Cuando llega el mes de Septiembre
me parece estar reviviendo una versión cutre de la película Matrix. Si en la versión fetén un tipo
moreno con chupa de cuero le ofrece al protagonista la posibilidad de elegir, mediante
la ingesta de una pastilla, entre conocer de manera irreversible el mundo real
o bien permanecer en la ignorancia del mundo virtual , en mi caso se me aparecen las vacaciones con una pastilla de” vete
tú a saber de dónde”, que me permite
sacar las lorzas a pasear durante un tiempo limitado de días y circunscrito a
territorio nacional. Tendré que cambiar
de camello……
Segundo intento de transitar por
la Ruta de la Lana tras el incidente
canino del año anterior. Un camino poco
transitado, con meteorología extrema y con más perros sueltos de lo que me
gustaría pero muy enriquecedor en lo personal.
Como he advertido otras veces, si
algún desavisado lector llega hasta aquí por capricho de los algoritmos de
búsqueda del todopoderoso buscador, no
va a encontrar grandes hazañas deportivas al estilo averquiénmeamáslejos. Para
todo aquél que tenga curiosidad por viajar, pues pasen y lean.
Lunes, 5 de
Septiembre
Abro los ojos en una habitación
del “Hotel Los Rosales” de Almansa. Está justo a las afueras de la ciudad,
junto a la autovía, y desde aquí conozco cómo enlazar con el camino señalizado. Como viajero temporero que soy la primera
dificultad es recordar qué alforja va a la derecha y cual a la izquierda del
transportín. Una vez resuelto el problema hago el último repaso de las
pertenencias y observo que he olvidado en casa el bidón de agua. Nada grave.
Llevo la camel-back con capacidad de dos litros pero por si acaso compro una botella de medio litro en la
gasolinera de enfrente.
Pues vamos allá. Los primeros
kilómetros en paralelo a la autovía para después ir alejándome de ella en
dirección a la Sierra del Mugrón.
Una vez completada la subida a la
sierra desciendo hasta la carretera y decido continuar por ella hasta Alpera (la novatada de atravesar el
tramo sembrado ya la experimenté el año anterior). Llego a este pueblo con la
idea fija de abrevar. Hace bastante calor para no ser todavía ni las once.
Además, cuando le di el primer trago a la boquilla de la mochila tuve que escupir
instantáneamente el agua. Sabía a rayos
gracias a mi gran idea de protegerla el día anterior con plástico de embalar
alimentos.
Paro junto al bar donde cené al
año anterior al mismo tiempo que un grupo de ciclistas de carretera. Una chica
de la grupeta se acerca y se interesa por mi destino al ver la bici cargada.
Tras confirmar mi destino viene
la típica pregunta: “Y en cuántos días piensas llegar a Santiago”. Resoplo y le
explico que dispongo de unos veinte días, no sigo una programación muy
detallada y que mi filosofía es más de disfrutar del viaje que el hecho de
llegar a Santiago. No parece entusiasmarle mucho mi respuesta. Cuando me ve
encender el primer cigarrillo ya ni me mira a la cara. Si es que ha ido a
preguntarle al deportista del año, ja,ja,ja.
Tomo asiento en la terraza con la
idea fija de hidratarme (craso error el no haber comido) y al momento se acerca
un hombre que resulta ser Pedro Antonio Serrano, un conocido peregrino de la
zona y miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Albacete,
creo que presidente de la misma. Esto es otra cosa. Aquí no hay prejuicios
sobre rendimiento deportivo y malos hábitos. Una hora larga de agradable
charla. Me facilita su teléfono y quedamos en vernos a la hora de comer en
Alatoz.
Retomo la marcha mientras empiezo a darle vueltas a la decisión que he de
tomar 10 kilómetros más adelante. Allí
se encuentra el desvío hacia la finca donde se me torció la cosa el año pasado.
Supongo que cualquier manual de autoayuda dirá algo así como que para superar
un trauma hay que enfrentarse a él. Parece
lo lógico y racional. Intento imaginarme la escena superando la famosa finca
sin ningún tipo de incidencia, con el subidón de ánimo consiguiente, pero por
otro lado me da por pensar que, si otra
vez estuviera la verja abierta, sale la misma hija de perra y me vuelve a
hincar los colmillos en el gemelo, puedo convertirme en serio candidato al
premio al tonto del año y, lo que es más grave, tener que volver a abandonar a
las primeras de cambio. Hago una foto a la señal del desvío y decido quedarme
con el trauma. Sigo por la carretera.
Desvío hacia el lugar del "incidente canino" |
Paro un poco más adelante, en la Fuente
del Piojo. Encuentro esta vez este pequeño oasis en un estado lamentable. Me
dedico a recoger parte de los desperdicios para hacerme un perímetro donde
poder acomodarme para dar cuenta de un puñado frutos secos y un plátano. Aquí
el suministro de agua fresca lo tengo asegurado. En este rincón a la sombra pierdo
la noción del tiempo y lo que iba a ser una pequeña parada de unos minutos se
convierte en una hora larga.
Sobre la una me hago el ánimo de continuar y cuando me
expongo al Sol siento como si hubiera metido la cabeza en un horno. Me cuesta
hasta respirar. Al final va a ser cierto que venía una ola de calor…… Por prudencia
decido ir por carretera descartando mi
idea inicial de ir por camino. No me apetece acometer la subida que se divisa a
lo lejos en esas condiciones aunque la alternativa por asfalto tampoco va a ser
un paseo. A partir de aquí, a la altura del poblado de Las Fuentes, mi deambular consiste en recorrer un kilómetro y
mendigar un metro cuadrado de sombra
donde refrigerarme abriéndome el maillot al estilo de aquella señora que
buscaba a Jacques. No sé de qué me quejo si voy aprovisionado
con una mochila con dos litros de agua para humedecer la lengua y una botella
con líquido recalentado …… Así que con
este plan empleo unas tres horas para llegar a Alatoz, pueblo al que se llega en descenso. No van a ser todo
dificultades.
Son las cuatro de la tarde y me
cuesta encontrar algún establecimiento abierto. Finalmente localizo un bar en
la plaza donde hay un monumento al peregrino. No sirven comidas así que me
tengo que apañar con unas cuantas cervezas y una bolsa de patatas. Llamo a
Pedro Antonio pero no tengo cobertura telefónica ni internet. En fin, otra vez
será.
Con este tórrido panorama me armo
de valor para continuar hasta Alcalá donde tengo la seguridad de que no voy a
tener problema para encontrar alojamiento. Alatoz es un pueblo de amable
orografía ya que se llega en descenso y se abandona en descenso. Sigo las
señales del camino, que me conduce entre cultivos a una finca, con caseta
afortunadamente sin perro, y que desemboca en la carretera (la ya familiar
CM-3201) que pica hacia arriba. Lo que son las cosas. El año pasado subí por
aquí, con mordisco incluído, y no me pareció nada del otro mundo. Ahora me
parece el Tourmalet. No puedo con mi alma. Voy empujando la bici, refugiándome
del sol en las zonas de sombra que encuentro a mi izquierda. Pues me está
saliendo un buen día, vaya que sí.
La parte positiva es que conozco
ese tramo y sé que tras la subidita viene un tramo llano y los últimos
kilómetros ya son en descenso, por la carretera serpenteante por la que se baja
a la Hoz del Júcar. A las siete y media llego a Alcalá del Júcar. El panel de la farmacia da 38 grados a la sombra
a esas horas. Me tomo un par de refrescos en un quiosco junto al puente romano
y me pongo a buscar alojamiento. En el hostal que conocía no hay nadie en
recepción así que sigo buscando por los alrededores hasta que encuentro un
hotel, relativamente nuevo y bien equipado. El precio está pensado para guiris de sandalias con
calcetines pero es lo que hay. No tenía el cuerpo para comparativas. Media hora
larga bajo la ducha y ya empiezo a ser persona.
No voy a quejarme del día: no he
pasado frío ni me ha mordido ningún perro. No es mal comienzo.