sábado, 22 de diciembre de 2012

DIA 15: ASTORGA-CRUZ DE FERRO

Miércoles, 19 de Septiembre


Hoy me despierto entre desubicado por la comodidad del “albergue” y resignado a completar mis últimos kilómetros en el Camino.
Al ser una etapa tan corta desayuno, todavía con ropa de calle, con toda la parsimonia del mundo mientras leo el periódico. Después de dos semanas totalmente desconectado de la actualidad veo que las noticias siguen girando en torno a los mismos temas. Vamos. Que no me he perdido nada.
Una vez preparado el equipaje y ya enfundado en el traje de faena me pongo en marcha sobre las diez y media.  La ventaja del Camino Francés es que está exhaustivamente señalizado por lo que salir de Astorga no tiene ningún misterio.
A medida que avanzo me voy animando. Hace un día magnífico, con una temperatura agradable y nada de viento. Y peregrinos por todos los lados. Deseo “buen camino” a todo lo que se mueve después de tantos días sin cruzarme apenas con nadie.






Santa Catalina de Somoza

Cuando llego a El Ganso hago una parada en el bar “Cowboy”. Sello la credencial, pido un refresco y pregunto al dueño del bar por el aseo. En pose a lo Elvis me señala a su derecha y pronuncia con voz profunda: “EL”. Por un momento me malicio que en la puerta del baño iba a encontrarme con un cartel que pusiera “el tigre”. Pero no. Pone precisamente eso…….. Todo un personaje este hombre. Eso sí. Las “spanish vaciladas” que se marca con los extranjeros le puede costar un disgusto con algún peregrino susceptible.




Estoy disfrutando de cada pedalada. Nada que ver con la experiencia del año pasado, donde el viento convirtió en una tortura este tramo tan bonito. El camino pica hacia arriba pero la única dificultad reseñable se limita a dos repechos justo antes de llegar a Rabanal del Camino.



A la entrada del pueblo se encuentra el albergue del Pilar. Cuando cruzo el arco de la entrada todavía  todavía no se había alojado ningún peregrino. Saludo a Isabel y le comento que, aunque voy a almorzar, “amenazo” con alojarme allí tras coronar la Cruz de Ferro. Mientras doy buena cuenta de una generosa ración de tortilla me convence para que reserve ya y deje las alforjas. Me da un poco de reparo ser el primero en registrarme pero al menos de ese modo puedo elegir litera en planta baja (al final del día estaba el albergue completo).
En cuanto a recorrer los últimos kilómetros sin peso creo que fue una buena decisión. No tanto por la comodidad  sino por evitar caer en la tentación de continuar un poco más lejos. Por que Manjarín está a un paso y poco después empieza el descenso hasta Molinaseca, a continuación Ponferrada, Villafranca del Bierzo…………. y estando tan cerca de Galicia a ver quién es el guapo que da media vuelta. Y tampoco es cuestión de sustituir las alforjas por las maletas al llegar a casa con la única excusa de que me he liado…
Así que sobre las dos de la tarde, ligero de equipaje, me dispuse a hacer los últimos siete kilómetros de mi camino. El sol apretaba de lo lindo y eché en falta no aplicarme el protector solar. Fue una ascensión casi íntima ya que apenas había peregrinos a esas horas y pude disfrutar del paisaje que no pude contemplar el año anterior a causa de la niebla.




Ya se ve a lo lejos la Cruz de Ferro



Cuando a la salida de Foncebadón ví el poste de la Cruz de Ferro alzándose entre los arboleda empezaron a aflorar las emociones. Tristeza por terminar y satisfacción por haber llegado hasta este lugar tan especial desde la puerta de mi casa. Me sigue impresionando el silencio que lo envuelve y los recordatorios que dejan a los pies del crucero los peregrinos.





Durante la media hora que estuve allí me llamó la atención la cantidad de ciclistas que pasaron. En solitario, en grupo, algunos con coches de apoyo. Y cuando empecé a descender seguían subiendo bicigrinos zigzagueando para salvar el desnivel. Hasta alguno me preguntó cuánto faltaba para coronar.
Regresé al albergue sobre las tres y media, algo tarde para darme un homenaje gastronómico de despedida así que, tras la ducha, como en el albergue, hago un poco de vida social peregrina  y aprovecho para pasear por este bonito pueblo maragato.










A las siete y media acudo a la bonita ceremonia con cantos gregorianos que entonan los monjes benedictinos. Consigo hacer una foto justo antes de que el abad, en tono muy serio, dijera a los asistentes “this is not a show”, que allí se iba a orar.



Esa tarde noche coincidí con un bicigrino brasileño que había salido desde Saint Jean Pied de Port. Admiraba el arte románico y gótico que se había ido encontrando a su paso, fruto de una larga historia en comparación con la relativamente corta de su país.  No sé qué clase de elixir de la eterna juventud tomarán estos brasileños porque a pesar de tener 51 años yo parecía a su lado mucho más mayor. Como anécdota de su viaje me cuenta que los primeros días pasó mucho frío en los albergues. La explicación era que dormía “a pelo”, hasta que en Burgos se decidió a comprar un saco-sábana.
Edilsio (¿o era Edelsio?), como es lógico, continuaba camino al día siguiente y la idea de animarlo a tomar un cocido maragato de cena no me pareció muy apropiada por lo que opté por cenar con él en el albergue.
La sobremesa discurrió entretenida junto a otros bicigrinos. Dos estudiantes almerienses que habían salido ese mismo día desde León y una chica de Huesca que inició su camino en el Somport y que llegó pasadas las ocho en muy malas condiciones físicas. Llevaba varios días “dopada” con analgésicos ya que tenía tocados los tendones de Aquiles. ¡Y al día siguiente quería llegar al Cebreiro! Le dije que me parecía una locura y más en las condiciones en las que estaba pero aún así quería llegar a Santiago en tres días. Finalmente levantamos la sesión a las once y media. Era mi última noche en el camino.


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