocos metros de la plaza. A la hora de la despedida, le digo que me disculpe
ante su señora por el “secuestro” sabatino, porque aunque sea rigurosamente
cierto, a veces no es fácil de creer que has salido a las nueve o las diez a
hacer una ruta en bici, que te has liado y recalas pasadas las seis de la
tarde. Y, además, sólo faltaba que Paco llegara hecho una sopa porque unos
nubarrones amenazantes se ciernen sobre la ciudad.
Mientras me registro en el
albergue el propietario se lamenta de los pocos peregrinos que hay en comparación
con el año anterior. Lo cierto es que, aparte de mí, sólo hay un matrimonio más
alojado. Lugar acogedor y las
instalaciones de primera. Más que recomendable.
Mientras lavo la ropa cae un chaparrón aunque no dura demasiado. Pues nada.
Hoy toca aclarado con agua de lluvia.
Tras la pequeña vuelta turística
me encuentro en las escalinatas de la Plaza Mayor con mis paisanos de Alicante
y, finalmente, nos vamos juntos a cenar. La cena me sale relativamente barata
ya que, aunque somos tres, sólo comemos dos. Uno de ellos no come “ná”. Echamos
unas buenas risas durante la cena y me cuentan su plan de viaje. Tienen sólo
una semana de vacaciones así que van a recorrer estrictamente la Via de la
Plata desde Mérida hasta Astorga. Les aconsejo que, ya puestos, hagan 20
kilómetros más y lleguen hasta la Cruz de Ferro, por lo respirar algo de
ambiente peregrino.
Como curiosidad, hablando de esto
y de lo otro, resulta que la quiromasajista a la que voy presta servicio
también en la empresa en la que trabajan. Vamos: como para venir aquí con la
querida……….
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