Jueves, 12 de Septiembre
Al despertarme esta mañana, mi
compañero de la izquierda, Henry, me
comenta si no me han molestado los ronquidos del compañero de la derecha, a lo
que el aludido, Jean Baptiste, replica diciendo que el “tenor” era el compañero
del centro. Pues ya nos vamos conociendo…
La etapa en sí tuvo poca historia
al ser hecha en su totalidad por carretera. Además, el único “atractivo”
turístico en el recorrido no es de visita recomendada: la cárcel de Topas.
Lo positivo de circular por la
N-630 es que está muy poco transitada. Lo negativo, por poner algún pero, es
que aunque se avanza rápido por asfalto lo de la llanura mesetaria, en lo que a
la Vía de la Plata se refiere, es un mito. El ingeniero que la diseñó no
esquivó ni una sola loma en su trazado, ja,ja,ja. Durante los primeros cuarenta
kilómetros es una sucesión de subidas y bajadas, más espaciadas que en Galicia
pero terreno ondulado al fin y al cabo.
Almuerzo en El Cubo de la Tierra
del Vino y ya todo seguido hasta Zamora.
Cuando tengo a la vista la ciudad
me cuesta un poco orientarme. Pensaba que iba a ver, como el día anterior en
Salamanca, la silueta de la catedral a mucha distancia pero no es así. Empiezo
a ver indicaciones hacia Benavente y me doy cuenta de que me estoy alejando de
la ciudad. Consulto el mapa y finalmente encuentro la manera de entrar en la
ciudad por el Puente Viejo, aunque para ello tuviera que hacer una pequeña
“pirulada” circulatoria. A las dos y media ya estoy frente al puente.
En esos momentos me acuerdo de
Jordi y le envío un mensaje para saber si sigue en Zamora. Me contesta que está
haciendo tiempo en el albergue ya que su autobús no sale hasta dentro de unas
horas.
Desde el puente hasta el albergue
hay muy poca distancia. En poco más de cinco minutos estoy allí. Al llegar me
pregunta por los franceses y le comento que deberían de haber llegado, ya que
coincidimos en El Cubo, salieron antes que yo y no los he alcanzado en la carretera.
Jordi no ha comido y yo tengo el
almuerzo en los pies. Pues ya habrá tiempo de ducharse. Nos vamos a la Plaza
Mayor en busca de algún lugar donde saciar el hambre y allí nos encontramos a
los franceses, que han preferido comer antes de pasar por el albergue. Mientras
nos tomamos una caña le pregunto al camarero si tienen en la carta “arroz a la
zamorana”. Pues va a ser que no pero amablemente nos indica un restaurante
cercano cuya especialidad es precisamente el arroz.
Pues allá que nos dirigimos y por
fin puedo darme el tan ansiado homenaje gastronómico. Un arroz meloso aderezado
con porciones de cerdo. Un delicioso festival del colesterol. Finalizada la
sesión nos dirigimos a saldar la “multa” y Jordi dice que paga él. Le contesto
que se deje de historias ya que el chiringuito no tiene pinta de tener precios
populares y el capricho ha sido mío. Insiste en base a dos argumentos: primero
que “es mi despedida del Camino” y segundo “para que puedas decir que un
catalán te invitó a comer”. Pues aquí doy fe de ello. Menudo crack el Jordi.
Mientras comíamos me comentó que en
el albergue de Calzada de Valdunciel,
donde creía que iba a estar solo, coincidió con dos peregrinos talluditos que
le dieron la noche y sobre todo el alba. Lo despertaron a las cinco de la
mañana, con tocamientos en la parte baja de la espalda incluidos, por parte de
uno de ellos que estaba buscando a tientas su sombrero. Qué bonita es la
convivencia peregrina… Pues cuando volvemos al albergue se topa con ellos y, efectivamente,
eran especiales. Cincuenta kilómetros se habían hecho… Me encontraba en las
duchas colgando la ropa de calle cuando con toda la naturalidad del mundo se
disponen a meterse ellos. Les hago ver que he llegado antes pero la ducha que
quedaba libre (los baños del albergue se componen de dos duchas y un water)
está averiada. Y el peregrino al que había desalojado acababa de hacer una “descarga”
que había dejado convenientemente “ambientada” la sala. Pues yo aquí no me quedo.
En esos momentos me viene a la cabeza que no había visto a ninguna mujer en el
albergue, así que no me lo pienso y me voy al baño de señoras. Tras la
relajante ducha en un ambiente aséptico salgo y un peregrino me dice que me
había equivocado de duchas. Le contesto que no, que había tenido una urgencia: “me
estaba duchando encima”. Le entra la risa pero me advierte de que sí había
peregrinas aquella noche.
Una vez solventado el tema del
aseo hago tiempo con Jordi por el casco antiguo. Hasta la fecha la ciudad con
más iglesias románicas por metro cuadrado que conocía era Segovia pero creo
Zamora lo supera con creces.
Sobre las siete nos despedimos y
me encuentro con los franceses en la Plaza Mayor, donde finalmente cenamos. La
compañía de Henry y Jean Baptiste está empezando a convertirse en costumbre.
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