Tengo que reconocer que mis
compañeros de habitación (mi paisano de Castellón y otros tres peregrinos
catalanes) son unos auténticos profesionales porque han preparado los bártulos
y se han marchado sin hacer ruido. Lo
sigiloso de su marcha unido al sueño que arrastraba del día anterior hace que
me despierte a las ocho.
Así que entre el aseo matinal,
ponerme el traje de faena y preparar el equipaje me dan las nueve, y para no demorar
más la salida opto por desayunar un plátano en la terraza con la compañía
inesperada de uno de los integrantes de la fiesta nocturna que está durmiendo
la mona a la fresca.
Finalmente arranco a las nueve y
media, saltándome una de las premisas de la Via de la Plata cuando se hace en
verano, es decir, aprovechar las primeras horas de la mañana, antes de que el
calor empiece a apretar. Y para ese día la previsión meteorológica daba treinta
y seis grados para el mediodía.
Dada la estratégica ubicación del
albergue, la salida de Sevilla no es demasiado complicada. Todo recto hasta
desembocar en la calle San Jacinto, giro a la izquierda justo antes del mercado
de Triana, calle Castilla, pasando por la Capilla del Cachorro, hasta llegar al
parque con el mural del Camino de Santiago junto a las escaleras que dan al
hito con la placa de 1000 kilómetros a Santiago. Además, me encuentro con la
grata sorpresa de que hay una rampa a la derecha, por lo que no es preciso
subir la escalinata con la bici a cuestas que era lo que me temía.
A partir de aquí, con alguna que
otra vacilación, sigo las flechas que me conducen a Camas, en lugar de por el
camino junto al río, y de ahí a Santiponce.
Todo este recorrido por asfalto y con tráfico me tiene un tanto confuso y soy
incapaz de encontrar otra de las referencias que tenía (las ruinas romanas de
Itálica). Por poner alguna excusa creo que el despiste vino de la contemplación
de dos peripatéticas ataviadas con faldas minimalistas que se dirigían a su
puesto de trabajo…… Así que vuelvo sobre mis pasos un kilómetro hasta que
localizo la entrada a las ruinas y, ya de paso, aprovecho para desayunar en
condiciones en un bar frente a éstas (las ruinas, no los monumentos andantes).
Tras sellar en la taquilla del
complejo monumental prosigo hasta una rotonda, para poco después tomar el desvío a la
izquierda que conduce a Guillena por un camino de largas rectas y ondulado.
Cuando faltaba poco más de un
kilómetro para llegar al pueblo pincho la rueda delantera. Y yo que pensaba que
había cubierto el cupo el año anterior. En cierto modo casi lo agradecí, ya que
llevaba en el equipaje una cámara antipinchazos y, una vez instalada, se
acabaron las tonterías, en lo que a pinchazos se refiere, para el resto del
camino. Como dice el dicho, no quiero a mis hijos con buenos principios……………….
La cuestión es que entre retrasos,
despistes, desayuno, fotos y pinchazo,
es la una y media y la jornada me ha cundido poco más de 20 kilómetros.
En la plaza del pueblo coincido
por primera vez, de las muchas que me cruzaría, con dos alemanes cincuentones.
Uno de ellos más comunicativo y el otro que no dispara ni una. Los primeros
días llegué a pensar que era mudo.
Mientras descanso y doy cuenta de
mi frugal almuerzo (segundo error del día) en el callejón adyacente a la plaza,
se me acerca un vecino un tanto extraño que, tras saludarme, me suelta lo
siguiente: “¿Sabes que estás sentado
sobre los restos de un antiguo cementerio?”. Después de una breve
explicación histórica lo único que acierto a decir es que “bueno, dicen que los muertos son los mejores vecinos” . El
hombre asiente y se va…………..
Tras este momento paranormal cometo
el tercer error del día. Retomar la marcha sobre las dos y media con treinta y
muchos grados a la sombra.
Tres kilómetros después de
Guillena hay que girar a la izquierda y atravesar un polígono industrial para
adentrarse de nuevo en el camino. El tramo tiene unos 11 kilómetros que a mí se me hicieron “molto longos”.
El camino ya va picando hacia
arriba y la solana da de lo lindo. Siento que me estoy cociendo a fuego lento y
me viene a la cabeza la historia de la rana hervida.
Cuando llego a la altura del
cartel de “Cañada Real de Las Islas” me abalanzo de forma instintiva sobre una porción de sombra que hay a la derecha del camino, junto a la entrada a una
finca. Permanezco allí, al resguardo del chaparrón de rayos solares, una
media hora y, mientras contemplo el bonito paisaje de dehesa que se entrevé al fondo, empiezo a plantearme una serie de
cuestiones.
La primera es que para salir del
“jardín” en el que me he metido yo solito hay que descansar, comer e
hidratarse. Pues mira por donde dispongo de barritas de cereales “au chocolat
coulant” con guarnición de frutos secos y
todo ello regado con abundante agua recalentada. Si es que me quejo por
vicio. Y unos kilómetros más adelante hay un pozo de agua.
La segunda consideración es la
del planteamiento del Camino en sí. ¿Pero qué estoy haciendo? Dispongo de
veinte días y no tengo cerrado billete
de vuelta desde Santiago. Así que a paseo con la programación de las etapas,
que para estresarme ya tengo el resto del año. Y de todos modos, cada vez que
pensaba que quería llegar a Almadén de la Plata me entraba la risa….
Y claro, antes de llegar a estas
conclusiones viene la parte en que pienso en qué fregaos me meto últimamente durante
las vacaciones en vez de estar espatarrao en una tumbona. Ya se sabe. El
famoso lamento peregrino del “qué puñetas
hago yo aquí”, ja,ja,ja.
Ya con el chip cambiado continuo
hasta la entrada al Cortijo del Chaparral. Comienza con una senda arenosa pero
ciclable, continua con algún tramo con rocas que luego se convierte en un camino pedregoso y para rematar aparecen
unos surcos que en algunas tramos son más bien zanjas. En fin. El lugar ideal
para darse una panzada de empujing.
Por fin llego al tan
inmortalizado panel que indica que hay un pozo a la derecha. Pues para allá que
me dirijo alborozado pensando que lo peor ha pasado. Pues mi gozo resulta
ser un pozo de agua tan caliente como la
que llevo en la mochila. Así que me conformo con echármela por encima y seguir
tirando de la mía.
Cuando retomo el camino me doy
cuenta de que mi reloj de pulsera me ha abandonado. Algún bache se ha encargado
de soltar el cierre de la correa. Pues menos peso.
Sigo camino arriba, empujando más
que pedaleando, hasta que me doy cuenta que la guía que portaba en los
elásticos de la alforja del manillar no está. Eso sí que no. Otra deserción no.
Más que nada por su valor sentimental, al ser un regalo de mi jefa. Dejo la
bici acostada en medio del camino (total, no me he cruzado con nadie...) y vuelvo sobre mis pasos en búsqueda de la
prófuga entre juramentos en arameo, localizándola unos trescientos metros
camino abajo.
Se acabaron las fotos. Ya tengo
ganas de salir de esta trampa. El ruido de los coches me alerta de que la
carretera que conduce a Castilblanco no debe de estar muy lejos. Aun así
todavía tardo un rato hasta llegar a ella
y mi agua de caldo no sacia mi sed.
Justo antes de acceder a la tan
ansiada carretera me cruzo con un todoterreno. El conductor se detiene y se
interesa por mi estado al ver que no voy montado en la bici. Me pregunta si
necesito algo y me ofrece agua. Pues mira eso sí. El problema es que la botella
de agua estaba congelada pero aun así pudimos extraer unos 300 mililitros que
me supieron a gloria. El hombre parecía un tanto sensibilizado ya que pocos
días antes un peregrino se perdió en su finca y le costó lo suyo encontrarlo.
Quedan poco más de cuatro
kilómetros hasta Castilblanco, en subida para variar, pero voy fundido. Me da
la impresión de que las ruedas son de velcro. Necesito un bar donde abrevar. A
un kilómetro del pueblo mis plegarias son escuchadas y veo un restaurante a la
izquierda. Dos refrescos y una botella de agua que caen de una sentada.
Este pueblo lo había descartado a
priori por la falta de seguridad del albergue municipal pero en la aplicación
de la Via de la Plata que tengo en el móvil menciona un pequeño hotel a la
entrada de la población. Pues allá que me dirijo. Allí me encuentro con los dos alemanes de Guillena y que también
han llegado fundidos.
La recompensa del día es la media
hora que me tiro en la piscina del hotel. Que gustazo salir arrugado como una pasa
después de la torraera vespertina. Bueno. Pues he sobrevivido al primer día y solamente he perdido un pulpo y el reloj. Esto marcha....
Buenisima...que recuerdos ..bufff...y que criminal es el trozo hasta castillblanco.....parece que se lo llevan "palla"..y aun mas con "la caló"....
ResponderEliminarEse tramo no suele venir anunciado como uno de los cocos de la Via y tiene más miga de lo que parece, y como tú bien dices, y más co calor. En cambio, la subida del Calvario no me pilló por sorpresa.
EliminarUffffff me has hecho recordar mi llegada a Villena en agosto, con la boca pastosa, y un calor que no te dejaba respirar, hodida sensación.jajajajaajjaja
ResponderEliminarEsperando tu próxima etapa. ULTREIA
Ya te dije que la vacuna me llegaba hasta los 30 o 32 grados. A partir de ahí a sufrir como todo hijo de vecino, ja,ja,ja.
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