Domingo, 7 de
Septiembre
Otra noche sin novedad y desayuno
casero para empezar el día. Fotos de despedida con los compañeros del albergue
con la certeza de que no vamos a volver a coincidir. Con el peregrino por
razones obvias y con los bicigrinos del El Escorial porque hoy tienen previsto
hacer 120 kilómetros, distancia que no estoy en condiciones de hacer ni
saltándome todos los controles antidopaje habidos y por haber.
La encargada del albergue ya nos
advirtió que los caminos hasta Villeguillo
son del tipo playero así que a pisar asfalto. En Coca confluyen dos ríos:
el Eresma y el Voltoya. ¿De qué me suena este último? Ah sí. El que crucé de
camino a Muñopedro dos días antes. Pues al dichoso río empiezo a encontrarle
rimas de grueso calibre porque para cruzarlo hay que salvar un buen repecho.
Bueno. Tampoco es demasiado largo y después la carretera ya adopta un perfil
mucho más amable, pasando por Llanos de
Olmedo, Aguasal (curioso nombre)
y Olmedo. Pues ya estoy en la
provincia de Valladolid aunque más al sur de lo previsto.
El desvío no es para tanto. Hay
que tomar la N-601, que dispone de un arcén como Dios manda para poder rodar
con tranquilidad, para enlazar con el camino oficial en Alcazarén. Para allá que me encamino a buen ritmo hasta que empieza
a flojear la rueda delantera. Me cachis!!!.
Qué puntería tengo. He tenido que pisar un abrojo con ganas de conocer mundo.
Venga. A sacar las alforjas, voltear la
bici y a darle un rato a la zambomba. Terminando la maniobra de bombeo se
acerca un ciclista y le pregunto por alguna gasolinera cercana. Siguiendo por
la ruta prevista, por Valdestillas, no
hay ninguna así que prosigo por la Nacional. Antes de despedirnos hablamos del
tiempo y le comento que habían anunciado lluvias para hoy a lo que me contesta
que no cree que sea así. ¿Quién me mandaría hablar? A los pocos kilómetros el
tiempo cambia de repente. Desaparece el sol, se levanta una ventolera sin venir
a cuento y la temperatura baja de manera brusca. Cuando llego a Alcazarén paro
en un parque para abrigarme, comer algo y seguir metiendo aire a la rueda. Mientras
estaba con mis quehaceres se activa una fuente con chorros que, en connivencia
con el viento racheado, me obsequia con una ducha fría. Tampoco hacía falta aplicar medidas
anti-disturbios que no pensaba instalarme allí…….
Prosigo la ruta y pasado Mojados (huy,huy,huy…) me topo con una
gasolinera y un bar. Pues dos por uno. Le pongo la presión necesaria a la
rueda, que ya no me daría problemas el resto del viaje aunque de la trasera no
puedo decir lo mismo….., y me tomo un refrigerio.
Estoy a muy pocos kilómetros de
Valladolid pero en Boecillo abandono
la nacional y tomo la carretera en dirección a Viana de Cega. Empieza a llover de manera intermitente y me
apresuro para llegar a Puente Duero.
Son más de las dos y el único bar que está abierto en el pueblo no sirve
comidas, aunque me dejan caer que en el albergue igual sí me pueden ofrecer
algo. Me suena un poco a coña y la verdad es que tampoco estoy tan necesitado.
De todos modos decido pasarme por
el albergue, sellar, descansar un poco y comer algo de lo que llevaba en las
alforjas. Nada más abrir la cancela sale del interior un hombre, me saluda y me
pregunta si quiero comer. ¿Eh? Pues bueno…. ya que estamos…… En cinco minutos
estoy sentado en la mesa, compartiendo una paella junto a dos desconocidos. La
persona que me acaba de recibir, que es el hospitalero, y Arturo, presidente de
la Asociación Jacobea Vallisoletana, y que empezaba en ese momento su turno de
hospitalero durante una semana.
Hacemos las presentaciones,
charlamos del Camino y me preguntan si me voy a quedar. En ese momento no lo
tengo claro y pospongo la respuesta para la sobremesa. A pesar de todo la mañana me ha cundido (63
kilómetros) y parece un poco pronto para parar. Termino de comer y me voy al “jardín
de pensar”. Es domingo, los próximos treinta o cuarenta kilómetros transcurren
por sitios poco concurridos y se aproximan unos nubarrones que no presagian nada bueno, así que decido quedarme
en el albergue. Es una casa de madera, muy acogedora, perfectamente
acondicionada y de donativo. Todo un lujo.
Me instalo, me ducho, lavo la ropa y empieza a
llover. La lluvia da una pequeña tregua y aprovecho para tender bajo techo. Me voy al bar a ver el final de etapa de la Vuelta y nada más entrar se desata el diluvio acompañado de fuertes rachas de viento. La
prudencia me ha salvado de un buen remojón.
Cuando regreso al albergue me
encuentro con que el viento ha tumbado la bici y que me he dejado las zapatillas a la intemperie. El resto
de la tarde la paso echándole una mano a Arturo, ya que la tormenta ha causado
desperfectos en el jardín. Ya por la noche
preparó unos spaghettis con salsa de tomate del huerto y albóndigas que quitaban
el hipo. Un buen rato de tertulia y al sobre. Después de todo, no me puedo quejar del día.