Segundo día que me caigo de la
cama sin ayuda externa. He vuelto a
dormir de un tirón así que espero no haber molestado demasiado a mi compañero
de habitación, un norteamericano de ochenta años un tanto sensibilizado con el
ruido. Aunque ahora que lo pienso se acostó con antifaz y tapones….
Este peregrino venía “rebotado”
del otro albergue y pernoctaba por segundo día consecutivo en Zafra. El motivo
es que había roto sus botas y no tuvo mejor idea que coger un autobús a
Sevilla, para comprarse unas nuevas, y regresar el mismo día. Y compartió conmigo su gran descubrimiento:
una tienda donde había toda clase de artículos relacionados con el deporte.
Vamos, que había ido al “Decartón”, ja,ja,ja.
Desayuno en compañía del
hospitalero y Juanlu, un bicigrino que empezó su camino en Rota. Charlamos un
buen rato y, tras hacernos unas fotos, comenzamos la jornada juntos.
Antes de que el desayuno hiciera
efecto me encuentro con tres kilómetros de subida. ¡Qué bonito empezar la
mañana resoplando…! Y qué desperdicio de energías. Tanto subir para acto
seguido tener que “estrujar” las manetas de freno, en un vertiginoso descenso
de apenas un kilómetro, por una pista de cemento para llegar a Los Santos de
Maimona.
Esta fue la única
dificultad destacable del día. A partir de aquí seguimos por camino en animada
charla, con unos primeros kilómetros muy bonitos entre olivos y, casi sin
darnos cuenta, llegamos a Villafranca de los Barros, donde paramos a almorzar.
Para los peregrinos de a pie debe
de ser una tortura recorrer los siguientes 27 kilómetros hasta Torremejía. Sin
poblaciones intermedias ni sombra donde cobijarse. En bicicleta, en cambio, los
kilómetros caen con facilidad. Trazado prácticamente llano entre viñedos,
primero por caminos de arcilla y más adelante por pistas de tierra compactada.
Hacia la mitad del trayecto hay una larga recta de falso llano que me recuerda
a la cinta transportadora de una fábrica
de alimentos rebozados ya que, mientras la recorremos, vamos siendo
periódicamente espolvoreados por los tractores con los que nos cruzamos.
Tras cruzar una carreterilla
tengo mi ya tradicional encuentro con el dúo alemán. Empiezo a pensar que están
haciendo algún tipo de promesa de no pisar bares porque los descansos siempre
los hacen al pie del camino. Y no creo que sea por motivos económicos ya que
suelen pernoctar en hoteles cuando no encuentran paradores….
Pasadas las dos llegamos a
Torremejia, pueblo que también se hace de rogar desde que se divisa por primera
vez. La idea era la de parar a comer pero el único bar con terraza sombreada
que encontramos no sirve comidas. Nos conformamos con una mini-tapa, eso sí,
bien regada con tintos de verano y “claras”. Así que, para 15 kilómetros que
restan, continuamos hasta Mérida. Si bien a esas horas el sol da de lleno, el
calor es más llevadero que en los días anteriores (la temperatura está más
cerca de los treinta que de los cuarenta…).
Seguimos la carretera nacional
unos siete kilómetros hasta que encontramos la señalización del camino a la
derecha. A medida que nos vamos aproximando a Mérida el paisaje se va tornando
cada vez menos atractivo. Los últimos kilómetros son más bien una escombrera y
la llegada al río se hace por la “zona
residencial” de la ciudad. A este lado del río parece que los servicios de limpieza no
llegan. Si hasta para hacer la típica foto junto al puente romano hay que ir
esquivando boñigas de caballo…
A las cuatro y media ya hemos
tomado posesión de una mesa en la Plaza
Mayor. Pues a reponer líquidos y tapear algo, aunque no demasiado…. y a buscar
el albergue, que se encuentra un kilómetro más adelante junto al río.
Aquí me despido de Juanlu. La
compañía es grata pero cada uno tiene sus prioridades. Él ya conoce la ciudad y
prefiere continuar hasta Aljucén. En mi caso, tenía decidido hacer noche aquí y
aprovechar para visitar, aunque sea de manera somera, las famosas ruinas de
Emérita Augusta.
Las instalaciones del albergue no
están tan mal como había leído. El único pero
es que el hospitalero lo es a tiempo
parcial. Cuando llego solo está ocupado por un matrimonio de peregrinos
italianos. El hombre está recuperándose de una gastroenteritis. Y no sería el
único caso que me encontraría durante los días venideros.
Como el hospitalero no vuelve
hasta las seis me pongo con las tareas cotidianas. La primera impresión, cuando
me pongo a remojo, es que he perdido de golpe mi incipiente bronceado a juzgar
por el color rojizo del agua que va al sumidero, cortesía de Tierra de Barros.
Luego paso por la ducha las alforjas, que también llevan adheridas unos cuantos
gramos de polvo caminero. Y cuando le toca el turno a la ropa, pues más
chocolate…De la bici mejor no hablamos….
Poco después se asoma a la
entrada del albergue un chico que no tiene pinta de peregrino. Me acerco para
ver qué busca. Falsa alarma Mañana inicia la Via de la Plata desde Cáceres y le
han dicho que las credenciales se expiden aquí, lo cual resulta ser cierto.
Pasadas las seis aparece una mujer que resulta ser la hospitalera. Me registro,
paso por caja y me proporciona un juego de sábanas y una funda de almohada.
Pues otro día sin utilizar el saco.
Sigo pensando que la inmensa
mayoría de las personas que hacen el Camino son gente sana y para botón de
muestra el encuentro con este futuro bicigrino. Mientras charlamos del camino
(había hecho un tramo a pie el año anterior), aprovecho para preguntarle a qué
distancia se encuentra el Teatro Romano. La cuestión es que, obviando la
recomendación de las madres de no subir al coche de un desconocido, acaba
dejándome junto a las taquillas de acceso al complejo monumental. Kilómetro
largo de paseo que me he ahorrado.
La visita cultural debo de
hacerla a paso ligero y de forma parcial, ya que las ruinas están desperdigadas
por la ciudad. Así que la ruta se circunscribe al Teatro y Anfiteatro, los
Columbarios, la Casa Mitreo y la Alcazaba. Ya tengo excusa para volver por aquí
otro año.
Ceno cerca de la Plaza Mayor y
pasadas las diez de vuelta al albergue, que todavía tengo que guardar en las
alforjas la exposición estilo “primera comunión” que tengo en la cama. En el
interior del albergue hace un calor húmedo (consecuencia de que esté ubicado
junto al río) que hace que esa noche duerma como en casa. El que viva en la
costa mediterránea sabrá a qué me refiero…
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