Sábado, 5 de Septiembre
Anoche tardé en conciliar el
sueño pero no fue tanto por la música como por el picorcillo en las piernas
cuando me abandonaba el efecto del aftersun. Cosas de no entrenar la piel……
Tras el desayuno casero me pongo
en marcha sobre las nueve y media. Unos días más y ya arrancaré a una hora
decente. Se sale del pueblo tomando como referencia la plaza de toros y poco
después se gira a la izquierda, se pasa por debajo de la nacional y se toma una
pista agrícola en buenas condiciones.
A los pocos kilómetros me noto
extrañamente atrancado y observo a los lados
los primeros ejemplares de mis queridos abrojos. ¿Habré pinchado? Si con la
inversión que he hecho este año en cubiertas para evitar esta contingencia
pincho a las primeras de cambio se iban a acordar de mí los del departamento de
calidad del fabricante. Pero no es así. Las ruedas están como una
piedra. Vale que no soy un portento físico pero esto no es normal. Me detengo a
coger un poco de aire, miro hacia atrás y
encuentro una explicación. Caudete se encuentra algo más abajo, es
decir, que la presunta planicie del Corredor de Almansa pica hacia arriba. Pues
a subir un par de piñones y todo solucionado.
Caudete |
Camino hacia Almansa |
Mi planta favorita.................. |
Cruzo un barranco y el camino se dirige hacia la autovía de Madrid,
discurriendo durante varios kilómetros en paralelo a ésta. No he de preocuparme
por el tráfico pero las vistas no son muy bucólicas que digamos. Hay tramos donde el firme está algo suelto pero lo
gracioso son los charcos que me voy encontrando cada poco tiempo. Como la bici
no dispone de guardabarros prefiero desmontar y vadear como buenamente puedo
los tramos donde no hay escapatoria al “chocolate”. Al menos hago un ejercicio completo: unos
metros pedaleando y otros empujando buscando la parte menos encharcada. Pero la
parte más graciosa en cuando me alejo de la autovía y el camino va en paralelo
a la vía del tren. Aquí hay que chafungar
sí o sí y hasta practico sin querer el famoso baile del “moon walk”
(también conocido como el michaeljanson).
El camino gira a la
izquierda, perdiendo de vista la autovía
y las vías del tren, y por una pista en subida llego al monolito que
recuerda que en este paraje tuvo lugar la Batalla de Almansa durante la Guerra
de Sucesión a principios del siglo XVIII Y a partir
de aquí ya se llega en descenso a Almansa.
Campo de batalla....... |
Llegando a Almansa |
Tomo la circunvalación de la
ciudad pero a la altura del castillo giro a la izquierda y, para mi sorpresa,
veo alguna flecha amarilla. Mientras voy rodando por la acera una furgoneta se
pone a mi altura y el conductor me pregunta si voy a Santiago y me desea “buen
camino”. No es que esté de bajón anímico ni mucho menos pero me alegra el
inesperado saludo caminero.
A todo esto, entre pitos, flautas
y barro ya es hora de comer. Casi sin querer desemboco en la Avenida de Ayora
(un paseo flanqueado por árboles) y localizo a la derecha el Restaurante “Los
Rosales”, punto de referencia para salir de la ciudad. Me asomo al restaurante
pero barrunto bodorrio a juzgar por las
personas congregadas ataviadas con sus mejores galas. Doy media vuelta y me
dirijo a una terraza que acababa de rebasar. Pertenece a un hotel y el camarero
parece un tanto defraudado cuando le pido un refresco y un bocadillo de
tortilla. Con las pintas que llevo igual pensaba que iba a pedir faisán
trufado…… Por cierto, que hay tortillas congeladas de supermercado que no
desmerecen en nada a la que me sirvieron. En fin. Mientras me tomo el café
empiezan a arremolinarse más “trajeados”. Pido la cuenta y me voy que ya empiezo a desentonar aquí.
He de decir que hasta ahora la
señalización del camino es más que suficiente pero la excepción está en la
salida de Almansa. Puede que la hubiera pero yo no vi flecha alguna.
Afortunadamente había consultado y memorizado los tracks de algunos ilustres
bicigrinos en este tramo. Justo cuando la Avenida de Ayora desemboca en la
circunvalación cuento tres rotondas y me desvío por la vía de servicio de la
autovía.
Empiezo a circular en paralelo a
la autovía todavía con dudas. Hay un coche detenido en la carretera pero el
conductor está mirando al tendido, con una mano apoyada en la cintura y la otra
ocupada sujetándose el “aparato” así que no era cuestión de preguntarle en
plena faena de evacuación. Un poco más
adelante ya me relajo al aparecer de forma continuada la señalización del
camino.
Poco a poco me voy alejando de la
ruidosa autovía y ya diviso el enorme saliente que indica que me dirijo a la
sierra del Mugrón.
En este punto es cuando algo en
mi cabeza hace “clic”. Los dos días anteriores habían sido un lento ejercicio
de poner tierra de por medio y de repente ya tengo la sensación de estar en el Camino. No
sé explicarlo de otro modo. Este tramo de la sierra del Mugrón tendrá unos ocho
kilómetros (seis de subida con descansos y dos de bajada). Hay tramos de subida
con piedra suelta que me obligan a empujar y
no me cruzo con nadie pero, durante esa hora larga, quizás dos, por
primera vez estoy disfrutando de la soledad y el silencio. Raro que es uno.
Un gran árbol, que tantas veces
he visto fotografiado, anuncia el final de la subida. Es curioso pero este es
tercer camino al que asocio con un árbol, como el que hay antes del refugio de
Orisson en el Camino Francés y el que se encuentra antes de Fuente de Cantos en
la Vía de la Plata.
Al final del descenso de la
sierra, se cruza la CM-3201 y justo antes de un puente que salva las vías se
desciende unos metros más para tomar una senda encajonada entre las vías del
tren y un sembrado. Un trozo algo incómodo: al principio con mucha maleza, a
continuación un tramo con piedras incrustadas en el suelo y luego mejora el
camino aunque vuelvo a encontrarme tramos embarrados.
Se sale del camino por otro paso
elevado y tras una subida que me da un poco de fatiguita llego a la famosa
bifurcación entre la Ruta de la Lana y el Camino de Levante.
Cuando pensaba que ya había
terminado con el barro me topo con la madre de todos los charcos. Joé. Una
pista de diez metros de ancho y todo ocupado por una buena charca. Mis
zapatillas se han convertido en una especie de zuecos……….
Pues ya estoy en Alpera. Nada más
llegar al pueblo veo un hostal a la derecha y varios restaurantes a la
izquierda. El hostal es también restaurante pero tiene pinta de
abandonado. Paro en uno de los
restaurantes con terraza y pido un refresco mientras veo el final de etapa de
la Vuelta. Empiezo a echar cuentas cual Fumi caminero. Son las cinco y media pasadas y hasta
Alatoz faltan unos 25 kilómetros. A mi ritmo las dos horas no me las quita
nadie y a saber cómo están los caminos. Mejor parar ahora y evitar sorpresas de
última hora. En cuanto a kilometraje no van a darme ninguna medalla al esfuerzo
(ni lo pretendo no tenga que cargar con el peso de ellas) pero estoy
razonablemente satisfecho. Cinco horas y media de ejercicio, entre pedaleo y
empujeo…, y me encuentro bien. El cuerpo empieza a desentumecerse después de
tanta siesta veraniega.
Le pregunto al camarero por el
hostal que acabo de ver y me comenta que el restaurante está cerrado por
vacaciones pero que el hostal sí que está abierto. Cuando ve la bici cargada me
indica donde se encuentra el albergue de peregrinos. Me dirijo allí pero en “la
antigua casa del médico” no hay ningún teléfono de contacto así que consulto
mis apuntes. Llamo pero nadie contesta. Veo que el número termina en “cero uno”
y eso me suena a ayuntamiento y siendo sábado por la tarde pues lo tengo casi
claro. Aun así intento contactar con el teléfono de la Asociación en Alatoz por si hubiera otro teléfono pero tampoco recibo respuesta. En este caso había un motivo de peso que me
explicaron dos días después. Pues nada. La primera impresión es la que cuenta
así que media vuelta hacia el primer hostal que ví. Me recibe el propietario
que además también bicicletea en sus
ratos libres. Precisamente esta
mañana ha seguido el camino hacia Alatoz y me comenta que en ese tramo no había
llovido. Intento quitarme todo el barro que puedo antes de subir a la
habitación pero aun así algo de rastro dejo.
La bici la dejo en el recibidor y ni la cando. Soy el único huésped así que “pa qué”. Buena habitación a precio reducido por ser peregrino.
Tras la liturgia post etapa me
espatarro a ver cómo Italia nos moja la oreja en baloncesto. Tanto
“sillón-ball” me está dando hambre así que me voy al restaurante de enfrente. Y comienza a llover a base de bien. Subo de nuevo a la habitación a buscar el
chubasquero y empiezo a sospechar que voy a tener que utilizarlo más de la
cuenta a juzgar por las previsiones meteorológicas. Mientras ceno entra el
propietario del hostal y me dice: “me
parece que mañana vas a hacer barro…”.
Pues eso parece aunque en ese
momento las chuletillas a la brasa que tengo delante no me dejan pensar
en mañana…………
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