INTRODUCCIÓN
Por cuarto año consecutivo he
vuelto a los caminos del apóstol sin encontrarle todavía una respuesta racional
a tanta reincidencia. Esta vez para recorrer la Via de la Plata, con un trazado
más exigente que el Camino Francés y que, sin embargo, se me ha pasado volando
a pesar de estar diecisiete días “vagamundeando” por él.
Por si alguien aterriza por aquí
por accidente en búsqueda de grandes hazañas atléticas le advierto que puede ahorrarse la lectura del
mismo, o en su defecto, utilizarlo como remedio para el insomnio. Simplemente pretendo
plasmar mis recuerdos antes de que en un futuro, espero que muy lejano, la
enfermedad de la memoria haga mella en ellos. Y si de paso, sirve de ejemplo a
otros de que es posible lanzarse al Camino sin poseer grandes aptitudes físicas
(la actitud sí que es necesaria), pues miel sobre hojuelas.
Lunes, 2 de
Septiembre
Desengancharse de la vida
cotidiana supone a veces tanto esfuerzo como una etapa del Camino. Tras
terminar con las últimas obligaciones laborales (todo lo que se puede terminar
cuando trabajas con papeles…) a las diez de la noche del domingo, los últimos
preparativos provocan que me acueste a las dos de la mañana. Joer qué estrés……..
Descanso, lo de dormir es un
decir, unas tres horas para levantarme a las cinco y media. A las seis me
recoge el taxi que me ha de llevar a Alicante, con la extrañeza y curiosidad
del taxista de que el único viajero con equipaje sea yo, con lo que tengo que
recurrir a la manida excusa de que con la crisis las vacaciones tenemos que
hacerlas por separado y en mi caso en bicicleta.
Tras la despedida de mi resignada
“santa”, a las siete subo al AVE Alicante-Madrid con un primer reto a conseguir,
aguantar despierto hasta Cuenca, donde he de hacer transbordo al AVE que cubre
la línea Valencia-Sevilla.
Una vez subido de nuevo en el
tren ya puedo dar una cabezada en condiciones entre Cuenca y Ciudad Real para,
finalmente, llegar a Sevilla con puntualidad suiza a las doce del mediodía.
Media hora después llego al
albergue de Triana y tras las formalidades del registro la recepcionista (una
chavala francesa con un delicioso acento sevillano) me abre el local donde se
encuentra la compañera de fatigas. Desembalar la bici, el montaje de la misma y
guardar el grueso del equipaje que se encontraba en la caja me lleva una hora
larga. ¿Pero aquí cuando se descansa?
En el albergue están más que
acostumbrados a recibir peregrinos y cicloturistas. De hecho alquilan
bicicletas para hacer la Via de la Plata. Y el local donde almacenan las bicis
está bien pertrechado de herramientas, por lo que me ahorro el tener que buscar
las mías.
Mientras montaba la bicicleta se
asomó un hombre, que por el acento diría que era de origen rumano, que portaba
un carro de la compra lleno de trastos y me preguntó si tenía chatarra. Como
tener pues sí que tenía pero mi “aluminio con ruedas” lo iba a necesitar
durante unos cuantos días……
La segunda anécdota con la
industria local del reciclaje se produjo cuando paseé unas cuantas calles la
caja en busca de un contenedor de cartón y me puse a trocearla en compañía de
los profesionales del ramo. A todo esto: ¿Aquí cuándo se come?
Tras dar una vuelta por los alrededores y recorrer
las terrazas de la calle San Jacinto no encuentro ninguna mesa libre….. a la
sombra. Al sol las que quisiera pero es que, por si no lo había dicho, “hase caló”.
Finalmente encuentro donde
cobijarme en una terraza con vaporizadores (qué gran invento), en la plaza de
Santa Ana. Ensalada y medallones de lomo con mojo picón a un precio más que
razonable. Lo que me llamó la atención es la dosis de buen café que
suministran. Si llego a pedir un café largo me traen directamente un barreño.
A las tres y media ya no se puede
estar por la calle así que voy a refugiarme al albergue y, en la sala de
televisión, coincido con un peregrino de Castellón con diecisiete caminos en sus
piernas (ventajas de ser prejubilado….) y que iba a realizar el tramo
Sevilla-Mérida. Mientras vemos el final de la etapa de la Vuelta charlamos del
Camino, de qué si no, y tomo nota mental de ciertas observaciones sobre sus experiencias en la Vía
de la Plata. Hay una en concreto sobre Casar de Cáceres que traeré a colación
en su momento.
Pasadas las seis, salgo en compañía de mi paisano, que ejerce de
improvisado guía turístico, a dar una vuelta por el centro de Sevilla.
Cuando empieza a anochecer
regreso al barrio de Triana, picoteo en la Plaza del Altozano y a relajarme un
rato a la fresquita en la terraza chill-out (o como se diga…) del albergue,
donde hay un grupito de guiris dándose un homenaje etílico al tiempo que otros utilizan
el jacuzzi. El castellonense y yo nos encontramos desubicados, sin saber dónde
mirar sin parecer indiscretos, si a las bañistas francesas o a las dos chicas que
están dándose arrumacos. Y yo que pensaba que venía a un viaje espiritual y por
un momento creía estar en Sodoma y Gomorra, ja,ja,ja… Los chavales…. que diría
Torrente.Las fotos son del día siguiente, que tampoco era cuestión de documentarlo todo.