Miércoles, 11 de Septiembre
Hoy toca estrenar la manga larga.
Cosas de amanecer a casi mil metros de altitud.
Tras el desayuno, el padre Blas
nos da la bendición del peregrino. La verdad es que cuesta abandonar este
albergue tan especial. El único que hoy no retoma el camino es el peregrino sevillano,
que va a tomarse un día de descanso tras el palizón involuntario de ayer. Bueno,
es un descanso activo, ya que se marcha junto a una cuadrilla de operarios, que
está terminando los trabajos de acondicionamiento de un colegio para familias con pocos recursos del que se ha
hecho cargo el párroco.
A las ocho y media me pongo en
marcha junto a los amigos franceses y Jordi, que nos hará de guía ya que hizo a pie la Vía de la Plata hace unos
años.
Los primeros diez kilómetros transcurren por una pista, en suave subida,
vallada a ambos lados, que paulatinamente se va estrechando hasta convertirse
en una senda.
Al final de la finca existe la
opción de ir por Navarredonda de Salvatierra y culminar la subida al Pico de la
Dueña por asfalto. Los amigos franceses dudan pero Jordi les convence, con la
mentira piadosa de que sólo hay un kilómetro complicado, para que continúen por
el camino hasta la cima. Lo cierto es que son cinco kilómetros de ascensión,
ciclables en su mayor parte para alguien medianamente en forma, pero con las
limitaciones físicas de ambos, edad aparte, no son capaces de volver a subirse
a la bici. Así que nosotros descabalgamos también y completamos toda la subida
a pie. Cada uno a su aire, en silencio, sin prisa, disfrutando del paisaje. Uno de esos momentos de aislamiento que tan
difíciles son de encontrar en la vida cotidiana.
Tras una hora de paseo campestre
ya se divisan los molinos de viento que anuncian el final de la subida y, poco
después, aparece la famosa cruz que corona el Pico de la Dueña. A casi mil
doscientos metros de altitud la panorámica de la meseta que se extiende hacia
el este es impresionante. Los franceses agradecen que les hayamos esperado y reconocen
que la paliza que se han dado les ha merecido la pena.
El descenso por camino es corto
pero pronunciado y desemboca en una carretera local que conduce hasta la finca
de Calzadilla de los Mendigos, para continuar hasta San Pedro Rozados, donde
Jordi nos lleva a un bar del que guardaba un buen recuerdo gastronómico. Pues
una hora larga de charla mientras damos cuenta de un bocadillo tamaño XXL.
El resto de la etapa lo
completamos por carretera ya que según los vecinos del pueblo los caminos
tienen mucha arena. Justo a la salida del pueblo nos separamos. Jordi toma la
delantera ya que quiere hacer unas compras para la familia en Salamanca y
continuar hasta Calzada de Vandunciel. La razón es que, por motivos de trabajo,
tiene que adelantar la vuelta a casa y quiere llegar al día siguiente a Zamora
a una hora temprana para poder organizar el regreso.
En mi caso no tengo mejor idea que
consultar la hora en el teléfono y me encuentro un montón de mensajes y
llamadas perdidas instándome a que me “manifieste”…. Con lo feliz que estaba yo
con el diabólico invento en silencio ¿Dónde está el fuego? Les comento a los
franceses que se adelanten porque parece que voy a tener para rato… Pues venga, veinte minutos de conferencia,
interrumpida varias veces por la poca cobertura de la zona, para traerme de
vuelta a la realidad. Con el día tan bueno que tenía. Al menos el presunto
“incendio” no implica que tenga que regresar.
Para darle un poco de aliciente a
estos últimos veinticinco kilómetros, al
dios Eolo no le pareció conveniente que llegáramos a Salamanca de manera
relajada así que nos obsequia con una ventolera, aunque tuvo el detalle de que
diera de costado.
Finalmente alcanzo a los
franceses a la salida de Aldeatejada, justo al inicio del carril-bici que
conduce hasta el puente romano que da acceso al casco histórico de la ciudad.
En cuanto al tema del alojamiento
mi única referencia era el albergue de peregrinos, aunque me echaba para atrás
el hecho de que cerrara a las diez. Los franceses, en cambio, tenían anotado la
dirección de un hostal céntrico. Los acompaño hasta allí y Jean Baptiste sube a
echar un vistazo. Al rato baja satisfecho con el estado de las instalaciones y
me comenta que hay una habitación triple. Además, las bicis se pueden guardar
en un patio interior de la primera planta. Pues ya puestos……..allí me quedo.
El hostal está a cinco minutos de
la Plaza Mayor y parece haber sido reformado recientemente. Tiene dos camas de
cuerpo a los lados y una enorme cama de matrimonio en el centro. Ahora viene el
dilema: ¿quién se acuesta en la del medio?
Le comento a Jean Baptiste que
con una de las pequeñas voy que chuto, a lo que me responde de manera socarrona
si no pretenderé que tenga que compartir la cama de matrimonio con su compañero
Henry. Venga, pues hechas las aclaraciones oportunas acerca de las
“inclinaciones” de cada uno, la cama grande para mí.
Tras la ducha y ver el final de
etapa de la Vuelta, ya toca dar una pequeña vuelta turística y visitar la
Catedral y la Universidad.
Siguiendo con la tradición, no
consigo cenar en algún lugar típico. Los locales están atestados de gente al
estar la ciudad en plena Feria. Además, en la Plaza Mayor acaba de empezar un
concierto y tampoco es cuestión de cenar con semejante escandalera. Al final
encontramos un lugar alejado del bullicio aunque fuera con un menú turístico.
Lo gracioso es que justo debajo del hostal sí que había un par de asadores como
muy buena pinta. Habrá que volver por aquí.
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