sábado, 1 de octubre de 2016

DIA 1: ALMANSA-ALCALÁ DEL JÚCAR


Cuando llega el mes de Septiembre me parece estar reviviendo una versión cutre de la película Matrix.  Si en la versión fetén  un tipo moreno con chupa de cuero le ofrece al protagonista la posibilidad de elegir, mediante la ingesta de una pastilla, entre conocer de manera irreversible el mundo real o bien permanecer en la ignorancia del mundo virtual  , en mi caso se me aparecen las vacaciones con una pastilla de” vete tú a saber de dónde”,  que me permite sacar las lorzas a pasear durante un tiempo limitado de días y circunscrito a territorio nacional.  Tendré que cambiar de camello……
Segundo intento de transitar por la Ruta de la Lana  tras el incidente canino del año anterior.  Un camino poco transitado, con meteorología extrema y con más perros sueltos de lo que me gustaría pero muy enriquecedor en lo personal.
Como he advertido otras veces, si algún desavisado lector llega hasta aquí por capricho de los algoritmos de búsqueda del todopoderoso buscador,  no va a encontrar grandes hazañas deportivas al estilo averquiénmeamáslejos. Para todo aquél que tenga curiosidad por viajar, pues pasen y lean.



Lunes, 5 de Septiembre

Abro los ojos en una habitación del “Hotel Los Rosales” de Almansa. Está justo a las afueras de la ciudad, junto a la autovía, y desde aquí conozco cómo enlazar con el camino señalizado.  Como viajero temporero que soy la primera dificultad es recordar qué alforja va a la derecha y cual a la izquierda del transportín. Una vez resuelto el problema hago el último repaso de las pertenencias y observo que he olvidado en casa el bidón de agua. Nada grave. Llevo la camel-back con capacidad de dos litros  pero por si acaso  compro una botella de medio litro en la gasolinera de enfrente.
Pues vamos allá. Los primeros kilómetros en paralelo a la autovía para después ir alejándome de ella en dirección a la Sierra del Mugrón.







Una vez completada la subida a la sierra desciendo hasta la carretera y decido continuar por ella hasta Alpera (la novatada de atravesar el tramo sembrado ya la experimenté el año anterior). Llego a este pueblo con la idea fija de abrevar. Hace bastante calor para no ser todavía ni las once. Además, cuando le di el primer trago a la boquilla de la mochila tuve que escupir instantáneamente el agua. Sabía  a rayos gracias a mi gran idea de protegerla el día anterior con plástico de embalar alimentos.
Paro junto al bar donde cené al año anterior al mismo tiempo que un grupo de ciclistas de carretera. Una chica de la grupeta se acerca y se interesa por mi destino al ver la bici cargada.
Tras confirmar mi destino viene la típica pregunta: “Y en cuántos días piensas llegar a Santiago”. Resoplo y le explico que dispongo de unos veinte días, no sigo una programación muy detallada y que mi filosofía es más de disfrutar del viaje que el hecho de llegar a Santiago. No parece entusiasmarle mucho mi respuesta. Cuando me ve encender el primer cigarrillo ya ni me mira a la cara. Si es que ha ido a preguntarle al deportista del año, ja,ja,ja.
Tomo asiento en la terraza con la idea fija de hidratarme (craso error el no haber comido) y al momento se acerca un hombre que resulta ser Pedro Antonio Serrano, un conocido peregrino de la zona y miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Albacete, creo que presidente de la misma. Esto es otra cosa. Aquí no hay prejuicios sobre rendimiento deportivo y malos hábitos. Una hora larga de agradable charla. Me facilita su teléfono y quedamos en vernos a la hora de comer en Alatoz.



Retomo la marcha mientras  empiezo a darle vueltas a la decisión que he de tomar  10 kilómetros más adelante. Allí se encuentra el desvío hacia la finca donde se me torció la cosa el año pasado. Supongo que cualquier manual de autoayuda dirá algo así como que para superar un trauma  hay que enfrentarse a él. Parece lo lógico y racional. Intento imaginarme la escena superando la famosa finca sin ningún tipo de incidencia, con el subidón de ánimo consiguiente, pero por otro lado me da por pensar que, si  otra vez estuviera la verja abierta, sale la misma hija de perra y me vuelve a hincar los colmillos en el gemelo, puedo convertirme en serio candidato al premio al tonto del año y, lo que es más grave, tener que volver a abandonar a las primeras de cambio. Hago una foto a la señal del desvío y decido quedarme con el trauma. Sigo por la carretera.

Desvío hacia el lugar del "incidente canino"


Paro un poco más adelante, en la Fuente del Piojo. Encuentro esta vez este pequeño oasis en un estado lamentable. Me dedico a recoger parte de los desperdicios para hacerme un perímetro donde poder acomodarme para dar cuenta de un puñado frutos secos y un plátano. Aquí el suministro de agua fresca lo tengo asegurado. En este rincón a la sombra pierdo la noción del tiempo y lo que iba a ser una pequeña parada de unos minutos se convierte en una hora larga.



Sobre la una  me hago el ánimo de continuar y cuando me expongo al Sol siento como si hubiera metido la cabeza en un horno. Me cuesta hasta respirar. Al final va a ser cierto que venía una ola de calor……   Por prudencia decido ir por carretera  descartando mi idea inicial de ir por camino. No me apetece acometer la subida que se divisa a lo lejos en esas condiciones aunque la alternativa por asfalto tampoco va a ser un paseo. A partir de aquí, a la altura del poblado de Las Fuentes, mi deambular consiste en recorrer un kilómetro y mendigar  un metro cuadrado de sombra donde refrigerarme abriéndome el maillot al estilo de aquella señora que buscaba a Jacques. No sé de qué me quejo  si voy  aprovisionado con una mochila con dos litros de agua para humedecer la lengua y una botella con líquido recalentado ……  Así que con este plan empleo unas tres horas para llegar a Alatoz, pueblo al que se llega en descenso. No van a ser todo dificultades.
Son las cuatro de la tarde y me cuesta encontrar algún establecimiento abierto. Finalmente localizo un bar en la plaza donde hay un monumento al peregrino. No sirven comidas así que me tengo que apañar con unas cuantas cervezas y una bolsa de patatas. Llamo a Pedro Antonio pero no tengo cobertura telefónica ni internet. En fin, otra vez será.



Con este tórrido panorama me armo de valor para continuar hasta Alcalá donde tengo la seguridad de que no voy a tener problema para encontrar alojamiento. Alatoz es un pueblo de amable orografía ya que se llega en descenso y se abandona en descenso. Sigo las señales del camino, que me conduce entre cultivos a una finca, con caseta afortunadamente  sin perro, y  que desemboca en la carretera (la ya familiar CM-3201) que pica hacia arriba. Lo que son las cosas. El año pasado subí por aquí, con mordisco incluído, y no me pareció nada del otro mundo. Ahora me parece el Tourmalet. No puedo con mi alma. Voy empujando la bici, refugiándome del sol en las zonas de sombra que encuentro a mi izquierda. Pues me está saliendo un buen día, vaya que sí.





La parte positiva es que conozco ese tramo y sé que tras la subidita viene un tramo llano y los últimos kilómetros ya son en descenso, por la carretera serpenteante por la que se baja a la Hoz del Júcar. A las siete y media llego a Alcalá del Júcar. El panel de la farmacia da 38 grados a la sombra a esas horas. Me tomo un par de refrescos en un quiosco junto al puente romano y me pongo a buscar alojamiento. En el hostal que conocía no hay nadie en recepción así que sigo buscando por los alrededores hasta que encuentro un hotel, relativamente nuevo y bien equipado. El precio  está pensado para guiris de sandalias con calcetines pero es lo que hay. No tenía el cuerpo para comparativas. Media hora larga bajo la ducha y ya empiezo a ser persona.
No voy a quejarme del día: no he pasado frío ni me ha mordido ningún perro. No es mal comienzo.





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