Martes, 10 de Septiembre
A las siete y media el vitoriano
ya está preparado para dar pedales. Al ritmo que va hoy acabará como mínimo en
Zamora…. Todavía no ha amanecido y hace “rasca”, así que recojo los bártulos con tranquilidad,
desayuno y me voy mentalizando para atacar la dificultad del día, o eso creía
yo….
Prefiero dejarme las subidas para
las primeras horas del día aunque, en el caso del Puerto de Béjar, habría que
decir que me había dejado la ascensión a medias, ya que realmente se empieza a
subir poco después de Aldeanueva del Camino.
Desde Baños el puerto tiene unos
cuatro kilómetros de subida. Decido hacerlo por carretera porque el camino
empedrado que hay a la salida del pueblo invita a empujar y finalmente
desemboca en la carretera un kilómetro más arriba. Así que despacito y buena
letra hasta coronar a la altura de una gasolinera. Unos doscientos metros más
adelante abandono la Nacional por la izquierda, perdiéndola de vista hasta Salamanca.
El tramo hasta el Puente de La
Malena es un regalo para los sentidos. Un camino sombrío envuelto por el
silencio. Es todo descenso, por momentos muy pronunciado, mucha curva y suelo
con gravilla, que me obliga a extremar las precauciones, que no me he traído un
chasis de repuesto. Con tanta parada para hacer fotos al final decido que es
mejor descabalgar y caminar un rato para disfrutar de este bello paraje. Llega
un momento que, con tanto verde y tanta vaca, empiezo a dudar si no he tomado
un atajo y estoy ya en Galicia. Pero no. Según el mapa acabo de entrar en la
provincia de Salamanca.
Una vez cruzado el puente romano,
que salva un río de curioso nombre (“Cuerpo
de Hombre”), tomo la carreterilla en dirección a Calzada de Béjar. En un
principio la subida es suave pero el desnivel de los últimos dos kilómetros sí
que me pilla por sorpresa. Como para haber hecho caso al vitoriano el día
anterior….
Hasta Valverde de Valdelacasa el
camino transcurre por una pista con buen firme y se vuelve otra vez al paisaje
de dehesa.
El siguiente pueblo, Valdelacasa,
se encuentra a unos cuatro kilómetros, por una carretera en subida ininterrumpida
que no tiene nada que envidiar al Puerto de Béjar. Segunda sorpresa del día… A
este paso el plato pequeño me presenta la dimisión.
Y para rematar, de camino a
Fuenterroble de Salvatierra unos cuantos cuestones más. Este recorrido empieza
recordarme al tramo entre Cizur Menor y Estella en el Camino Francés, donde
siempre se habla de la subida a El Perdón pero se omite el resto de subidas a
Mañeru, Cirauqui, Lorca,…. En el último
tramo de subida alcanzo a un peregrino. Va totalmente empapado en sudor, con la
mirada perdida. Le saludo y no puede casi hablar. Me paro y le ofrezco agua. Me
dice que más que agua necesita unas piernas de repuesto. Había salido, todavía
de noche, desde Calzada de Béjar, en un cruce no ha visto las flechas y ha
girado en sentido contrario. Cuando se ha dado cuenta llevaba diez kilómetros
por el camino equivocado. Y claro, para enmendar el error ha tenido que
desandar otros diez. Veinte kilómetros de propina………..
Le digo que ya le queda poco
hasta el siguiente pueblo y prosigo hasta Fuenterroble. Consulto la hora y son
las dos de la tarde. Tres horas y media encima de la bici para recorrer poco
más de treinta kilómetros. Otro día que estoy que me salgo…
Hoy es el primer día que el calor
es llevadero y no estoy cansado, pero lo cierto es que durante toda la jornada
he tenido un animado debate, entre cuesta y cuesta, conmigo mismo. En la
programación, que abandoné el primer día, había previsto tres días para
recorrer el tramo entre Cáceres y Salamanca pero había una circunstancia que me
impedía cuadrar las etapas y era la curiosidad por conocer el albergue del
Padre Blas, en Fuenterroble, del que había leído que era un lugar especial y de
visita obligada.
Salamanca está a cincuenta
kilómetros, con el Pico de la Dueña de por medio, y si me pongo a la faena lo
único que voy a conseguir es llegar a destino a las tantas, consiguiendo un
bonito dos por uno: no visitar el casco histórico de la ciudad y perderme
el ambiente peregrino de este famoso albergue. Pues ante la duda……….la más
peluda.
Llego a la entrada al albergue y
se asoma un voluntario. Da por supuesto que me voy a quedar. Con cierto sonrojo,
le digo que sí aunque no sé si lo merezco tras mi “maratoniana” etapa. Y me
contesta algo que me deja desarmado: “aquí
todo el mundo es bien recibido”. Me sella la credencial y me ofrece un
plato de lomo con patatas, con una pinta estupenda, que le había sobrado. Le
agradezco el gesto pero le digo que lo guarde para el peregrino sevillano que
está a punto de llegar y que viene medio muerto tras su aventura nocturna.
Soy el primero en llegar así que
puedo elegir litera. Dejo los trastos y me voy
en busca de un bar cercano. Encuentro uno que tiene una terraza junto al
frontón del pueblo. Sentada de una hora para dar cuenta del menú reglamentario
y vuelta al albergue. Como es pronto aprovecho para hacer colada general,
incluidas alforjas y montura. Bueno, el manguerazo a la bici sin pasarme ya que
en estos últimos días había adquirido el punto adecuado de tierra que hacía que
los mecanismos funcionaran a la perfección….
En el albergue ya se encontraba
Manolo, el peregrino sevillano que se había perdido. Estaba tan agotado que no
tenía ni hambre. Se ducho y se acostó un buen rato. También había llegado un
ciclista escocés, Damian, un sacerdote que había sido profesor en un colegio
de Valladolid durante veinticinco años.
Poco después llega un bicigrino
catalán, Jordi, de un pueblo de Gerona para más señas, al que todavía no se le había pasado el susto
tras un percance con un autobús, que le había llegado a rozar una alforja en
plena subida al Puerto de Béjar. Y por último aparecen Jean Baptiste y Henry,
los dos amigos franceses de los que no me pude despedir ayer.
Como esa noche solo somos seis
huéspedes el hospitalero nos anima a cenar en el albergue. Quedamos en aportar
cada uno algo para la cena y nos citamos para las nueve.
Me voy en compañía de los
franceses a hacer las compras y luego celebramos el reencuentro en el bar donde
había comido. Qué jornada más sufrida, ja,ja,ja….
He de decir que fue la mejor cena
de toda la Vía de la Plata. Además de lo que aportamos, el hospitalero preparó
un pastel de carne y unas tortillitas de arroz que estaban de muerte. En mitad
de la cena se unió el padre Blas. Toda una personalidad. Uno de esos curas
batalladores y comprometidos que dan sentido a la Iglesia. Durante la charla,
Jean Baptiste, que entre sus inquietudes está la de la pintura, le pregunta al
párroco por los cuadros que decoran todo el albergue. El padre Blas le contesta
que son obra de los peregrinos que han pasado por allí. Hay uno en concreto que
es un simple pegote en la pared y le pregunta por su significado. La
explicación es que un peregrino deseaba pintar y le salió “eso”. Me cautivó la sencilla, y a la vez trascendente,
interpretación que hacía el párroco: la cuestión no es tanto la calidad de la
obra como el hecho de que “en esta vida
hay que pintar algo”. Todos podemos aportar algo, por insignificante que
parezca. Quizás ésa sea una buena definición
del “viaje interior” que experimentan
algunos peregrinos en el camino: el encontrarse a uno mismo no sea más que saber
qué es lo que hemos de pintar, o dicho de otro modo, encontrar nuestro lugar en el mundo.
Sólo por esta velada peregrina y la
enriquecedora charla posterior ya ha merecido la pena volver de nuevo al
Camino.
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