viernes, 31 de diciembre de 2010

5º DIA: TORRES DEL RIO-NAVARRETE (SEGUNDA TOCADA DE PIERNAS)

Martes, 14 de Septiembre
Distancia: 35 km
Salida a las 10,00 y llegada a las 17,00




Las cervezas de anoche no me ayudaron a conciliar el sueño. Empecé a tener molestias estomacales como consecuencia del gas. Y claro, a ver cómo iba a "pinchar el globo" con tanto público presente en la sala.
De lo que sucediera tras perder la conciencia no respondo. El que esté libre de pecado..........
Tras lo preparativos decido ir a desayunar al bar del albergue de la competencia. No me seducía pagar tres euros por un cola-cao y un bollo. Allí doy buena cuenta del desayuno reglamentario: zumo, tazón de leche, pan con mantequilla y mermelada, algo de bollería... Vamos, la dieta peregrina.
Escucho a un parroquiano comentar que hoy iba a calentar el sol. Y doy fe que no se equivocaba. Aprovecho para preguntar qué tal era el trazado del camino hasta Viana y tras una explicación topográfica exhaustiva acabamos hablando de lo divino y lo humano durante !una hora! 
Ya son las diez y llevo 30 metros recorridos. Me parece que hoy también me va a cundir un montón el día.
Justo tras salir de Torres del Río me adelantan dos ciclistas, padre e hijo, que se dirigen  a Logroño a buscar un fisioterapeuta ya que el chaval tiene tocada una rodilla. Les deseo suerte y tras una ligera subida llego a la Ermita de la Virgen del Poyo. La primera de las dificultades que ayer me dio respeto encarar.

Una buena parte de este tramo de barrancos lo realizo a pie mientras charlo con algunos peregrinos, entre los que me encuentro a los americanos de Villatuerta. Durante la subida a una trialera nos cruzamos con un chaval ruso, muy delgado, de poco más de veinte años que realizaba el Camino a la inversa. Volvía de Santiago y pedía ayuda monetaria o comida para continuar su viaje. Portaba una mochila muy ligera. Nos contó que había salido de San Petersburgo hacía tres años y que le había pasado de todo. Incluso pasó una noche en un calabozo en Amsterdam. El motivo fue que las leyes de la ciudad prohiben el que se pernocte en la calle. De todos modos decía que la celda era de lujo, con televisión incluida. Alguien bromeó con el muchacho acerca de que si, en un futuro, decidiera escribir una guía sobre el Camino, que incluyera la comisaría de Amsterdam como albergue de peregrinos.
Tras superar los barrancos llego a Viana, última población de Navarra, y me la encuentro en plenas fiestas patronales. Me topo con la plaza del ayuntamiento vallada y una charanga aproximándose por otra calle. Le pregunto a dos buenas señoras se me acabará pillando el toro y me dicen que falta una hora para el encierro. Por si las moscas procuro salir lo más rápido del pueblo.

Plaza del Ayuntamiento de Viana

Tras pasar Viana, última población de Navarra, echo en falta una parada de la que he oído hablar mucho. El puesto de "Felisa la de los higos". Pedaleo despacio por que había leído que es muy fácil pasarlo de largo. Pero nada. Supongo que la señora se ha tomado el día libre al ser festivo en la localidad.
Ya son las doce del mediodía y empieza a cumplirse el vaticinio del parroquiano de Torres del Río. El calor empieza a ser asfixiante y empiezo a notar, al llevar unos calcetines muy cortos, que me estoy quemando a la altura de los talones, además de las orejas.
Una vez pasado el pantano de las Cañas el camino te conduce hasta un polígono industrial, señal de que Logroño está cerca. Tras una subidita por asfalto la carreterilla empieza a descender hasta la capital riojana y !sorpresa! llego al famoso puesto de Felisa. La señora tiene un pequeño chiringuito a la puerta de su casa, donde vende refrescos y figurillas, además de poder sellar la credencial. Lo atiende junto a su hijo. Son gente sencilla y hospitalaria. Me cuentan que están un tanto desencantados por que muchos peregrinos no quieren parar, sobre todos extranjeros, al circular la leyenda de que se cobra por sellar la credencial. Puedo asegurar que no es este el caso.
No sé cómo me las apaño pero acabo sentado en la entrada de su casa, bajo una higuera, mientras me tomo una coca-cola y me fumo un pitillo. Venga. Otra vez a hablar de lo divino y lo humano durante otra hora. Pero qué a gusto que se está allí. Otra coca-cola. Un poco más y que quedo a comer allí.
Entre otras cosas, le comento a la señora que es toda una institución en el Camino. La mujer me cuenta que el mérito es de su madre, que falleció hace unos años y que ella simplemente ha continuado con su labor.
Hacemos un pequeño experimento. Le preguntamos a dos peregrinas, una francesa y otra inglesa si conocían esta parada y ambas nos confirman que en sus guías sí mencionan el puesto de Felisa.

En el puesto de Felisa a la entrada de Logroño

Ya son casi las dos de la tarde y con pena me despido de la señora y su hijo. Por ratos como este ya merece la pena venir al Camino.
Mi siguiente objetivo es encontrar en Logroño una tienda donde comprar un pañuelo para proteger mis orejas y unos calcetines más largos que me cubran los tobillos. Pero es la hora del cierre y los supermercados que hay abiertos son sólo de alimentación. Pues habrá que probar suerte más adelante.
Me dirijo en busca del parque de la Grajera para comer. Le pregunto a un ciclista si hay algún lugar con sombra ya que los árboles de acceso al parque son muy jóvenes  y no dan apenas sombra. Me indica que algo más adelante hay una zona de picnic.
Tomo posesión de uno de los merenderos y empiezo a dar cuenta del bocata de salchichón que había comprado por la mañana. El problema es que hay una avispa "cojonera" que también quiere compartir mi bocata. Y está empezando a "acosarme" o, lo que es lo mismo, me está dando la comida. Tras observarla en buen rato veo que tiene preferencia por los plátanos, por lo que llego a un pacto de no agresión con el molesto insecto. La paz tenía un precio. En este caso un trozo de plátano.....
El calor es insoportable así que decido buscar un sitio tranquilo donde echar una siesta peregrina y lo encuentro un poco más adelante, cerca de un restaurante que hay frente al embalse. Me tumbo bajo un árbol pero al cuarto de hora me despierto con un fuerte escozor en el brazo. Cuando me incorporo descubro la causa. Una hormiga me ha dado un picotazo. Mi segundo incidente con la especie insectívora.
Así que decido dar por finalizado el descanso y retomo la marcha. La subida al Alto de la Grajera termina de fundirme y el perfil de la etapa pica hacia arriba hasta Ventosa, por lo que me planteo dar por finalizada la jornada en el próximo pueblo.
Cuando localizo el albergue público de Navarrete observo una imagen que no me deja muy tranquilo. Las bicicletas están aparcadas a la entrada del edificio. Decido pasar de largo y me resigno a continuar hasta Ventosa. Pero antes de salir del pueblo encuentro un albergue privado, "El Cántaro", regentado por un matrimonio. Es pequeño pero todavía quedan plazas. Y lo mejor, tienen un garaje para guardar la bici.
Le pregunto al propietario del albergue por alguna tienda donde pueda comprar un pañuelo y unos calcetines para paliar mi pequeño problema de exposición al sol y me recomienda que vaya a un sastre que es amigo suyo.
El sastre de Navarrete es uno de esos "ángeles del camino". Se dedica a ayudar de manera altruista a los peregrinos. Su recompensa son las cartas de agradecimiento que le envían y que recopila en un album. Por ejemplo, un canadiense le escribió una carta donde adjuntaba el imperdible que le dio en su día. En mi caso, además de proporcionarme unos calcetines largos, me incorporó al casco un pañuelo para protegerme las orejas.
Por segundo día consecutivo he hecho menos kilómetros que algunos caminantes pero el trato con la gente ha merecido la pena. Eso sí, Santiago lo veo cada vez más lejos.



Ruinas del Antiguo Hospital de Peregrinos (Navarrete)

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