Jueves, 11 de
Septiembre
Otro día que no fallo. Me levanto
el primero y me voy el último. Voy haciendo tiempo para que amanezca y, de
paso, desayunar en el bar de al lado. Mientras tanto hago unas prácticas
improvisadas de hospitalero siguiendo las instrucciones que hay en el albergue:
ordenar los muebles de la cocina, recoger la basura, bajar hasta abajo todas
las persianas y dejar la llave en el lugar convenido. No está de más dejarlo
curioso para los que vengan después.
Albergue de La Robla |
A las nueve el bar sigue cerrado. Esto de empezar el día sin desayunar se está
convirtiendo en una mala costumbre y hoy
la cosa se va a poner cuesta arriba sí o sí.
Ayer, al llegar casi
anocheciendo, no me percaté de que el paisaje había cambiado. En pocos
kilómetros había pasado de los agostados campos de la meseta a las verdes
estribaciones de la Cordillera Cantábrica. Sin darme cuenta, embobado por el
paisaje, llego hasta La Pola de Gordón,
donde ya puedo tomar el desayuno reglamentario.
Ermita del Buen Suceso |
Poco a poco voy alcanzando a los
peregrinos con los que compartí albergue. Al último, el madrileño, me lo
encuentro haciendo un descanso. Le acompaño un par de kilómetros y acabamos
tocando el tema de los “permisos
matrimoniales” para las escapadas camineras. Otro al que ha dado por imposible
la parienta. No voy a ser yo el único “chalao”, ja,ja,ja. Nos despedimos en Buiza. Él va a continuar por el camino oficial, por la Forcada de
San Antón, hacia Poladura de la Tercia. Yo
tengo descartada esta ruta porque por lo que he leído es impracticable para la
bici, a no ser que estés dispuesto a llevarla a cuestas.
En mi caso, tengo que tomar la
alternativa de invierno por el Collado de Villasimpliz, que es la “recomendada” para ciclistas. La
recomendación consiste en pedalear doscientos metros y empujar el kilómetro y
medio restante. Además del desnivel, es que el camino está roto, roto. Un
hilillo de pocos centímetros en el centro flanqueado por surcos llenos de
piedras y zarzas, así que el centro para la burra y por uno de los surcos que
empuje el burro al estilo de ayer. Diez pasos y descansillo. Y en ese plan
durante una hora. Pero, en fin, las
vistas compensan con creces la ascensión a ritmo de paso de Semana Santa. Y durante
esa hora de completa soledad estoy más feliz que una lombriz. El que me entienda que me compre….
Camino un poco "estropeao".... |
Vistas desde el collado de Villasimpliz |
Una vez coronado el collado tengo
que estudiar la manera de abrir la cancela que corta el paso. Tras descifrar el
mecanismo de apertura toca averiguar por dónde se desciende. No hay senda
marcada y en mi primer intento, campo a través,
me topo con un terraplén. ¿Por dónde se bajará? De vuelta a la cerca encuentro
la solución “tecnológica” al pequeño enigma:
trazar un “track” a base de “shitpoints”, o lo que es lo mismo, seguir
el rastro de boñigas que dejan las vacas. No saben “ná” los animalicos….
En el descenso me encuentro con
el dueño del rebaño de vacas que pasta por los alrededores. Charlamos un rato y
en un momento de la conversación deja caer que a menudo los excursionistas y/o
peregrinos no cierran la valla y las vacas se van de turismo al otro lado, con
la consiguiente bronca del Seprona. Nos despedimos no sin antes garantizarle
que había cerrado la valla correctamente, que lo mío me costó dejarla más o
menos como estaba.
Una vez en Villasimpliz
tomo la “pestosa” N-630. A la salida del pueblo esquivo el
túnel por la antigua carretera para evitar sustos. Sigo hasta Villamanín y me detengo junto al panel indicativo de
inicio del Puerto de Pajares. Como no me veo con fuerzas de superar la tachuela con el mísero plátano que acabo
de comerme, doy media vuelta y me dirijo a un restaurante que acababa de sobrepasar
con el parking atestado de camiones.
Como si fuera un condenado a pena capital, me acojo al derecho a tomar “mi última comida”. Al menos que me
pille con el buche lleno. El tópico no falla.
Si el bar es frecuentado por camioneros es que se come bien. Y tanto.
Ensalada de pasta, gallina de corral, postre y café. Con las raciones que
servían podían comer tranquilamente dos personas y el precio no llegaba a los
dos dígitos. Un escándalo.
Satisfecho mi último deseo me
pongo en marcha. A ver qué tal se me dan los doce kilómetros siguientes…. Para
mi sorpresa los tres kilómetros, hasta Villanueva
de la Tercia, son llanos. Pues ya sólo me faltan nueve. A partir de
aquí ya empieza a empinarse la cosa (la
carretera…) y me pongo en función “molinillo”.
Me encuentro con otro túnel y repito la maniobra de evitarlo por el
lateral, pero aquí la maleza ha engullido el asfalto. Que me vaya raspando las
brazos y las piernas lo llevo con resignación pero las zarzas que cruzan la
minúscula senda me dan, valga la redundancia, “mala espina”. Me incorporo de
nuevo a la carretera y a la altura del apeadero de Busdongo me doy cuenta de que he pinchado. Instalo la cámara que compré en Sahagún y me digo a mí mismo
que “ésta es la última que pongo”. Y lo
cierto es que así fue.
Pues sin prisa pero sin pausa ya
tengo a la vista la Colegiata de Santa María de Arbás y un kilómetro después
corono el puerto.
La verdad es la vertiente leonesa
del puerto no es para tanto. Carretera ancha con arcén, sin apenas curvas y subida
muy progresiva. Poco más de doscientos metros de desnivel en doce kilómetros. Pero
para mí fue mi pequeño momento de gloria. Y con la alegría añadida de entrar en Asturias, donde nunca había
estado. Quién me iba a decir hace cuatro años que llegaría hasta aquí en
bicicleta.
Eso sí, la vertiente asturiana es
harina de otro costal. Un puertaco de
padre y muy señor mío. Aunque suene a broma las pasé canutas en la bajada. El
peor momento de todo el viaje. Nada más empezar el descenso te encuentras con
un cartel avisando del fuerte desnivel (¡17 %!). Es como tirarte al mar con un
lastre de cien kilos. Que tenga que dejarme los frenos para que no se me
desboque la burra es normal pero con lo que no contaba es con el “bamboleo” de
la rueda trasera que está a medio hinchar. Por este lado no hay arcén y tampoco podía
abrirme demasiado para negociar las curvas ya que cada poco tiempo tengo de
frente o a rebufo a algún camión. Poco antes de llegar a Pajares me detengo en una escapatoria para camiones (tiene guasa la
cosa….) para relajarme un poco. Joer que estrés.
Adiós a León.......... |
............y hola Asturias |
Cojo aire y a continuar. Más
curvas, más camiones y más carteles de peligro por fuerte desnivel. Creo que
leí toda la secuencia: 10%,11%,12%,13%,14%…. Qué veinte kilómetros más largos
intentado no acabar como un sello…... Una vez alcanzado el fondo del valle
decido terminar el día en Campomanes.
La primera intentona para
alojarme no cuaja pero no hay mal que por bien no venga. La farmaceútica del
pueblo me recomienda un hotelito rural (“El Reundu”) situado a la salida del
pueblo y que dispone de un restaurante con buena fama. Un acierto. Todo
nuevo y precio ajustado.
Después de la ducha bajo al
bar-restaurante y, ya que estoy en Asturias, pues pido sidra. Pensaba, ignorante
de mí, que se servía por vasos, como el vino, y resulta que me plantan una
botella de 70 centilítros. Salgo a la
entrada a hacer las llamadas de rigor y de paso enviar un mensaje un tanto
especial. Otro de los encuentros que tenía programados en esta excursión era
encontrarme con los dos amiguetes franceses con los que coincidí en la Via de
la Plata el año pasado. Ellos habían salido el día 1 desde Irún y quería
reunirme con ellos en el último tramo del Camino del Norte. Envío el mensaje
informando que mañana podría estar en Avilés y recibo al rato la respuesta que
están alojados cerca de Luarca. Mañana quieren llegar a Ribadeo pero eso
significa que van dos jornadas por delante de mí. Me parece a mí que la cosa no
va a cuadrar.
A la cena casi llego porque
menudo “pedete” estoy cogiendo con la sidrina. La especialidad de la casa es el
“cordero a la estaca” pero se me ha hecho muy tarde para darme ese atracón, así
que me conformo con dos platos de sopa (y todavía quedó en la sopera dos
raciones más), codillo y cuajada.
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