Esta mañana me levanto antes de
que suene el despertador, síntoma de que ya me voy adaptando al horario peregrino. A pesar de acostarme pasadas las once he
dormido como un bendito (y eso que mi compañero de habitación había
comenzado su serenata), lo que significa que probablemente haya sido yo el que
le haya dado la noche a él. A mí con ronquidos en alemán….
A las ocho ya estoy preparado,
llamo a la propietaria para que me abra el garaje y me pongo en marcha. Pensaba
desayunar en algún bar pero los voy pasando de largo y casi sin darme cuenta me
meto en el camino.
En menos de un kilómetro ya estoy
frente al arroyo, que hace de frontera natural entre las provincias de Sevilla
y Badajoz, y al famoso Castillo de las Torres que tantas veces había visto en
fotografías. Allí coincido con Herman y con un
bicigrino burgalés, Carlos, un prejubilado que rondará los sesenta, y
que hace más kilómetros en bici al año que yo en coche. Pues qué mejor lugar que éste para desayunar los donuts que llevaba encima.
Los primeros kilómetros los hago
en compañía del burgalés, por un bonito camino
(el único "pero" es que pica hacia arriba…) que a esas horas de la mañana
es todo un regalo para los sentidos, contemplando a los cerdos ibéricos y las
vacas campando a sus anchas en la dehesa. El camino termina a la altura de la
ermita de San Isidro, que más bien parece una nave extraterrestre.
A partir de aquí ya tomamos la
carretera que, pasada la Venta del Culebrín, se convierte en la subida al
Puerto de la Cruz. A mitad de ascensión empiezo a echar en falta mi socorrido
piñón tamaño “platillo de café” y tengo que parar a coger aire. Aquí me despido del
burgalés, que ya ha terminado de calentar y se ha dado cuenta que a mi ritmo no
le va a cundir el día. El “chaval” tiene un rodaje de 14.000 kilómetros anuales
y, para que nos hagamos una idea, ayer llegó a El Real de la Jara desde
Sevilla. Lo de la subida a El Calvario le sonaba a chino ya que desde
Castilblanco continuó por carretera pero como primera etapa es una distancia
más que considerable, al menos para un “manta” como yo.
Así que entre descansillos y,
para qué negarlo, algo de empujing, llego a Monesterio con la necesidad de
entrar a talleres. Localizo con bastante facilidad la tienda de bicis, que se
encuentra a la entrada de la población y muy cerca del Paseo de Extremadura,
que no deja de ser la prolongación de la Nacional 630.
Le explico el problema al
mecánico y, de paso, le pido que ponga un nuevo cuentakilómetros, ya que, por
si no lo había mencionado, también dejó de funcionar el primer día. Habrá quien
piense que la bicicleta se me está cayendo a pedazos, pero todavía quedaba algo
más, aunque todavía no lo sabía.
Mientras atienden a la burra me
voy al bar que hay justo en frente a degustar un bocadillo del famoso jamón de
la zona.
Ya de vuelta al taller aparece el
propietario y me saluda con un “has llegado con dos días de antelación”. Pues
no será porque me lo estoy tomando con calma… La razón del comentario es que el
7 de Septiembre comienza la Feria del Jamón y me cuenta que más de un peregrino
programa la llegada para ese día, ya que se instalan chiringuitos en la
carretera donde ofrecen bocadillos gratis. Pues ya lo sabemos para la próxima.
Pero el chiste bueno viene en el
momento en que me va a entregar la bici y me pregunta si me he dado cuenta de cómo
tengo el transportín. Pues hecho unos zorros. Le falta la varilla central del
costado izquierdo y había otra más partida. Haciendo memoria sí había oído un ruido
metálico al principio de la etapa pero lo achacaba a que había pisado algo. Y
lo cierto es que la varilla que había desaparecido estaba partida desde mi
primer camino así que bastante que ha aguantado. Pues a esperar un rato más. Se
me olvidó pedirle, ya puestos, un test de embarazo y la chapa al cliente de la
semana. Eso sí, el trato fue excelente y me dieron prioridad absoluta.
Una vez cambiado el portabultos
me pongo en marcha con la tranquilidad de que ya están solucionados todos los
problemas mecánicos pero a los doscientos metros se me ocurre probar el plato
pequeño y….. se sale la cadena. Este contratiempo es culpa mía por cambiar demasiado
rápido. Cuento hasta diez antes de quitar el equipaje, voltear la bici y
desincrustar la cadena para colocarla en su sitio. Vaya desastre, ja,ja,ja.
A la salida de Monesterio el
camino se retoma a la altura del campo de fútbol, a la izquierda de la nacional
y como recompensa me encuentro otro precioso tramo de dehesa mientras rueda en
paralelo a un arroyo.
Al final del camino me encuentro
la primera cancela y con el paso de los días descubro que cada una tiene su
particular sistema de cierre. No hay dos iguales. Y yendo sólo es todo un
incordio. Cuando consigo abrir, con dificultad, esta primera, desemboco en una
carreterilla sin ningún tipo de indicación. ¿De frente, a la izquierda o a la
derecha? Cuando estaba traqueteando la valla que hay al otro lado de la
carretera, se detiene una furgoneta y el conductor me explica que el camino se
retoma un poco más arriba. Es la lógica del camino. Ante la duda, para arriba.
La subida se las trae hasta que aparecen de nuevo las marcas del camino a la
derecha.
El paisaje sigue siendo de dehesa
hasta que de pronto desaparece el arbolado y se convierte en campos de cereal.
Otra cancela y me encuentro con un rebaño de vacas. Hago las fotos de
rigor pero un toro, al que agradecí en
un primer momento que permaneciera inmóvil, se planta en medio del camino
mirando fijamente en mi dirección. De acuerdo que se supone que no es ganado
bravo, pero el hecho de que un bicharraco de cuatrocientos kilos no te quite
ojo pues como que no me tranquiliza. Como no era cuestión de estar así todo el
día, me monto en la bici intentando pedalear de forma, como explicarlo…. ,indiferente,
distraída, con la mirada perdida en el infinito, sin pestañear, no fuera a
pensar que iba a cortejar a una de las vacas. Todo el harén para tí, machote,
que bastante tengo yo con lo mío. Finalmente se aparta del camino unos metros
antes de llegar a su altura. Prueba superada.
Poco después se divisa a lo lejos
lo que parece ser Fuente de Cantos, y digo que parece porque durante diez
kilómetros de carrusel, subiendo y bajando lomas, llegué a creer que era un
espejismo. Qué pueblo más escurridizo…
Entremedias, simplemente destacar
un atasco provocado por un rebaño de ovejas que ocupaban todo el camino hasta
que el amable perro pastor las apartó y mi estreno en el arte de vadear arroyos
sin mojarte los tobillos.
Sobre las tres de la tarde llego
a esta población que tanto se hace de rogar, justo a tiempo, ya que el tacómetro estomacal empieza a dar
señales de que hay que efectuar la parada obligatoria. Y la ecuación sigue
siendo correcta: iglesia y plaza igual a bar en las cercanías. Segundo bocata de
jamón del día, postre y café, y a holgazanear un buen rato hasta que baje un poco
el sol. Mientras tanto, el bar se va nutriendo de parroquianos que, entre cafeses y licores, dan inicio al
campeonato diario de dominó.
Pues venga. A continuar un rato
más a ver si hoy consigo hacer una etapa más o menos homologable para bicicleta,
porque las dos primeras han sido más propias de caminantes bien entrenados y a
este paso voy a regresar a casa con kilos de más.
Cuando abandono Fuente de Cantos no
me lo puedo creer. Pistas anchas, con buen firme y ¡llanas! ¡Hay tramos llanos
en la Via de la Plata! Si hasta parezco un ciclista de verdad rodando a veinte
por hora. En mi repentina euforia, tardo en advertir la presencia de un bache y
solo consigo detener la bici cuando la rueda delantera cae en él, provocando
que la concha que llevo en la alforja del manillar inicie un vuelo en espiral para clavarse en un sembrado a unos veinte metros de distancia. Ahora lo veo como
una situación cómica, pero en ese momento, mientras pisoteaba el sembrado en
búsqueda de la concha voladora, me detuve un momento y, mirando al cielo,
interpuse una queja formal al Altísimo. ¿Esto va a ser así todos los días? ¿Es
mucho pedir una jornada monótona y sin sobresaltos, o al menos espaciarlos un
poco en el tiempo? Creo que mis súplicas fueron atendidas, aunque fuera de
manera parcial.
Tras este breve momento
místico-reivindicativo llego a Calzadilla de los Barros. Pocos kilómetros más
adelante el camino desemboca en la carretera para alejarse de nuevo en
dirección a un vado inundable. Como a esas horas el optimismo lo tengo bajo
mínimos (lo normal es que estuviera seco o llevara poca agua) opto por la solución
pragmática de incorporarme a la Nacional para abandonarla a la altura de La
Puebla de Sancho Pérez, donde vuelvo a enlazar con el camino que conduce hasta
la antigua estación de tren de Zafra.
Justo a la entrada de la estación
me topo con un hombre que me saluda con un “hola peregrino” y me indica donde
se encuentra el albergue. Suelo desconfiar de este tipo de publicidad a pie de
camino y ya tenía como referencia el albergue de la Junta de Extremadura.
Salgo de la antigua estación
siguiendo la estela de un ciclista que está dando una vuelta con su hijo. Si se
sigue en línea recta te das de bruces contra una verja cerrada a cal y canto,
por lo que hay que rodear por detrás el antiguo edificio de la estación para
salir a la calle.
A pesar de todos los
contratiempos estoy satisfecho de haber llegado a Zafra (en tres días sólo acumulo un día de retraso...) y, aunque son más de
las siete, como premio me tomo un refresco en un parque que hay camino del
albergue.
Mientras me registro le comento a
la hospitalera que había un señor a la entrada de la ciudad haciendo publicidad
de un albergue y para mi sorpresa resulta que es su marido.
En ese momento no logro
entenderlo. ¿Que el hospitalero de un albergue público tenga que publicitarse? Caigo
después en la cuenta de que si bien es de titularidad pública, la gestión del
mismo es privada. Y desde que se abrió un nuevo albergue, que se encuentra un
kilómetro antes, y que es gestionado por la Asociación de Amigos del Camino de
Zafra, hay una guerra soterrada por captar peregrinos.
Puede que lo que me comentó el
hospitalero respecto del otro albergue fuera información interesada (“voluntariedad”
del donativo y la precariedad de sus instalaciones) pero reconozco que el
matrimonio de hospitaleros se deshacía en atenciones a los peregrinos y te
hacían sentir como en casa. Además, tranquiliza saber que ellos viven en el
mismo edificio por lo que siempre hay alguien de guardia. Y, otra cosa
importante, hay flexibilidad en cuanto a la hora de cierre
El albergue es un antiguo convento y lo cierto es que está muy bien acondicionado. Un lujo en comparación con algunos alojamientos que me encontraría más adelante.
El castigo de llegar tan tarde es que no puedo visitar esta ciudad monumental. Así que tras lavar la ropa me voy a cenar a un restaurante cercano donde, para variar, no hay manera de comer algo de hidratos de carbono. Pues nada, otra vez presa ibérica. Sufrido que es uno.....
El castigo de llegar tan tarde es que no puedo visitar esta ciudad monumental. Así que tras lavar la ropa me voy a cenar a un restaurante cercano donde, para variar, no hay manera de comer algo de hidratos de carbono. Pues nada, otra vez presa ibérica. Sufrido que es uno.....
Como me acuerdo de los toboganes antes de Fuente de Cantos....yo tambien crei que se me habian frito los sesos dentro del casco y aquello era un espejismo....o en todo caso el primer pueblo de España con ruedas que se alejaba al ritmo que uno decidia acercarse a el..
ResponderEliminarBuenisima cronica....
Así es. Como te coja "cascao" al final de la jornada se te puede hacer muy largo este tramo.
ResponderEliminarGracias Vicente.