Viernes, 5 de
Septiembre
El ajetreo del día anterior hace
que “la marmota” se despierte a las ocho.
Es posible que ayudara el hecho de que el peregrino-búfalo prefiriera
irse con el colchón a otra dependencia para no molestar, aunque creo que
hubiera dormido igual. Puede que suene
extraño pero los días que mejor descanso son precisamente en los que estoy de ruta
caminera.
Recojo los bártulos con
parsimonia y a las nueve me pongo en marcha. Alguna ventaja ha de tener el ir
solo. Me despido de los valencianos camino de Hernansancho, donde paro a desayunar. Hoy es uno de esos contados días donde tengo claro el
programa de fiestas: 65 kilómetros hasta Segovia para enlazar con el Camino de
Madrid. Lo único que me tiene mosca es que he trazado la ruta con “tiralíneas”,
es decir, tomando el camino más recto y sospecho que no todo va a ser planicie
castellana.
Así que en este punto abandono el
Camino del Sureste y me dirijo hacia el Este. Ahora que lo pienso tiene su
guasa que para ir a Santiago me encamine en sentido opuesto. Los primeros 15
kilómetros transcurren por una buena carretera (la CL-507) que me permite hasta
“meter plato”. Quién me lo iba a decir…. Al llegar a Sanchidrián se cruza la
Nacional VI y la Autovía y se toma una carreterilla en dirección a Muñopedro. Un poco de subida y bajada
hasta el Río Voltoya. Al final del descenso veo una bicicleta apoyada en un
lateral y a un hombre caminando unos metros más adelante. Me intereso por su
estado y me dice que no tiene ningún problema, que acostumbra en este punto a
estirar un poco las piernas. Charlo unos minutos con él y aprovecho para que me
haga una foto junto al panel del límite provincial.
Me pongo de nuevo en marcha y voy
remontando tranquilamente la carretera hasta que a los diez minutos me alcanza
de nuevo el veterano ciclista y me dice que me lo tome con calma que todavía
tengo para un rato… Ahora entiendo la razón de por qué estiraba las piernas. El
“rato” son dos o tres kilómetros de subida al que solo le faltaba
al final el cartel de “puerto”. Ya decía yo que trazar una línea recta en un
mapa me iba a traer alguna sorpresa.
Al final de la subida ya se
alcanza un altiplano que no se abandona en prácticamente el resto de la etapa.
Llego sobre la una a Muñopedro y ya aprieta el calor. Me pongo a resguardo unos
minutos y le comento a un vecino la “bonita” subida que hay para llegar aquí.
El hombre se pone a resoplar y me comenta que esa carretera “tiene muchas
curvas”. El desnivel no le preocupaba mucho, ja,ja,ja. Me informa, para otra
vez, que es más llevadera la carretera desde Labajos. Pues tomo nota.
Tanto ejercicio me está dejando
en la reserva así que pongo rumbo a Marugán
y justo a la entrada del pueblo encuentro un mesón con terraza de nombre
sugerente: “La Huerta del Agüelo”. Pues primera comida peregrina: salmorejo,
filete de ternera a la brasa, postre y café. Que no sea todo sufrir. El establecimiento
está regentado por un matrimonio de mediana edad y el marido, entre plato y
plato, observa con curiosidad las alforjas. Finalmente deduce a dónde me dirijo
y me confirma algo que había visto en el “maps”: que al llegar al siguiente
pueblo hay un camino que te conduce
hasta muy cerca de Segovia.
Pido la cuenta y el hombre me
dice que me espere un momento, que su mujer me tiene que decir algo. Uff. Hago
un repaso rápido de la última hora y media: no he roto nada y me lo he comido
todo. Como no me haya dejado el grifo
abierto en el aseo…. A los pocos minutos sale con dos tomates tamaño XXL de su
huerta. “Toma: para que tengas fuerzas para el Camino y cuando llegues a
Santiago dale recuerdos al Apóstol”. Creo
que uno de los motivos por los que vuelvo al camino año tras año es por la
cantidad de buena gente que me encuentro.
Tras este bonito gesto y con las
fuerzas renovadas continuo hasta Abades (a
16 kilómetros de Segovia). Atravieso el pueblo y a la salida tomo el camino que
parte a la derecha junto a unas naves agrícolas (en el “maps” aparece como
“calle Segovia” pero es todo camino).
Tal y como me lo habían descrito casi todo el tramo es en descenso, con la
torre de la catedral emergiendo a la izquierda y con el relieve de “la mujer
muerta” de frente. Dos bonitas fotos que
no puedo hacer ya que el teléfono se ha quedado sin batería.
Esto pinta bien. Avanzo casi sin
dar pedales y con un bonito paisaje de fondo. A este ritmo voy a llegar a una
hora prudente a destino, con tiempo suficiente para hacer el “guiri” en una
ciudad con mucha Historia. Pues tararí de La Habana……….
Al kilómetro empieza a “culear”
la rueda trasera. Llevo una cámara con líquido antipinchazos así que intento
continuar pero a los pocos metros la llanta está en el suelo. Son poco más de
las cuatro y el sol pega de lo lindo, y la idea de cocerme en medio de un
páramo no me entusiasma, así que toca caminar durante tres kilómetros hasta que
encuentro un lugar a la sombra. Mientras repaso la cubierta sacos dos pinchos.
Ya empezamos con los abrojos….
Como de costumbre no puede darle
la presión adecuada a la rueda así que empujo unos metros en un tramo de
subida, junto a una granja, y le pregunto a una mujer por una gasolinera
cercana. En ese momento llega su marido
y me comenta que dispone de un compresor en su taller. Son los propietarios de
la explotación agraria que estoy atravesando.
Lo que iba a ser cuestión de un
minuto se complica. El aire que se introduce sale por otro lado. Repasamos de
nuevo la cubierta y encontramos dos pinchos más. Si hay que pinchar que sea a
lo grande… Pues venga. A poner una
cámara de repuesto.
Durante la charla desvelo mi
origen y resulta que ellos acaban de regresar de Alicante, donde acaba de
mudarse su hija por motivos laborales. La verdad es que no me puedo quejar:
asistencia técnica con derecho a refresco y últimas indicaciones para llegar a
Segovia. Paso junto a la prisión de Perogordo,
cruzo bajo un viaducto férreo y me incorporo a la N-110 para recorrer los
últimos kilómetros con una última subida hasta la altura del hospital que ya me
deja para el arrastre. Lo normal cuando uno se va a entrenar al Camino….
Me habían aconsejado un hotel
justo a la entrada de la ciudad con buena relación calidad/precio pero está
completo. ¿Quién me mandaría llegar a
una ciudad turística un viernes de principios de septiembre? Estoy cansado,
sediento y tengo que recargar el móvil para empezar a dar señales de vida así
que, aplicando la ley del mínimo esfuerzo, decido recalar en el primer alojamiento
que encuentre a mi paso y me topo con un “albergue” de cuatro estrellas donde sí hay habitación. No me
extraña que hubiera plazas libres a juzgar por el sartenazo que me dieron. Pues
venga, como los ricos, a tirar de tarjeta….
Tras contactar con la “autoridad
competente”, ducha reparadora, lavar la ropa y tenderla en el aseo, me voy a
dar por fin mi vuelta turística. Llego hasta la Catedral y exploro por dónde va
el camino para el día siguiente mientras busco algún lugar donde cenar.
Finalmente vuelvo sobre mis pasos y me siento en una terraza cerca del hotel
atraído por el tamaño de las jarras de cervezas que sirven. Me pido una y
pregunto si dan cenas. Afirmativo. Pues estando donde estoy una de judiones de
La Granja y cochinillo recalentado. Las fotos turísticas para mañana.
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