Sábado, 6 de
Septiembre
A las seis ya tengo los ojos como
platos y con toda la parsimonia del mundo me aseo y recojo los trastos. Las
siete y todavía falta más de media hora para que amanezca. La cafetería del hotel no abre hasta las
ocho, así que bajo a la calle a estirar
las piernas mientras hago tiempo. Ya que no he amortizado la cama al menos voy
a saquear el buffet del desayuno.
Repito el recorrido turístico de
ayer, esta vez con reportaje fotográfico, por la Avenida Fernández Ladreda,
giro a la izquierda remontando por las calles Cervantes y Juan Bravo hasta la
Plaza Mayor y la Catedral. El Camino de Madrid se inicia en la Iglesia de San
Esteban y sigue por el Paseo de San Juan de la Cruz, donde se encuentra la
Puerta de Santiago, teniendo siempre
como referencia el Alcázar a la izquierda.
Avenida Fernández Ladreda |
Catedral de Segovia |
Plaza Mayor |
Iglesia de San Esteban |
Puerta de Santiago |
El Alcázar |
Una hora para recorrer dos
kilómetros. Quién dijo prisa…. Finalmente se desemboca en la carretera que lleva a Zamarramala, población que sí dispone de albergue de peregrinos, y
a la que se llega tras un kilómetro de subida que así en frío se me hace
bastante larga. Y yo que pensaba que en la meseta era todo llano….
Iglesia de la Vera Cruz |
Ultimo vistazo a Segovia |
A la salida de este pueblo, y gracias
a la ayuda de un ciclista, enlazo con el camino que va a Valseca. Me encuentro con el
primer peregrino de la temporada aunque el hombre, polaco, no tiene muchas
ganas de hablar. La cosa mejora. Diez kilómetros
de “ancha es Castilla” por buenas pistas hasta Los Huertos y después un agradable tramo por la Via Verde del Eresma.
Valseca |
Los Huertos |
Las flechas me sacan de la vía
verde a la altura de un puente y tomo un camino paralelo al río que desemboca
en una pinada. Muy bonito pero con mucha
arena. A empujar toca….. Al final del bosque el camino está prácticamente
difuminado por la maleza en la que predomina mi planta favorita: el abrojo.
¿Qué utilidad tendrá este matojo en el ecosistema? Como no me fío opto por
bajarme de la bici y hacer un poco de ”brazos”: empujing con levantamiento
periódico de ruedas. Ya veo que me va a cundir el día… Llego a Añe después
de media hora de paseo y resulta que no hay ningún bar donde repostar.
Un poco de asfalto y giro a la
izquierda por una pista que conduce a Pinilla.
Seis kilómetros picando hacia arriba que terminan de fundirme. Pedazo de atleta
que estoy hecho… Y otro pueblo que no tiene bar. Me conformo con descansar un
rato a la sombra mientras charlo con dos vecinos, que me animan a que vaya a la
casa del alcalde para que me selle la credencial. Al
final sigo su consejo pero con la sospecha de que su intención era más bien
la de darle el coñazo al hombre.
Como estoy hambriento tomo la
carretera, afortunadamente casi todo en descenso, para ir a Santa María la Real de Nieva. Atravieso el pueblo y me encuentro con las
terrazas del centro atestadas de gente, la música a todo trapo y en plena “fiesta de la espuma……..”. Vuelvo
sobre mis pasos y encuentro un mesón con ambiente más sosegado. Para
alimentación deportiva estoy yo. El menú del día por favor.
Casi dos horas de parón, bien
regado y mejor comido hace que me vuelva a animar a subirme a la bicicleta y
avanzar. Voy por carretera hasta Nieva y
cuando veo la primera flecha amarilla tengo pocas dudas: entre un camino de
arena que se adentra en una enorme pinada y una carretera plana como la palma
de la mano no hay color. De pinos y arena ya voy servido en mi tierra. En apenas una hora recorro los veintidós
kilómetros que me separan de Coca.
Albergue |
Miro el reloj. Son las cuatro y media y caigo en la cuenta
de que este fin de semana hay etapas de montaña
en La Vuelta. Pues doy por finalizada la jornada. Si esta fiebre que me da los
meses de septiembre fuera un trabajo en
lugar de un placer con algunos gramos de masoquismo lo iba a tener crudo para
ganarme la vida, ja,ja,ja.
Busco el albergue aunque en
realidad es la hospitalera, que está al quite, la que me pesca a mí. Ficho,
pago los cinco euros y me da una llave de la “antigua casa de los maestros”. Ducha
rápida, tiendo la ropa y me voy pitando en busca de un bar para ver el final de
etapa. Le pongo cara de bueno a la camarera para que cambie de canal y pido una
jarra de cerveza mientras contemplo cómo se ganan el sueldo los “esforzados de
la ruta”.
Hay dos detalles que hacen que
empiece a prestar más atención al exterior que a la retransmisión: el
sonido de música “bakalao” que por
momentos se acerca para luego alejarse y el revuelo de la gente apostada en la
terraza. Picado por la curiosidad me asomo a la entrada y alguien grita “que
viene, que viene”. Se acerca un coche de fabricación nacional con las
ventanillas bajadas, el “chunda-chunda” al máximo y que ralentiza su marcha
justo delante del bar, ante el descojone general de la parroquia. El conductor
“bakalaero” roza los cuarenta y tiene un cierto aire torrentiano. Es un vecino del pueblo retornado de la capital que se pasa todo el día dando vueltas por el
pueblo en plan “aquí estoy yo por si no os habías dado cuenta”. No trabaja y
los parroquianos no se ponen de acuerdo acerca de su fuente de ingresos: si
pensionista por invalidez , prejubilado o simplemente vive de la herencia de
los padres. En fin. Para que luego digan que no se aprende sociología en los
bares.
El resto de la tarde aproveché
para comprar provisiones, dar una vuelta turística y sentarme un buen rato a
contemplar el famoso castillo de Coca. No sé qué impresiona más: si sus
murallas o el foso que lo circunda.
Castillo de Coca |
Aquella noche no fui el único
huésped del albergue. Coincidí con un peregrino madrileño y dos bicigrinos
escurialenses que podríamos catalogar, como aquel famoso anuncio, de” JASP”.
Los chavales habían llegado a las ocho y media después de haber empezado la
jornada en Cercedilla (110 kilómetros de nada desayunándose con la subida a la
Fuenfría …) tras pinchar varias veces y empujar por los caminos de arena en el
último tramo. Qué pereza me da sólo de pensarlo.
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