Lunes, 8 de
Septiembre
Hoy amanece sin rastro de nubes
tras el aguacero de ayer. Desayuno y me hago el remolón algo más de lo normal
para ver si terminan de secarse las zapatillas. No hay suerte. Toca empezar el
día con los pies fresquitos. Seis kilómetros por un carril bici y ya estamos en Simancas.
Después de cruzar el puente sobre
el río Duero toca negociar una simpática cuesta hasta la altura del Archivo
General , se gira a la derecha, cruzo la
autovía por un paso subterráneo y ya por
pista hasta Ciguñuela. Para variar el pueblo está en lo alto de una loma para
alegría de mis piernas… Otro tramo más de camino y ya estamos en Wamba.
Me detengo frente a su iglesia y aprovecho para poner al sol
parte de la ropa húmeda que llevo. Uno de los atractivos de esta villa es el
famoso osario de la Orden de San Juan
pero solo se puede visitar los fines de semana así que me quedo con las ganas.
Hasta aquí la jornada sin
novedad. Retomo la marcha por una carreterilla y me voy cruzando con varios
pelotones de ciclistas. La razón es que hoy es festivo en muchos pueblos de la
provincia. Me detengo un momento al final de una subida para quitarme el
cortavientos y al arrancar de nuevo me doy cuenta que la rueda trasera se ha
“desmayado”. Ya empezamos con el
cachondeo. Con lo que admiro yo esta tierra y lo que me cuesta atravesarla.
Cuando voy a echarle mano a los recambios caigo en la cuenta de que sólo
dispongo de la cámara teóricamente “antipinchazos” que cambié antes de llegar a
Segovia y no tiene pinta de tener mucho líquido. Pues no se hincha. Pruebo de
nuevo con la recién desmayada y aparentemente parece que retiene aire. ¿A ver
si va a ser un pinchazo “psicológico”? Le doy a la bomba hasta que me aburro y
decido tirar hasta Peñaflor de Hornija con
la rueda “morcillona”.
Al llegar al pueblo paro en la
plaza, busco un rincón con algo de sombra y desmonto el chiringuito. Me fumo un
cigarro, cuento hasta a cien y sigo dándole a la zambomba. La rueda parece que
ya tiene la presión suficiente así que doy una vuelta para probar sensaciones y
en cuestión de segundos ya está la llanta besando el asfalto. Otro cigarro,
esta vez aumento la cuenta hasta doscientos, picoteo alguna chuchería de las
que llevo de emergencia y a parchear la rueda. Afortunadamente hay una fuente
donde poder localizar con más facilidad el puñetero poro que me está alegrando el día. Entre una
cosa y otra me tiro casi dos horas en el mismo sitio. Y sin comer como es
debido…
Con la rueda de aquella manera
decido continuar con la esperanza de encontrar alguna gasolinera. De Peñaflor
se sale por una carreterilla en descenso y curveada y, como de costumbre, hay
que volver a subir lo que con tanta alegría se ha bajado. Al final desemboco en
una carretera en buen estado pero del tipo “comecocos”: una recta de siete u
ocho kilómetros de falso llano hasta Castromonte.
Había leído en un blog que en
este pueblo había uno de esos bares con “encanto” (“Bar Caribe”) cuyo propietario tenía un capazo de años. Se
encuentra frente al ayuntamiento y entro para picar algo. Efectivamente, el
hombre no baja de los noventa abriles. Pregunto si tiene algo de tapa y no hay
suerte. A duras penas consigo entenderle que no sirve comida ya que la mayoría
de la gente ha emigrado. Pues castigado sin comer. Pido un refresco y aprovecho
para hacer un “pis-stop”, como dirían en la Fórmula 1. ¿O era “pit”? En fin,
como se diga.
Pues nada. A continuar en estado
de ayuno involuntario. Me subo a la bici y veo que el cielo empieza a ponerse
como ayer. Procuro darme prisa porque se
oye tronar a lo lejos. A los pocos minutos empiezan a caer goterones así que me
toca echarle una carrera a la tormenta hasta llegar a Medina del Rioseco.
Son las cuatro de la tarde y,
para ser un pueblo grande (o una ciudad pequeña, según se mire), no se aprecia
mucho movimiento. También es festivo aquí. Paro en el primer bar que encuentro
con terraza pero no tiene nada de comer. El camarero, amablemente, me
recomienda otro bar cercano pero allí no tendría a la burra a la vista. Me lo
pienso mejor y me quedo. La hora es más propia de la merienda que de la comida
así que engaño al estómago con una bolsa de patatas y un café con hielo
mientras veo el final de etapa de la Vuelta.
Pasadas las cinco levanto la
sesión de “sillón-ball” y me pongo a pensar “que fem del caldo”. La tormenta ha pasado de largo pero sin
cámara de repuesto no me arriesgo y doy por finalizada la jornada tras la
“kilometrada” de hoy. Si hubiera un ranking de bicigrinos perezosos creo que el
pódium lo tenía asegurado. Pregunto por
algún hostal y los parroquianos me recomiendan el albergue de las Clarisas. Tengo
entendido que es un convento de clausura y eso suele equivaler a “horario
cuartelero”. No me entusiasma la idea pero es lo que toca.
El convento me lo había pasado de
largo al llegar al pueblo. Vuelvo sobre mis pasos y accedo al recinto. Entro en
la recepción pero no hay nadie. Salgo y pregunto a un hombre que está sentado a
la entrada de lo que parece una vivienda
en un edificio aparte y me indica que el albergue es la casa contigua,
pero que tengo que volver a la recepción y llamar al timbre. El comienzo fue prometedor:
- Ringggggggg (treinta segundos de silencio y
finalmente ruido de pasos bajando por una escalera)
-
Ave María
Purísima (el sonido viene de mi derecha pero no veo a nadie)
-
Buenas, quería saber si tienen alojamiento para
esta noche
-
¿Pero qué
quería?
-
Pregunto si disponen de alojamiento (sin saber a
dónde dirigir mis palabras)
Más silencio
hasta que se abre una ventana corrediza y por fin veo el rostro de mi interlocutora.
Bueno, lo poco que deja mostrar el
hábito de monja.
-
Ah, que
eres peregrino. Claro que sí. Déme la credencial y el DNI para que te registre.
En cuestión
de segundos la desconfianza inicial se ha convertido en amabilidad. Me muestra
el albergue, me entrega la llave “para
que entre a la hora que quiera” (¡bien!) pero me informa de que no puedo dejar
allí la bicicleta (me parece extraño porque en
el albergue hay espacio de sobra y ese día soy el único usuario). Sin
embargo, la bici quedaría a buen recaudo en el garaje del convento. Al día
siguiente llegué a la conclusión de que igual era una manera de evitar que me
largara haciendo un “sinpa”, ja,ja,ja. También me advierte de que cierre con
llave en todo momento ya que han sufrido
más de un robo últimamente. Cómo está el patio………
Me llamó la atención la
concepción diferente que se tiene del tiempo en un convento :
-
Deje “las
maletas” y me avisa para guardar la bicicleta
-
No se preocupe Hermana, las saco en un momento y
así no tengo que volver a molestarla
-
Molestia
ninguna. Aquí estamos para servir (me pongo colorao…..)
Al minuto ya
he sacado las alforjas y al girarme no estaba la monja. Otra vez para la
recepción.
-
Ringggggggggg
-
Ave María
Purísima
-
Hermana, que vengo para que me abra el garaje
-
Llévala al
otro lado del patio y le abro
Otro par de
minutos, abre la puerta del garaje y
dejo aparcado el trasto junto a la “unidad móvil monjil”. Nos despedimos y
cierra. Doy cuatro pasos y caigo en la cuenta que no he sacado la alforjilla
delantera donde tengo la cartera y el móvil. Aporreo la puerta del garaje.
-
Hermana, que he olvidado una cosa dentro
Nueva
apertura de puerta, recojo la alforja, le doy las gracias y aprovecho para
preguntarle por el funcionamiento de la lavadora.
Tras la
reparadora ducha salgo en “top-less” a la entrada a fumarme un cigarro y sale a
mi encuentro la buena señora que viene a poner en marcha la lavadora. Charlamos
unos minutos aunque me siento un poco cortado con la escena (estoy bonito de
ver con mi incipiente moreno “agro” y el “pecho lobo” al descubierto). Uno que
es así de tímido….
Le pregunto
por alguna gasolinera cercana para solucionar el tema de la rueda.
-
Vaya a los
bomberos que están justo enfrente y les dice que va de mi parte. Pero primero termine
de instalarse y luego me avisa para que le abra el garaje.
Tiendo la ropa y nueva visita a la recepción. Otro timbrazo, otro Ave María
Purísima, salida de la bici en libertad condicional para el inflado de rueda
(solucionado enseguida por los bomberos), más timbre, otro Ave María Purísima,
y reapertura de garaje. Alabo la vocación de servicio de
la Hermana pero con un par de “petardos” como yo todos los días tiene el cielo
más que ganado.
A las siete ya me voy a dar un
garbeo por el pueblo. Un par de jarras de cervezas para hacer tiempo y, por
fin, a cenar en un bar recomendado, cómo no, por la Hermana (Bar “El Sequillo”).
Buen trato, cocina casera y precios asequibles. El nombre, para no llevarse a
engaño, hace referencia al río que pasa por el pueblo aunque yo terminé la
noche “encharcadillo”.
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