Martes, 9 de
Septiembre
Viendo en un mapa la ubicación de
Medina de Rioseco te das cuenta de que es una encrucijada de caminos con cuatro alternativas:
A) Al
Noroeste siguiendo el Camino de Madrid
hasta Sahagún
B) Al
Noreste remontando el Canal de Castilla en dos o tres jornadas te puedes
plantar en Santander (pasando por Palencia y Frómista, hasta Alar del Rey, que
está a un paso de Aguilar de Campoó, límite
con Cantabria)
C) Al
Oeste, a poco más de sesenta kilómetros,
se encuentra Granja de Moreruela, pudiendo optar entre el Camino de Sanabrés y
proseguir por la Via de la Plata hasta Astorga.
D) Y
por último, dirigirte a León por Valencia de Don Juan, recorriendo el antiguo trazado del “tren burra”
que comunicaba Medina de Rioseco con Palanquinos (León) y que por lo que había
leído es ciclable en casi su totalidad, salvo algún tramo desdibujado por la vegetación. Aunque hay un proyecto de los municipios por
los que transcurría para recuperarlo, hasta la fecha sólo está habilitado como
Vía Verde el tramo que separa
Castrofuerte y Valencia de Don Juan (apenas 9 kilómetros).
La idea era explorar esta última
alternativa pero, como de costumbre, una cosa es planificar y otra lo que
finalmente las circunstancias te obligan a hacer.
Me despierto antes del amanecer y
voy recogiendo el tenderete sin prisas. Lo primero que tengo que hacer es comprar
cámaras de repuesto y, por mucho que madrugue y siendo muy optimista, no la voy
a encontrar abierta la tienda antes de las nueve como muy pronto.
Desayuno de campaña y a las nueve
voy a darle la barrila, por última vez, a la monja-recepcionista. La Hermana se
excusa de que haya que cobrar a los peregrinos una cantidad estipulada en lugar
de la voluntad y la razón es que al estar catalogado de albergue turístico por
la Junta de Castilla y León se ha de cobrar un precio mínimo (7 euros). Al
César lo que es del César…. Lo cierto es que las instalaciones están en muy
buen estado así que no me parece un precio exagerado. He pagado más por dormir
en ciertos cuchitriles y no es este el caso. Le doy un billete de diez y le
digo que se quede con las vueltas, por el coñazo que le he dado.
Pues vamos para allá. El camino
recorre la calle Mayor del pueblo y ayer localicé dónde se encontraba la “presunta”
tienda de bicis. Digo lo de presunta porque en el escaparate hay una bici y el
resto son electrodomésticos. Está cerrada a esas horas. Me acerco para ver el
horario de apertura y me encuentro con un cartel avisando de que va a estar
cerrada toda la semana por vacaciones. Pues qué oportuno…. Recorrer 70
kilómetros por zonas despobladas hasta Valencia de Don Juan y sin repuestos no
me parece una buena idea así que adiós a la ruta alternativa. Seguiré por el
Camino de Madrid hasta Sahagún que al menos está más concurrido.
Al final de la calle me cruzo con
un ciclista y le pregunto por la dársena del canal, ya que el camino hasta el
siguiente pueblo transcurre por allí. Me da las indicaciones oportunas y me
pongo en marcha. A los doscientos metros me detengo en un semáforo y al
arrancar la rueda trasera se me vuelve a desmayar. Ya empezamos con mi
particular programa de cámara oculta………
Vuelvo hasta la calle principal
en busca de un lugar tranquilo donde parchear la rueda. Llego a la altura de la
tienda cerrada y pregunto, por si suena la flauta, si hay otra tienda en el
pueblo. Pues no ha sonado. Es la única. En ese momento pasa un bicigrino
madrileño que se encuentra en la misma tesitura: pinchazo y sin repuestos.
Mientras le doy la alegría de que no hay nada que hacer aquí pasa el ciclista
al que había preguntado antes y se convierte en nuestro “ángel” del día. Nos da
una cámara a cada uno. El madrileño prefiere avanzar hasta una gasolinera
cercana y hacer allí el cambio de cámara. En mi caso, hago la maniobra allí
mismo con la ayuda de Juan Mari (así se llama el buen samaritano). Me propone acompañarme
por el Canal hasta una salida que queda a la altura del siguiente pueblo, Tamariz de Campos, si me espero a que haga unas compras. Tanto contratiempo me ha
dado hambre así que desayuno por segunda vez y espero a mi improvisado guía. Total,
como no cumplo ni una sola de mis previsiones tardar media hora más no me va a
suponer un gran problema.
Finalmente, a las once salgo de
este histórico pueblo que no me dejaba marcharme. No voy a quejarme. Con Juan Mari
he hecho un dos por uno: proveedor de repuestos y guía turístico al mismo tiempo.
Paseo por este pequeño oasis con explicación histórica incluida. Buen piso,
sombreado y llano. Dan ganas de continuar hay que dejarlo para otra ocasión.
Ah. Y hablando de lo divino y de
lo humano me contó que es un prejubilado de una famosa fábrica de neumáticos
situada en Valladolid. Acabáramos. A juzgar por mi experiencia no se me ocurre
mejor lugar donde instalarla, ja,ja,ja.
Me despido de mi providencial
acompañante y ya por asfalto me dirijo a Cuenca
de Campos, donde paro a comer. Voy a tener que comprar un diccionario de
castellano porque a las primeras de cambio no logro explicarme. Pregunto si hay
algo para comer y la respuesta es negativa, pero “puedo hacerte un bocadillo” y el listado de ingredientes para
añadir al pan es interminable. Pues no se hable más. Uno de tortilla y una
caña. Me llevo la cerveza a la terraza y a los cinco minutos ya tengo plantado
el generoso bocata en la mesa. Se disculpa ya que por error ha traído otra caña.
Le digo que nada de disculpas que la primera está punto de evaporase. En el bar (“Mesón La Cañada”) tienen
costumbre de recibir a peregrinos. La propietaria me da un libro de firmas
donde leo un comentario de los “caciques” de El Escorial, que a estas alturas y
al ritmo que van calculo que estarán cerca de Galicia.
Allí estoy una hora,
acompañado por un grupo de jubilados que, mientras se toman unos vinos, repasan
el pasado y presente del pueblo. Los del Sálvame
no tienen nada que hacer en comparación a lo que cuentan estos
parroquianos, ja,ja,ja. De lo que se entera uno….
Sobre las tres levanto la sesión
con cierta pereza. No es que la comida haya sido muy pesada pero es que, para
variar, a estas horas el sol pega de lo lindo. Me embadurno de crema y a
continuar. Tras cinco kilómetros por una Via Verde se llega a Villalón de Campos.
Plaza de Villalón de Campos |
Callejeo por el pueblo siguiendo
las flechas y al llegar a la salida veo el indicativo a Sahagún y lo tengo
claro. Me olvido de buscar el camino y por carretera hasta allí. Ya tengo ganas
de rodar con la rueda en condiciones y con la tranquilidad de llevar repuestos. Treinta
y cinco kilómetros llanos y por una
carretera prácticamente sin tráfico me
permiten llegar pasadas las cinco a Sahagún.
Castillo de Grajal de Campos |
Es la tercera vez que paso por
esta ciudad y, para no perder la costumbre, la tercera vez que no puedo
resistir la tentación de pararme en la misma pastelería. Siguiendo la
señalización del Camino Francés se desemboca en ella. Hace chaflán y tiene la
terraza sobre una pequeña plaza triangular. No recuerdo el nombre pero merece
la pena hacer una visita. Un pastel y un refresco para celebrar que he llegado
sin más contratiempos.
Después visita a la tienda de bicis,
que también está junto al camino, y ya puedo descansar. Rueda bien hinchada y
cámara con líquido antipinchazos de repuesto. Me digo a mí mismo que ya no me va
a hacer falta comprar ninguna más por este año. Bueno, comprar no pero hacer
uso de ella sí que me tocaría más adelante.
Me dirijo a un hostal que me ha
recomendado el mecánico. Llamo al timbre pero ni se molestan en abrirme. “Está
completo” me sueltan por el videoportero. Bienvenido al Camino Francés. Consulto en el
teléfono y hay dos hostales unas calles más arriba. Pues a probar suerte.
Mientras remonto la calle me saluda un peatón. No lo reconozco pero él a mí sí.
Es Moisés, el bicigrino madrileño que me encontré en Medina de Rioseco. Se ha
alojado en el albergue de las Madres Benedictinas. Me comenta que está casi
lleno y que cierran bastante pronto. Pues va a ser que no. Nos despedimos y a seguir buscando.
Como no hay mal que por bien no
venga recalo en un pequeño hostal, regentado por una familia francesa, inaugurado hace menos de un año y que se
encuentra frente al albergue Cluny. Pregunto y, tras un momento de duda, me dicen
que sí hay una habitación pero pequeña. Me la enseña: todo nuevo y cama de
matrimonio. La bici se queda en un sótano bajo llave. Veinticinco euros. No sé dónde está el problema. Le digo a la
dueña que no espero compañía así que por mí perfecto.
El ritual vespertino de rigor.
Ducha, colada y visita obligada a una farmacia: he agotado el protector solar
(manda güevos viviendo en la costa alicantina…) y necesito una pomada para
tratar el bonito herpes labial con el que me ha obsequiado el sol de Castilla.
Sarna con gusto no pica dicen. Bueno, picar no pica pero sí que duele. Poco más. Una buena cena y al sobre, con la
certeza de que mañana voy a hartarme de decir “buen camino”.
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