viernes, 26 de octubre de 2012

DIA 2: ELDA-MONTEALEGRE DEL CASTILLO

Jueves, 6 de Septiembre


Esta mañana, entre pitos y flautas, he comenzado la jornada pasadas las diez. Cuando ya tenía preparado el equipaje me despido del recepcionista y, oh casualidad, era peregrino. Así que a disertar sobre el camino durante casi una hora.
Cuando por fin me pongo en marcha me doy cuenta de que me he dejado el casco en la entrada del hotel, por lo que me toca regresar a toda velocidad. Afortunadamente lo recupero y parece que nadie se ha dado cuenta del descuido por lo que me ahorro el bochorno.
Para salir de Elda hay que coronar el Alto de la Torreta. No es muy largo pero subirlo en frío no me hace mucha gracia.

Vista de Sax desde el alto de la Torreta


Una vez arriba, y siguiendo el consejo del recepcionista-peregrino, sigo las indicaciones del camino que hay a la derecha de la carretera y que se supone que te conduce a Sax en un agradable paseo junto al río.
Tras descender hasta el cauce me encuentro con que la vegetación ribereña difumina el camino hasta hacerlo desaparecer y acabo bloqueado. No puedo ir hacia delante al no haber previsto la utilidad de un machete para esta contingencia y para recular tengo que negociar con un grupo de perros de las fincas vecinas que no parecen muy contentos con mi presencia.


Por aquí se supone que continuaba el camino.......


Así que empiezo la jornada igual que la terminé ayer. Desandando lo andado y regresando de nuevo a la carretera. Y empiezan a entrarme las prisas ya que tengo cita en Villena.
Cruzo Sax sin detenerme y a la salida tomo la carreterilla que lleva a la Colonia de Santa Eulalia, una colonia agrícola construída a finales del siglo XIX y que disponía de fábricas de harina y alcohol, así como de economato, casino, hospedería, además de las viviendas de los operarios.
Hoy en día se encuentra prácticamente abandonada, salvo algunas viviendas, pero tiene su encanto contemplar esos edificios centenarios en total silencio.



Colonia de Santa Eulalia


Ermita de Santa Eulalia


Tras mi momento contemplativo sigo la señalización del camino que conduce a Villena. Cuando entro en la población y localizo la calle que lleva al centro observo que el suelo está lleno de confetti. Vale que estuviera anunciada mi llegada pero el recibimiento me pareció excesivo………………
Lo cierto es que son las fiestas de moros y cristianos y acababa de celebrarse un desfile.
La Avenida de la Constitución está llena de gente así que me veo obligado a bajarme de la bici e ir esquivando al gentío hasta que encuentro la oficina donde trabaja mi buen amigo Javi, con el que compartí cinco días en el Camino Francés el año pasado.
Llego justo en el momento en que acaba su jornada laboral, las doce y media, más reducida con motivo de las fiestas.
Con todo el desparrame festivo nos cuesta encontrar un lugar donde almorzar. Tras encontrar por fin una terraza donde dejar la burra a la vista se me acerca un hombre ataviado con sus mejores galas de moro al que le ha llamado la atención el que vaya cargado y sospecha donde me dirijo. Resulta que en agosto había hecho el Camino Francés desde Roncesvalles con sus dos hijos. A este paso las autoridades acabarán decretando una alerta sanitaria ante la propagación del virus bicigrino…………



Restos de calzada romana de camino a Villena

Villena


Tras hora y media departiendo de lo divino y lo humano me despido de mi amigo y me alejo del jolgorio villenero por una Via Verde en dirección a Yecla.
Cuando llevo unos seis kilómetros me desvío para visitar el Santuario de Las Virtudes, situado en la pedanía del mismo nombre. Son las dos y media y el poblado parecía el plató de una película postapocalíptica. Sólo falta el típico matorral rodando en medio de la calle. Afortunadamente el propietario de un bar tuvo la precaución de dejar enchufada la máquina expendedora de bebidas.
Me quedo un rato más reponiendo energías y esperando que afloje un poco la solanera, que a esas horas ya aprieta de lo lindo.


Via Verde a la salida de Villena

Santuario de Las Virtudes


El día me está “cundiendo”. Son las tres de la tarde y todavía no he hecho ni 30 kilómetros y todavía me faltan unos 50 hasta el final de etapa programado.
Esa tarde iba a descubrir por mí mismo, aunque algo había leído al respecto, las dos constantes de esta ruta a su paso por la meseta: la soledad y la distancia entre poblaciones.
Hasta Yecla el camino es una sucesión de rectas, mucho polvo y poca sombra, pero sin posibilidad de pérdida. Los últimos kilómetros transcurren a espaldas de un interminable y poco atractivo polígono industrial, esquivando escombros y desechos varios.





Llegando a Yecla

Paro en la gasolinera que hay justo a la entrada de la ciudad y, tras comprarme algo de “merienda”, me dispongo a degustarlo en un parque que hay justo enfrente, mientras me voy mentalizándome para continuar hasta Montealegre del Castillo. ¿Que qué tiene de especial ese pueblo? Pues que para mí supone mi particular Rubicón, mi punto de no retorno.
Tras una rápida visita por el centro de Yecla pongo rumbo a Montealegre. Para evitar despistes y que se me hagan las tantas como ayer opto por seguir por carretera, aunque observé que una parte del camino va paralela a ella.
A la altura de El Pulpillo (enclave que,  siendo generoso, podemos decir que son cuatro casas) considero oportuno llamar a los teléfonos de contacto que disponía de Montealegre  para anunciar mi próxima llegada. El primer interlocutor está de vacaciones. Llamó al segundo y no se encuentra en ese momento en el pueblo pero me proporciona un tercer teléfono, de otro concejal, que me confirma la disponibilidad del albergue municipal.
Me faltan sólo 10 kilómetros para finalizar la jornada pero se convierten en un suplicio. El trasero empieza de enviarme mensajes nada subliminales acerca de si esto de estar encima de la bici más de cinco horas va a ser todos los días……………





Tras llegar a duras penas a Montealegre me dirijo al Ayuntamiento, donde me espera el concejal de juventud (no es Enrique Pastor). Ficho en el libro de peregrinos y me acompaña hasta el albergue.
Es una casa rehabilitada que se encuentra en la parte baja del pueblo. Dos habitaciones con literas, cuarto de baño con ducha y un pequeño lavadero, donde hago la primera colada de emergencia de la temporada.  Todo para mí solo. Y gratuito.
Como cosa curiosa, cuando abrí el cajón de una mesilla junto a la litera me encontré una bolsa llena de hierba. ¿Mira que si lo encuentran tras mi marcha y piensas que es mía? ¡Y tienen mis datos! Me quedé más tranquilo cuando le día la vuelta a la bolsa y tenía la etiqueta de un herbolario. Creo que estaba indicado para darse friega en los pies.





Tendedero improvisado


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