domingo, 26 de diciembre de 2010

2º DIA: RONCESVALLES - CIZUR MENOR

Sábado, 11 de Septiembre
Distancia: 58 kms
Salida a las 11,00 y llegada a las 19,30 horas


                                                              



Diana a las ocho menos cuarto. Cuando me incorporo siento que tengo el cuerpo entumecido y dolorido. Es como si me hubiera pasado un camión por encima.
Lo más gracioso es cuando doy  los primeros pasos y noto que camino de una manera que me recuerda a un personaje de "western". Pues será que también se me han irritado los bajos......
Afortunadamente había previsto esta contingencia y llevaba un tubo de "Mitosyl". Una rutina más. ! Qué bonito comenzar las mañanas dándose cremita en el c...!
Mientras desayuno pienso en la "resaca" que llevo en un sólo día y si tengo claro dónde me he metido. Deambulo por los alrededores y veo a muchos bicigrinos que se ponen en marcha.
Recojo los bártulos con parsimonia mientras sigo con mis dudas. Hoy también está el cielo despejado y todo apunta a que va a hacer calor, así que ¿voy a abandonar a las primeras de cambio por unas cuantas agujetas y el culo escaldado? Que sea el camino quién lo decida.
A las once (!vaya horas!) pongo fin a mi "crisis de fe peregrina" y me pongo en marcha, no sin antes hacerme alguna foto de recuerdo.


Iglesia de Santiago (Roncesvalles)

Silo de Carlomagno al fondo


 
A consecuencia de la"emosión" de retomar el camino paso de largo el andadero que se encuentra en paralelo a la carretera, justo después del indicativo de "Santiago 790 km", por lo que voy hasta Burguete por asfalto prácticamente sin dar pedales.
Aquí encuentro la primera flecha amarilla, que me desvía hacia la derecha y por fin transito por camino. El asfalto para los coches...... 
Al poco veo a lo lejos un peregrino con un sombrero que me resulta familiar. Es el húngaro con el que compartí la parte final de la etapa de ayer. Me paro a saludar y le pregunto por Alex, el chaval alemán. Me dice que llegó bastante mal a Roncesvalles y hoy se ha quedado allí reposando. 
Me despido y poco después me encuentro con la primera de las famosas compuertas que hay que ir abriendo  y cerrando para transitar por el camino. Es muy agradable avanzar rodeado de tanta vegetación. Esto promete...
Sin darme cuenta ya estoy en Espinal y me vuelvo a despitar con las flechas, por lo que acabo ascendiendo el Alto de Mezquiriz por carretera. Me lamento de no haberlo hecho por el camino, sospechando que me he perdido algo bonito, pero, en fin, ya iremos aprendiendo. Por cierto, que en el escaso kilómetro de subida he vuelto a descubrir la importancia del plato pequeño. Y todavía no sabía cúanto lo iba a utilizar a lo largo del peregrinaje...
Nada más coronar el puerto encuentro de nuevo el camino a la derecha de la carretera. ¡Qué bonito¡ Atravieso un tupido bosque, permanentemente sombreado, en silencio, solo roto  por el canto de algún pájaro. Acaban de desaparecer todos mis achaques. Ya no me duele nada.
Al ser sábado hay una mezcla de peregrinos y senderistas, bicigrinos y bikers,  lo que le da ambiente festivo  al recorrido.
El siguiente punto de paso es Lintzoain, que es el inicio de lo que pensaba que iba a ser la última dificultad del día, el Alto de Erro. Nada más dejar el pueblo otra vez a subir. O mejor dicho, a empujar durante un buen trecho. Afortunadamente, el sendero aprieta pero no ahoga, por lo que antes de arrepentirme se suaviza y empiezo a disfrutar del paisaje. Ha merecido la pena, nunca mejor dicho, llegar hasta aquí. A un lado y a otro del camino hay peregrinos que han parado a comer. Dan ganas de echarse una siesta bajo uno de esos árboles. 



Bajada de camino a Zubiri

Hay un primer tramo de bajada con mucha piedra suelta y rocas escalonadas. Voy cogiendo velocidad hasta que oigo un !clanch! que me hace detenerme en seco. ¿A qué me he cargado la rueda  trasera? Me bajo a echarle un vistazo y veo que está todo en su sitio. Reanudo la marcha pero más tranquilo, que hay que conservar la mecánica. El camino  se interrumpe por la aparición de la nacional, que hay que cruzar y continuar el descenso por la margen izquierda de la carretera.
Se sigue descendiendo entre árboles por una pista en buenas condiciones, si bien conforme me voy acercando a Zubiri empiezo a encontrarme tramos "técnicos", pero después del susto anterior opto por bajarme de la bici cuando no lo veo muy claro. La próxima vez me traeré una bici de reserva, por si acaso....je,je,je.
Y con éstas llego a las dos de la tarde a Zubiri, tras atravesar el famoso Puente de la Rabia. Echo un vistazo por los alrededores pero no encuentro ningún bar, ni tampoco a ningún "aborigen" a quién preguntar.

Al final me saca de dudas un señor francés, que me indica que a la salida del pueblo, dirección Roncesvalles, hay un restaurante junto a una gasolinera. Allí que me dirijo y me siento en una terraza junto a la bici. El sol pega de pleno. Las tres horas de travesía entre árboles me han protegido del calor que hace hoy.
Cuando me atiende la camarera me saluda de un modo que me deja cortado. ¿Estará enfadada? ¿Tendrá un mal día? Tras pedir el menú (ensalada y un plato de pasta), me trae "de oficio" una jarra de agua con hielo ya que me ve sediento. Buena observación. Y con ese sencillo gesto de hospitalidad aprendo una cosa nueva. Que los navarros no están cabreados. Es que hablan así.
Tras la comida, repongo agua en la fuente que hay justo antes del puente y prosigo la ruta. A los pocos metros realizo mi primera asistencia técnica a unos ciclistas de la zona. No sería la última vez.
Llegar a Larrasoaña se me hace un tanto largo. Será cosa de la digestión y de que me encontré hasta tres carteles indicativos de esta población que siempre marcaban lo mismo: 2 km. Y el pueblo no terminaba de aparecer. Por cierto, que también me iba acordando del autor de la guía Michelin que compré, que indica en el perfil de la etapa un progresivo descenso desde este punto hasta Pamplona. Menudo cachondo. Yo lo que me encontré fue un continuo sube y baja.
No recuerdo si fué en Zuriaín o Irotz cuando pierdo las flechas amarillas y tengo que seguir por asfalto. La verdad es que ya está atardeciendo y hay que ir pensando donde parar. Así que voy siguiendo los carteles de la carretera hasta Huarte. Me voy encontrando más y más  coches que te adelantan a más de cien por hora. ! Con lo tranquilo que iba yo por caminos!
Ya me estoy estresando con tanto tráfico hasta que llego a Burlada. Callejeo por el centro de la ciudad hasta que me doy cuenta de que estoy yendo en círculos. Afortunádamente me encontré con un "munisipal" que me indicó cómo salir de mi particular laberinto.
Tras cruzar un puente en contínua subida, aparece a mi derecha un parque público desde el que se divisa el río Arga. Cuando termino de atravesar el  parque me encuentro con una plaza de toros. Esto va a ser que he llegado a Pamplona. Son las seis de la tarde.
Tras el silencio de los bosques y el agobio de las carreteras de acceso a la ciudad, me encuentro con el bullicio de la urbe. Paso junto al monumento al encierro y la plaza del Castillo. Menudo ambientazo. Dan ganas de quedarse allí pero tengo entendido que los albergues de Pamplona no son muy partidarios de acoger ciclistas.


 Hay tal concentración de gente en estas callejuelas que tengo que bajarme de la bici y proseguir andando. De este modo me resulta más fácil seguir las marcas del camino que aparecen en las esquinas.
Paso junto a un mercadillo medieval y presencio un desfile de gigantes y cabezudos.
Vuelvo a mirar el reloj y ya son las siete. Un poco tarde para seguir haciendo turismo.
Me planteo buscar un hostal pero me asaltan las dudas de si podré guardar la bici en un sitio seguro. Y lo cierto es que tampoco me entusiasma dormir en una ciudad.


Así que me  dirijo a Cizur Menor, donde hay un albergue con buena reputación. Es el de Maribel Roncal. Llego por fin a las siete y media de la tarde. Al llegar presencio una escena de la que había oído hablar. Maribel está sentada en una mesa donde tiene un pequeño botiquín y, a su alrededor,  peregrinos esperando turno para que les cure las ampollas de los pies.
Tras esperar a que terminara de atender a los peregrinos, me indica donde guardar la bici (local cerrado con llave) y me asigna habitación. Por cierto, que cuando saco las alforjas del portabultos descubro el origen del !clanch! durante la bajada de Erro. Me ha desaparecido el enganche inferior de una de las alforjas. En fin, nada que no pueda arreglarse con un "pulpo" elástico.
A continuación viene el mejor momento del día. La ducha. Y después el resto del ritual, es decir, lavar la ropa, tenderla y buscar un lugar donde cenar.
Lo cierto es que no tengo demasiada hambre pero aun así me tomo un bocata de tortilla de chistorra en un bar de los alrededores. Hay que probar las especialidades locales............
Regreso al albergue un poco antes de las diez, que es la hora de cierre. Tiene un amplio  y bonito  jardín. Todo un oasis después de un largo día. A las diez en punto se apagan las luces. Afortunadamente llevaba encima la linterna, ya que de lo contrario hubiera despertado a todos los peregrinos para llegar a mi cama.
Por cierto. Me extrañó que en una habitación con literas estuviera libre una cama individual. Cuando me acosté descubrí el motivo. El destello de la luz de emergencia que se encontraba al otro lado de la habitación te da de lleno en la cara. En fin. Son las diez y media de la noche de un sábado y  me resulta extraño ver a todo el mundo en la cama. Es mi primera noche durmiendo en comuna. A lo largo de los días descubriré que esto es la tónica general. Voy dando vueltas en la cama huyendo del "resplandor" hasta que a medianoche pierdo el conocimiento.............







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